Los adolescentes necesitan comprobar que los adultos también tienen defectos. Como cada vez son más conscientes de sí mismos, de sus cambios y de sus problemas, puede producirles angustia y seguridad. Si se miran a sí mismos, ven fallos por todas partes, nada les sale bien… Pero, de pronto, un día observan algo que les llena de esperanza: pillan a su padre bebiendo leche directamente del tetra brik: «¡Qué guarro!»; o pescan a su madre con un pantalón vetusto: «¡Qué hortera!».
Halcones en casa: en busca de los errores de los padres
Vigilan con ojos de águila cualquier pequeño detalle que irradie imperfección. Un atisbo de error en los padres y el aguijón de la crítica, la mofa o el escarnio ataca sin piedad. Les resulta muy tranquilizador comprobar que se pueden permitir el lujo de tener defectos. Los adultos también los tienen y ahí están, tan contentos.
Dentro del proceso normal de maduración, los hijos han de aprender a desidealizar a sus padres y a quererlos como son, aún con defectos (que todos tenemos): es un aprendizaje básico en todos los ámbitos de la vida. Quizá sea un viaje doloroso, quizá se avergüencen de sus padres, quizá mezclen sus prejuicios infundados con juicios equivocados, quizá no seamos perfectos… pero la recompensa final merece todo el esfuerzo. Al acabar la adolescencia, podremos hablar de tú a tú con los hijos, se habrá creado una relación distinta, la mayoría de las veces más cercana, íntima y rica. Lo que tendremos que haber conseguido que esos conflictos no hayan producido cicatrices profundas y permanentes.
¿Provocamos los padres estas críticas?
Y es que a veces, somos nosotros quienes provocamos este tipo de situaciones y críticas. Como afirma Susana: «Me dicen todo el día que no hable por teléfono y mi madre se pasa horas charlando. ¡Insólito!». O otra chica: «¿Mi madre? A veces la mataría. ¿Sabes lo que hizo el otro día? Cuando estaba con mis amigas en mi cuarto viendo un video bestial, entró en la habitación sin llamar ni nada y ¡¡¡se puso a bailar con nosotras!!! ¡Me entró un ataque…!». Quizá podamos exacerbar los problemas por el tipo de autoridad que hemos ejercido con nuestros hijos.
Hemos de ser más conscientes de su nueva etapa, pero hay que seguir ejerciendo la autoridad, pues necesitan las reglas y unos referentes claros para su conducta. Sería un mal ejercicio de la autoridad si somos:
– Padres rígidos y autoritarios que no dejan espacio para que el hijo plantee su punto de vista, provocan por lo general situaciones de insolencia. Esa es la forma que tiene el hijo de expresar su hostilidad porque sus padres no les dejan ser él mismo, no le dejan crecer.
– Padres que dan «rienda suelta», que dejan a sus hijos hacer lo que quieran, también producen en los hijos reacciones de tipo insolente. Un padre que no ejerce su autoridad, que no quiere dar la batalla, tarde o temprano se verá enfrentado a un hijo que no le respeta… precisamente porque él no se hizo respetar. Pero también es la forma que tiene de expresar su enfado por la sensación de abandono que siente en lo más profundo de sí.
Los padres sobreprotectores quizá se enfrentan a menos insolencias, pero es porque tienen hijos «aguados» que no están viviendo el proceso de independencia y autonomía necesarios para llegar a la adultez.
Dónde está el límite de las críticas de los adolescentes
Aunque las tensiones con los padres sean normales, lo que no podemos permitir son las insolencias, es decir, que no respete la relación de jerarquía. Los padres seguimos siendo nosotros y no pueden faltarnos el respeto. Muy seguramente, en medio de una discusión típica a estos años, se oirán auténticas barbaridades («ojalá te mueras», «ojalá hubiera tenido otra familia»). No es el momento de entrar al tema pues nuestros hijos son verdaderas bombas de sentimientos y hemos de tener claro que no quieren decir lo que expresan.
Con las aguas calmadas sí se puede hablar de ello. Quizá, la televisión puede presentar modelos negativos, pero, a la vez, atractivos para el joven. Se trata de aquellos que, siendo contestatarios a la autoridad, aparecen como triunfadores. Igual ocurre cuando en el grupo de amigos, el líder es el insolente, el que desafía al profesor, a los demás, etc.
También la intransigencia cerrada de los padres es muy peligrosa, pues puede llevar al adolescente a actitudes de rebeldía, como criticarles en público. No es que lo quieran hacer o lo piensen de verdad, sino que es la manera que tienen de devolver su rabia a sus padres.
La importancia del ejemplo de los padres
Ciertamente resulta muy doloroso escuchar de un adolescente frases como «mi padre es un hipócrita», o «me han tenido engañado», u otras semejantes. Y a veces se escuchan. Porque a veces lo dicen y tienen razón.
Hemos de pensar si damos ejemplo como padre o como madre. Como dice un chico de 16 años: «Me doy cuenta de que en la relación padre-hijo, a uno se le impone la obligación de contarlo todo, en cambio ellos a uno no le cuentan nada, uno es poco partícipe de sus cosas». Lo que más quema es la falta de coherencia. No usemos de la astucia o la mentira para lograr obediencia, para evitarnos una molestia, para no quedar mal.
Educar para evitar mentir o falsear
Los padres deben saber que no darán un solo paso efectivo en la educación si nuestros hijos perciben doblez, falsedad o fingimiento en lo que decimos o en lo que hacemos. Hemos de enseñarle a:
– Saborear la alegría de saber rectificar, de mejorar su criterio, de decir cuando sea preciso tienes razón, no había caído en eso, o perdona, me equivoqué, o cosas semejantes.
– Saber pedir perdón y aceptar la culpa, o admitir los propios fallos.o Que comprenda que cuando consigue algo por medio de la mentira, lo ha pagado demasiado caro.
– Ser valiente y evitar escapar de un mal gracias a una mentira, porque debe saber que ha caído en otro mal peor, que surge cuando a pesar de haber conseguido así la admiración y el honor ante los demás, ha perdido el honor ante el tribunal de su propia conciencia.
Ricardo Regidor
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