La etapa propia de las rabietas suele oscilar entre los dieciocho meses y los dos o tres años. Como toda etapa, no debe preocuparnos en exceso porque sabemos que tiene un principio y un final. Eso sí, siempre y cuando se trabajen con acierto. El reto: conseguir corregir esas conductas desadaptada para que aprendan a vivir en sociedad.
Las rabietas se producen porque el niño empieza a desarrollar su personalidad y a tener más claro qué es lo que quiere. Hasta entonces eran bebés que, de alguna forma, se dejaban llevar por lo que nosotros les íbamos dando y pidiendo. En cambio, en este momento, ya son capaces de tener criterio. Saben qué les gusta más y luchan por conseguirlo.
Druante una rabieta se produce una mezcla entre desarrollo de la identidad personal y el reconocimiento de los propios intereses en un momento de falta de madurez y de estrategias. El único interés que tiene el niño es lograr lo que quiere, sin saber si lo que quiere es bueno para él o no, o si es el momento adecuado o si la forma en la que lo está pidiendo es la correcta.
Objetivo de las rabietas: lograr lo que quiere
Cómo actuar: paciencia y aguante
Generalmente, lo que mejor funciona es ignorar la conducta a pesar de que las circunstancias sean complicadas para nosotros. Esto consiste en ser capaces de decirles «no» a aquello que nos están pidiendo y, ante su respuesta de enfado, no volver a mostrarles ninguna atención ni más explicaciones de las ya dadas en el momento que les hemos dicho «no».
Ellos tienen una capacidad de aguante que a veces sobrepasa nuestra paciencia. Pueden estar un largo tiempo en esa situación de enfado, rabieta o bloqueo que hace que llegue un momento en el que no son conscientes de por qué están enfadados, simplemente su enfado va a más y nuestro límite de paciencia va a menos. Pero es importante, en este momento, tener la capacidad de relajarnos y centrarnos en otra cosa para que no consigan sacarnos de nosotros mismos o desquiciarnos hasta que el niño, finalmente, deje de actuar de ese modo y también se centre en otra cosa.
Ante todo, lo fundamental es ser capaces de aguantar hasta el final porque algo que sucede de manera muy habitual es que al principio se aguanta todo lo que se puede pero llega un momento en que no se puede más y se les da atención. Y ese es justo el objetivo contrario a lo que estamos persiguiendo. Cuando esto ocurre, el esfuerzo de aguante no ha servido para nada.
Si vemos que, por el carácter del niño, cuando se enfada y coge una rabieta tiende a enfurecerse cada vez más de forma muy excesiva y llega a lo que denominamos pedagógicamente un bloqueo emocional o un bucle de conducta desadaptada, podemos plantear la opción de tratar de relajarle y despistarle sin darle atención a aquello en lo que estaba reclamando. Así, no volvemos a nombrar eso que demanda ni a darle ninguna explicación más.
Generalmente, lo que mejor funciona en estas situaciones es acercarnos, abrazarles, acariciarles, consiguiendo de este modo que se relajen y, posteriormente, ofrecerles que hagan algo que les pueda gustar o les genere interés o presten atención a otra cosa. De esta manera se olvidan eso en lo que estaban centrados y empiezan a comportarse bien. Esta medida únicamente funciona si previamente se ha trabajado de manera constante y si se ha repetido la pauta anterior de ignorar la conducta. Es decir, primero debemos trabajar durante un tiempo el ignorar la conducta para que vean que no consiguen lo que quieren.
Una vez esto se ha trabajado y hemos conseguido varias situaciones de éxito por nuestra parte, para empezar a moldear su conducta, podemos emplear esta medida. A esto le añadimos un objetivo nuevo de enseñarles a relajarse ante una situación de rabieta y perseguir que se comporten bien o que tengan conductas positivas, que no estén todo el tiempo enfadados y haya un clima más agradable en casa y una relación entre padres e hijos más equilibrada. Es peligroso caer en un constante «no» y, por lo tanto, en una rabieta y enfados constantes.
Cuando no podemos ignorar sin más
A pesar de todas estas pautas, pueden darse otras situaciones en las que sea realmente inevitable prestar atención a la rabieta porque puede haber un riesgo o porque la situación en la que estamos nos compromete. Si esto es así lo que debemos hacer en este momento es no tanto darles aquello que nos piden sino ponernos serios, cogerles, mirarles a la cara y decirles: «aquí no te lo voy a permitir» y no dar ninguna explicación más.
Normalmente, suelen intentarlo y actuar con algo de agresividad en esta situación pero, en cierta forma, ahí es donde debemos mostrar autoridad y donde se puede ver nuestra superioridad. Si se hace con firmeza suelen parar porque les bloqueamos. Generalmente se quedan callados y serios pero por lo menos estamos logrando que ya no estén poniéndonos en compromiso ante otras personas.
Una vez que salgamos de ese contexto será cuando podremos hablar con ellos diciéndoles que no está bien cómo se han comportado para que aprendan que ante sus intereses propios o personales puede estar el respeto a los demás. Estas situaciones debemos analizarlas muy bien y deben darse en pocas ocasiones. Debemos preverlo, adelantarnos y ser conscientes de que hay que aguantar todo lo posible.
Las rabietas son una etapa natural en el desarrollo propio del niño. Pensar que no se van a producir puede ser engañarnos porque, con independencia del carácter del niño, acaban apareciendo en mayor o menor grado. Es por esto que es interesante tenerlo en cuenta y estar preparados para saber cómo debemos actuar llevando a cabo las pautas mencionadas.
Es imprescindible tener en cuenta que si no se trabajan las rabietas de este modo se puede conseguir desarrollar un carácter peligroso en los niños, sobre todo en etapas posteriores. Si se las permitimos, les estamos enseñando a ser caprichosos porque tienen lo que quieren en el momento que quieren. No saben comportarse de forma adecuada ni respetar a los demás, tanto con la familia en casa como con el resto de personas del exterior, además les creamos una falsa idea del mundo porque pensarán que pueden conseguir todo lo que quieren. Cuando crezcan, recibirán la negación que les teníamos que haber otorgado nosotros pero no estarán preparados porque nunca la habrán recibido anteriormente.
María Campo. Directora NClic
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