La edad ideal para fomentar la responsabilidad se da entre los siete y los doce años. Antes de esa edad, hay que ir preparando el terreno y hacerle crecer en autonomía personal. La responsabilidad supone tener asumidas las normas y deberes que hay que cumplir y realizarlos porque uno quiere, no porque así estén impuestos. Es evidente que los niños no nacen responsables, sino que, como casi todo, ha de aprenderse en la convivencia familiar.
Comenzar a ensayar y ejercer la responsabilidad
En los primeros años, el juego es parte fundamental de su desarrollo. Ahí pueden entrar tareas como recoger sus juguetes, que necesariamente, en las primeras ocasiones, realizarán en compañía, para enseñarles cómo y el porqué de esa acción.
La puesta o retirada de la mesa de desayunos, comidas o cenas es otra tarea básica con la que comenzar el aprendizaje, así como otras recogidas como la de los papeles u otros objetos. Si estos pequeños trabajos se sistematizan y se convierten en encargos permanentes, desarrollaremos la responsabilidad del niño y la conciencia de que forman parte de un «engranaje» familiar en el que pueden colaborar de forma activa.
Naturalmente, en todo el proceso requerirán nuestra ayuda, que debe estar presente siempre con un fin educativo. Está claro que si estas tareas las hacemos nosotros, probablemente se terminarán antes y estarán mejor hechas, pero no habremos enseñado nada útil.
Encargos ideales para hacer responsables a los niños
Un poco más mayores, pueden seguir realizando estas mismas labores, pero abandonando de forma paulatina la supervisión adulta. Deben empezar a diferenciar sus propios encargos y discernir cuándo, en su cumplimiento, están realizados de forma satisfactoria.
Estamos ya en los 4 o 5 años. Puede ser buen momento para iniciarse en hacer su propia cama, o en el aseo personal y vestirse de forma autónoma. Más que lograr la perfección en estos trabajos, lo que se debe pretender es que vayan adquiriendo el hábito.
Con algún año más se puede ir aumentando el nivel de ‘responsabilidad’ de los encargos, como el orden completo de su habitación o culminar las tareas ya casi sin intervención adulta.
Con el inicio de la etapa escolar de Educación Primaria, comienza a cobrar importancia el trabajo relacionado con la formación personal. Sobre todo, en estos primeros años es vital la creación del hábito de estudio y el fomento de la responsabilidad que se deriva de ello. Para los niños, estudiar forma parte de su ‘quehacer profesional’ (cada uno a su nivel), y es positivo que comiencen a conocer las derivadas de su desempeño. Si se esfuerzan, cada uno en la medida de sus posibilidades, deben ver el fruto: un trabajo bien hecho. Y, por el contrario, si no lo realizan con responsabilidad, también deben comenzar a aprender a afrontar las consecuencias.
Del resto de tareas domésticas, según se avanza en edad también se puede ir progresando en la complejidad de los encargos, que pueden llegar, ya en los doce años, por ejemplo, a ejercer de «cuidadores o canguros» de sus propios hermanos en pequeños espacios de tiempo. Vamos adoptando conciencia también de que la responsabilidad no es un tema exclusivamente personal, sino que se extiende y afecta a más personas.
Todos estos pequeños ejemplos de aprendizaje de la responsabilidad deben ser puestos en práctica teniendo muy claras algunas premisas básicas. Ya hemos hablado de que los padres seremos modelos de referencia para la actuación de nuestros hijos, y que sus encargos deben estar ajustados a su edad.
Otro aspecto importante es la señalización de límites o acciones que no deseamos que ellos lleven a cabo, y el establecimiento de unas reglas claras de comportamiento, pocas pero «cristalinas'».
Margarita Pavía. Profesora del Colegio Orvalle, Madrid
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