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A educar también se aprende

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Aunque, a priori, no seamos conscientes de ello, somos producto de la educación que hemos recibido. Lecciones recibidas a lo largo de la infancia, adolescencia y vida adulta conforman nuestra personalidad y nuestro modo de ver la vida. Desde luego que el proceso de aprendizaje es uno punto vital en el desarrollo de cualquier persona y no debe ser tomado a la ligera.

Todo lo contrario, la educación merece el máximo respeto. Y como tal, nunca está de más formarse para enseñar. Dado el impacto que el proceso de aprendizaje tiene en la construcción de la personalidad de los más pequeños de casa, hay que saber cómo sacarle el máximo provecho y, de este modo, conseguir el mejor de los resultados llegados a la vida adulta.

Sin manual de instrucciones 

Ni con un pan debajo del brazo, ni con un manual de instrucciones. La llegada de un hijo es uno de los retos más maravillosos a los que nos enfrenta la vida y que nos hace sacar lo mejor de nosotros. Sin embargo, un poco de ayuda nunca viene mal. Si bien toda familia tiene el derecho de elegir el modelo con el que educará a sus niños, nunca está de más partir de unos principios básicos.

De esta forma, tal y como indican desde la Asociación Española de Pediatría y Atención Primaria, AEP, hay determinados puntos que no deben pasarse por alto:

– Actividad física. Moverse es sinónimo de salud, además la actividad física no solo asegura un excelente estado de forma, sino que ayuda a que el niño pueda socializar con otros de su misma edad y aprenda cómo es el mundo que los rodea. Por ello, apostar por este tipo de actividades desde edades tempranas es muy recomendable.

– Salud emocional. No solo hay que cuidar la salud física, la emocional también juega un papel muy importante en el desarrollo de los niños. Aquello que sienten los hijos debe ser conocido por los padres para aprender a fortalecer el vínculo afectivo con los más pequeños y reconocer rápidamente cuándo existe un problema.

– Eventos del desarrollo. A lo largo del crecimiento de los más pequeños habrá eventos que los marquen, no solo, por ejemplo la llegada a la adolescencia. Un suspenso, un rechazo por sus amigos, la obtención de un logro académico, despedir a un ser querido. Estos puntos dejan huella en ellos y pueden hacer que se confundan, por ello lo importante es acompañarlos y enseñarles a gestionar estos sentimientos.

– Lectura. Los libros son uno de los mejores amigos de cualquier persona, además de uno de las mejores herramientas para fortalecer el vínculo paterno-filial. Por ello, una recomendación es que las noches de los más pequeños, estén acompañadas de una lectura de cuentos con la que puedan dejar volar su imaginación a otros lugares.

Infancia feliz: cómo cuidar y educar a los hijos

Al mismo tiempo, los pediatras también brindan los siguientes consejos para que los padres puedan sacar el máximo provecho a la crianza de sus hijos:

– Demostrarse siempre a los hijos lo importantes que son. Expresar el amor incondicional que se les profesa a cualquier edad con palabras, sonrisas y gestos: besos, abrazos, caricias,…

– Cuidar de su salud y ayudarles a crecer sano. Los padres son el modelo a seguir, por ello hay que mostrarles estilos de vida saludables en alimentación, actividad física, sueño, higiene, y también en cómo vivir sus emociones

– Dedicar al juego tiempo a diario. Los padres deben jugar y disfrutar con sus hijos, sin dirigir mucho sus gustos o preferencias.

– No es necesario acumular cosas materiales. El tiempo que se le dedique, la educación y los valores que se les trasmita serán su mejor herencia.

– Educar con cariño. Un elogio a lo que hace bien y también los esfuerzos por intentarlo. Eso sí, también manteniendo normas que pueda y deba cumplir: pocas, claras y adaptadas a cada edad.

–  Estimular y apoyar su aprendizaje. Fomentar su autonomía desde pequeño para las actividades cotidianas, como vestirse, lavarse o comer. No se les debe dar todo hecho. Es bueno que poco a poco vayan teniendo sus responsabilidades.

–  Escuchar y dialogar con los hijos desde pequeños. Mostrar interés por su mundo, adaptarse a los cambios normales de cada edad y aceptarlo y valorarlo como es: único y diferente a los demás.

–  Transmitirle seguridad, tranquilidad, confianza. No fomentar sus miedos artificiales, apoyarle y ayudarle a entender sus propias emociones. Así se fortalecerá su autoestima, su motivación y capacidades.

–  Permitirle ser un niño. No hacerles partícipes antes de tiempo de las preocupaciones de los adultos. Pero no se les debe ocultar los hechos importantes de la vida. Enseñarle y ayudarles a entender que la enfermedad, el dolor o la muerte existen y forman parte de ella.

–  Favorecer las relaciones con la familia y los amigos. Lo acompañarán a lo largo de su vida. Ayudarle a ponerse en el lugar de los otros. Aprenderá a convivir y amar.

Damián Montero

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