Las personas vivimos, actuamos, pasamos y decidimos. Y, en ese vaivén, acertamos y cometemos errores. Todo sirve en el aprendizaje y en la educación. El futuro de nuestros hijos se apoya en el presente que vivimos junto a ellos, en su actuar diario.
Cuando un niño actúa mal, tenemos que diferenciar si se ha dejado llevar por el capricho o lo ha hecho sin querer. En el segundo caso, nuestro perdón y nuestro abrazo bastarán en su aprendizaje. Ante el capricho, y siempre con nuestro amor, le mostramos nuestro disgusto y le explicamos la razón, en el momento oportuno. Con eso basta.
Hay muchas posibilidades de un incendio en el alma de los niños, pero el afecto que les damos deja siempre una marca que inunda a la persona de paz y sosiego tanto en el fracaso como en el éxito personal. Que palpen el cariño, porque sin amor, sin aprecio, no aprenderán nada.
Cómo ayudar a que reconozcan sus propios errores
Para ayudar a nuestros hijos a reconocer sus propios errores necesitamos distinguir las personas de las acciones. Lo que han hecho estará más o menos mal, pero ese acto no les convierte en malas personas. Ellos son buenos aunque lo que hicieron no estuvo bien.
Los errores son fuente de mejora, son positivos, son oportunidades para aprender y para crecer, son momentos gratamente educativos. En ocasiones, habrá consecuencias negativas si sus actos no fueron acertados, pero esas consecuencias nunca impedirán el diálogo, escucharles, que se sientan cómodos hablándonos de los motivos que les ha llevado a actuar de esta o de aquella manera.
El diálogo con los hijos cura su corazón
En nuestras conversaciones llenas de afecto, de atención, de comprensión y de conocimiento de nuestros hijos, les mostramos un maravilloso sendero donde se sienten amados, queridos y estimados, no por lo que hacen sino por lo que son. Les abrimos un mundo interior en el cual ellos piensan, reflexionan, toman decisiones, descubren su error, admiran la verdad… y piden perdón, aceptan ser perdonados, y su voluntad está lista para recomenzar de nuevo, desandar lo andado e ilusionarse con ser mejores.
En una época como la que estamos viviendo, en la que los medios de comunicación son la falsilla donde se apoya absolutamente todo lo que hacemos y pensamos, nuestros hijos pueden sentir la soledad más agresiva, que es sentirse solos ante sus propios errores.
Nuestra mirada y nuestra conversación con las que aprendemos a escucharles, donde les encauzamos para que busquen sus propias soluciones, donde les explicamos el juego de la responsabilidad, donde les abrimos nuestra puerta, nuestra vida, nuestra experiencia… son el lugar propicio para instruir su inteligencia y su voluntad hacia el bien.
Nuestro perdón a los hijos sana su tristeza y les anima a recomenzar de nuevo. Una frase, una palabra, una mirada de complicidad, un elogio positivo, un «tú eres un campeón», crean una actitud positiva de satisfacción y de confianza que les impulsa a quererse mejor. Reforcemos el noble acto de nuestros hijos cuando nos piden perdón con palabras de elogio y de cariño.
Inmaculada Villalobos. Profesora del Colegio Orvalle (Madrid)
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