Define el diccionario de la Real Academia Española la responsabilidad como la capacidad existente en todo sujeto para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente. Y como todo acto que se realiza en un entorno familiar y social, sus repercusiones afectan a todos los que nos rodean.
Al igual que nos preocupamos porque nuestros hijos tengan la mejor formación académica, nuestra aspiración como padres y educadores, por lo que respecta a la responsabilidad, debe ser que la adquieran y la ejerzan de forma progresiva. El que todos los miembros de la familia o del grupo educativo que forman alumnos y profesores cumplan sus obligaciones con responsabilidad en el hogar o en el colegio, respectivamente, debe ser nuestro reto y la mejor forma de garantizar el gran beneficio que supone para todos.
Enseñar responsabilidad a nuestros hijos es prepararles, con información y recursos, para adoptar decisiones libres y personales y asumir las consecuencias que puedan derivarse de ellas, especialmente si esas decisiones no han sido las más acertadas. Como todos tenemos claro, la mejor enseñanza es el ejemplo. Nuestros hijos tendrán más fácil asumir qué es la responsabilidad si nos ven ser buenos trabajadores, buenos hijos o hermanos de nuestra respectiva familia, y, por supuesto, buenos educadores.
Esto implica involucrarse profundamente en todo lo relacionado con la educación, recordando, precisamente ahora que hablamos de responsabilidad, que es nuestra, de los padres, y que el colegio es el gran apoyo en esta tarea, no el delegado para llevarla a cabo.
Responsables en la familia
Cada miembro de la familia es importante, insustituible y diferente a los demás: todos contribuyen al bien familiar y, por ello, todos son necesarios. Cada uno ha de asumir de manera natural sus responsabilidades, según su edad y capacidad. La familia somos todos y cada uno contribuimos de una manera humana, natural y espiritual, siempre partiendo de la base del ejemplo de los padres y demás miembros de la familia.
Es precisamente en la edad más temprana donde es clave el factor imitación de unos modelos y el establecimiento de unos hábitos de conducta, en el cuidado personal y en pequeñas tareas del hogar. En este sentido, la virtud del orden va muy unida a este objetivo, que se comparte con el desarrollo de la autonomía personal. Según se avanza en la edad, junto a la potenciación de esos esbozos de orden y autonomía, comienza a cobrar importancia la conciencia sobre esa independencia a la hora de tomar decisiones. No es simple obediencia. Se debe animar a los niños a tomar decisiones, llevarlas adelante y asumir todo lo que puede venir detrás de esa decisión. Se evitan, de esta forma, las conductas caprichosas más vinculadas al bienestar de cada momento.
Los encargos y la sobreprotección
Después queda un aspecto difícil por nuestra parte, que es asumir realmente que los encargos los deben realizar solos. A veces es lo que más nos cuesta a los padres, que nos podemos llegar a ‘perder’ en un exceso de sobreprotección. Será mucho más gratificante comprobar cómo ellos pueden sacar adelante sus responsabilidades, y buen momento ese para felicitarles si lo han hecho bien o han puesto todo su empeño, o corregir, de forma objetiva y con ánimo didáctico, cuando el resultado no haya sido el óptimo. También, cuanto más les vayamos haciendo partícipes de todos los avatares de la vida familiar, más conseguiremos que se involucren en ella.
Por el contrario, hay otras cosas que debemos evitar, como las comparaciones entre hijos, generarles desconfianza o temor con ciertos comentarios o descalificaciones de su trabajo, ver a los hijos solo como sujetos de órdenes o excedernos en la sobreprotección. Y por supuesto, manifestar ante ellos siempre el acuerdo entre padre y madre, y entre padres y colegio.
El intento de consecución de estas pautas será el camino a través del cual iremos fomentando el desarrollo de la responsabilidad personal y haciendo que los hijos sepan tomar las decisiones ‘libres’ que requiera cada situación, entendiendo precisamente por libertad esa capacidad de elegir lo correcto. Generaremos también un espíritu de solidaridad y colaboración con los demás, primero por respeto hacia ellos y luego, más en profundidad, por la entrega y amor hacia nuestros semejantes.
Para terminar, quiero hacer especial hincapié en la necesidad de destacar el aspecto del beneficio común e intentar hacer ver siempre el lado positivo del ejercicio de la responsabilidad. No podemos conformarnos con transmitir que la responsabilidad forma parte del cumplimiento de unas reglas, sino que es un elemento importante para el correcto desarrollo integral de la persona y un factor transcendental para el bien de todos, a través del fomento de la perseverancia para conseguir las cosas, el respeto y la colaboración con los demás.
Margarita Pavía. Profesora del Colegio Orvalle, Madrid
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