Los padres se enfrentan en estas fechas a las primeras salidas de sus hijos sin su supervisión. Estos días suponen una experiencia inolvidable para los jóvenes, ya que marcarán el fin de una etapa y el paso hacia una nueva, más adulta y madura, pero también un dilema para los padres.
Los aeropuertos y estaciones de tren se llenan en estas fechas de grupos de jóvenes, con mochila o con maleta y con presupuestos limitados, dispuestos a embarcar, y no solo en un medio de transporte. Nuestros hijos ven en ese primer viaje con amigos una suerte de billete hacia la vida adulta y hacia la independencia que da la mayoría de edad, al menos en teoría.
Los jóvenes se toman esos días con los amigos como un premio y una recompensa por el esfuerzo del curso académico. Muchos querrán marcharse al terminar Bachillerato, como si se tratase de un paso previo a la Universidad. Otros aprovecharán los primeros veranos como universitarios, cuando aún no puedan hacer prácticas en empresas y todavía dispongan de dos largos meses de vacaciones.
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Por eso, una vez superada la prueba de los estudios, muchos deciden escaparse unos días a la casa en la playa, visitar alguna capital europea o recorrer el Viejo Continente en tren, sin olvidar tampoco a los que pueden permitirse rutas más exóticas. Eso sí, el plan no incluye padres. Para algunos jóvenes será la primera vez que viajen al extranjero, otros ya habrán estado de viaje con el colegio o en algún curso de idiomas en verano, pero todos compartirán la sensación de ser responsables de ellos mismos.
Sin padres, sin profesores y sin monitores
El problema ahora lo tenemos nosotros. ¿Los dejamos? ¿Nos negamos en banda? ¿Sabemos qué van a hacer? ¿Nos fiamos de ellos? ¿Debemos fiarnos de ellos? La idea de viajar sin padres está en la lista de cosas por hacer de los jóvenes cuando alcanzan la mayoría de edad.
La idea de viajar sin padres nos aterra cuando alcanzan la mayoría de edad. Para ambos es un cambio y es normal que provoque vértigo.
Muchos padres pueden pensar que esos días son sinónimo de fiesta, alcohol y resaca. Otros verán a sus hijos como niños y no les imaginarán capaces de valerse por sí mismos en otra ciudad o en el extranjero. Sin embargo, ese viaje puede convertirse en la ocasión perfecta para demostrar la confianza mutua que se ha trabajado y desarrollado durante los últimos años.
La psicóloga y profesora Ana Jiménez asegura que ante esta situación conviene «dejar a un lado las actitudes sobreprotectoras» y decantarse por «poner a prueba la educación que han recibido los chicos en sus familias». Por primera vez serán responsables de sus actos y es esta autorresponsabilidad la que marca «la transición de la adolescencia a la edad adulta joven, fundamental para que el joven afronte, con ciertas garantías de éxito, el paso a la Universidad o al mundo laboral», apunta Jiménez.
Lección de confianza entre padres e hijos
Los padres, al permitir que sus hijos viajen sin su supervisión, demuestran que confían en ellos, en su madurez y en su comportamiento como adultos. Los hijos sentirán así la responsabilidad que implica crecer y deberán mostrarse a la altura de las circunstancias.
Jiménez describe este viaje como una «analogía del cierre de una parte importante de su vida y la apertura de un futuro que, en ocasiones, genera una gran incertidumbre en el joven, aunque más adelante todo cuadrará». Por eso, es importante que sientan respaldo, a pesar de que la primera reacción familiar sea la negación o el escepticismo.
La psicóloga explica que la relación de confianza con los hijos atravesará dos fases: «Una primera antes de salir de viaje, en la que tanto padres como hijos tantean la situación para ver hasta dónde pueden confiar unos de otros, y una segunda fase tras el viaje, en la que se analizan los comportamientos reales del joven en su primer viaje por su cuenta, de cara a comparar la expectativa previa con la actuación real».
Las lecciones que aprenderán en ese viaje tanto padres como hijos son múltiples y empiezan en casa. Hasta ahora, los padres habían actuado como responsables de sus hijos: se habían encargado de elegir las fechas de las vacaciones familiares, hacer la reserva, pagar y puede que también les hicieran la maleta. Ahora, son ellos los que eligen cuándo se van, dónde, cuánto cuesta y con quién. Todos estos interrogantes esconden detrás respuestas que demostrarán sus gustos e intereses.
Aprender a gestionarse
El viaje será con amigos y eso implica un grupo de personas que debe ponerse de acuerdo. Fechas, destino y alojamiento son los temas principales que deberán discutir y, sí, la discusión entre los jóvenes puede propiciar algunos enfados que incluso provoquen amenazas de abandonar el plan. De esta manera, aprenderán a respetar las decisiones de los demás, ceder si el resto quiere otro destino y expresar sus opiniones y preferencias.
Por otro lado, la elección del lugar puede hacerse en función del precio o de los intereses. En cualquier caso, acabarán buscando información sobre los monumentos que visitar, el clima, las ciudades cercanas o la cultura y, además, lo vivirán. Una forma de complementar sus estudios de los últimos cursos.
El precio condiciona siempre los viajes de todos los bolsillos, pero mucho más el de los jóvenes. Los hoteles familiares con todo incluido y buffet en el desayuno quedan completamente descartados. La búsqueda de vuelos, trenes o autobuses, sumado al alojamiento, les descubrirá el coste de la vida y aprenderán a valorar más lo que habían disfrutado hasta entonces.
Además, es probable que un chico o una chica joven carezca de ingresos o que sus ahorros no sean suficientes para costearse el viaje. Aquí aparece el dilema: cancelar el plan, pedir dinero a padres y abuelos o trabajar. La primera opción no suele gustarles mucho, así que suelen decantarse por alguna de las otras dos. Habrá familias que puedan permitirse ese desembolso o que entiendan ese viaje como un regalo a su hijo, pero habrá también quien no pueda o no quiera hacerlo.
Por tanto, se puede aprovechar este contratiempo para enseñar al joven a costearse sus gastos y caprichos. Los trabajos temporales abundan en verano, por lo que no les resultará difícil encontrar un establecimiento en el que echar unas horas diarias para ganar el dinero que necesitan. Además, también existen otras opciones como dar clases particulares o cuidar niños. De esta manera, conseguirán pagarse el viaje y cumplirán con los deberes de cualquier adulto que trabaje.
No obstante, si las ganas de viajar y dejar atrás el estudio son incontrolables, las fechas elegidas para el viaje comenzarán inmediatamente después del temido examen de acceso a la universidad. Esto complica un poco más la idea de trabajar para conseguir dinero, pero se les puede adelantar la cantidad que necesitan en concepto de «préstamo» y obligarles a que lo devuelvan poco a poco a lo largo del verano.
Noelia Fernández Aceituno
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