A partir de los 12 ó 13 años, nuestros hijos quieren, necesitan y buscan un grupo más o menos estable de amigos, con los que en principio pasárselo bien y que les sirve como válvula de escape; que son referencia para no sentirse tan extraterrestres, para hablar con alguien que utiliza su mismo lenguaje, en definitiva, compañía con la que se sienta más identificado, mimetizado y a quien por lo general no debe dar explicaciones de si quiere hablar o callar, si quiere oír música con sus cascos o reírse de cualquier cosa que, por supuesto, «los mayores no pillan».
¿Cuál es nuestro papel como padres?
El de siempre, en cualquier momento y en cualquier lugar: acompañar, sugerir, consolar, escuchar, preguntar y, todo esto, ejerciendo con elegancia y suavidad nuestra autoridad. Sinceramente, creo que este es un aspecto de la relación con nuestros hijos adolescentes que más puede minar, por este orden: nuestra autoridad, nuestra comunicación y nuestra posibilidad de proporcionarles la seguridad personal que tanto necesitan.
¿Os acordáis en sus primeros años? ¡Qué rabietas más descomunales porque no se salían con la suya! Les quitábamos lo que más les gustaba, las chuches, la televisión, la cartera de mamá o de papá… Y, sobre todo, llegábamos al colmo de la inhumanidad cuando impertérritos a sus gritos y lloros les quitábamos unas tijeras o los alejábamos de los enchufes.
Pues la cosa no cambia demasiado, o sí. Las chuches es el móvil, la televisión sigue siendo la misma, la cartera de papá o mamá se transforma en una conexión a Internet; las tijeras son una «libertad descontrolada» y los enchufes los hábitos poco recomendables. Pero claro, ahora nuestros «niños» no tienen 1, 2 ni 3 años. Razonan, aunque se equivoquen, y las rabietas en muchos casos no duran minutos. ¿Qué hacemos?
Educar en la responsabilidad, la mejor opción
En primer lugar, relajarnos. Que nuestros hijos adolescentes nos pidan salir con sus amigos, chicos y chicas, es NORMAL y bueno, si lo afrontamos con determinadas actitudes por nuestra parte.
– En la medida de lo posible ANTICIPÉMONOS. Vayamos invitando a sus amigos y amigas a casa. Dejémosle espacio, no espiemos y demostrémosle nuestra confianza en su ejercicio de la libertad. Conozcamos a las familias de sus amigos, sobre todo sus criterios educativos. Con naturalidad busquemos la ocasión de hablar con ellos y dejar también que nos conozcan. Las primeras pandillas surgen entre las personas con las que el chaval trata habitualmente, compañeros de colegio, vecinos, conocidos del lugar de veraneo, del grupo scout, del conservatorio, del equipo de fútbol, de baloncesto*, por tanto, en nuestra mano está invertir tiempo y ganas en conocer a las familias de los amigos de nuestros hijos e hijas.
– Cualquier aprendizaje es gradual. Nadie puede pasar de 0 a 100 en el primer intento. Y para que éste sea auténtico y se pueda interiorizar no hay que saltarse ningún paso. En este momento nuestros chicos y chicas no saben esperar, necesitan la gratificación inmediata, sentirse dueños de su vida, tomar sus propias decisiones. Así pues, una vez más, la paciencia y el sentido común corren de nuestra parte.
– No impongamos de entrada nuestro criterio. Consensuemos. Pero hagámosles entender que no estamos en el mismo plano. Nosotros todavía DEBEMOS llevar la sartén por el mango y a ellos hay que recordárselo. Esto también implica que cada acción responsable será reconocida, al igual que cada comportamiento irresponsable, desafiante o desobediente debe ser penalizado.
Comunicación a tope: dales confianza
Pero no cabe duda que la forma más temida -por casi todos los padres- del verbo que conjugábamos en el título es: ‘NOSOTROS SALIMOS’. Y aquí tomemos aire. No pasemos por encima, ni nos hagamos los despistados cuando nuestra hija o nuestro hijo nos insinúen o anuncien abiertamente que «salen» con alguien. Es el momento adecuado para reeditar o empezar esas conversaciones maravillosas y muy gratificantes, que las madres con sus hijas y los padres con sus hijos debemos tener sobre el amor humano.
Es un gran error hacer creer a nuestros adolescentes que la relación más personal entre un chico y una chica es algo malo, feo o inapropiado. Ahí estamos nosotros para ayudarles a entender lo que sienten y desean en cada momento. Para enseñarles a distinguir entre enamoramiento y amor. Mostrarles cuando es el momento de iniciar una relación más íntima. Y para ayudarles a comprender todo lo que se pierden y el daño que se pueden hacer a ellos mismos si anticipan o se saltan por imprudencia, irresponsabilidad o debilidad cada una de las etapas.
Es momento (si no lo hemos hecho todavía) de leer libros que nos ayuden y darles lecturas que les formen. De animarles a llevar de ‘forma adulta’ su nueva relación.
Como dice Nieves González Rico, en su libro Hablemos de sexo con nuestros hijos (Ed. Palabra), «la vida humana se va enriqueciendo a medida que nos vamos encontrando con la realidad y se empobrece cuando tratamos a las personas como objetos, es decir, como medios para nuestros propios fines. (*) Amar a otro es la obra más inmensa, también la más difícil. Todo los demás: trabajo, aficiones, compromisos sociales, amistades, nos han de ayudar a ahondar en esta tarea, la más grande y hermosa. (*) Deseamos que nuestros hijos se preparen académicamente, aprendan idiomas e informática, estudien carreras universitarias. Pero… ¿y su capacidad de amar? ¿Y su dimensión afectiva y sexual? Pensamos, inocentemente, que se irá estructurando de modo espontáneo a lo largo de su vida. (*) Nosotros, como padres, recibimos a los hijos como un regalo. Pero, con su vida, recibimos también la responsabilidad de ser para ellos autoridad».
Cuando empiezan a salir, ¡qué no cunda el pánico!
Volvamos a recordar nuestras salidas en pandilla, lo bien que lo pasábamos y lo poco que solíamos hacer cuando estábamos juntos. Bastaba estar para divertirse.
Cada aspecto del desarrollo de nuestros hijos es una oportunidad para reforzar nuestra comunicación y nuestro verdadero amor hacia ellos. Es cansado, a veces nos asusta o tememos equivocarnos. Pero ellos siguen buscando en nosotros la referencia de los límites para actuar con seguridad. Nuestra fortaleza en mantener los criterios es su apoyo más fiable.
Hay que confiar en ellos. Dejarles que se equivoquen y cuanto antes mejor. Una herida leve (un desencanto con un amigo, una desobediencia de media hora en la llegada a casa, ir a otro centro comercial del que nos habían dicho,…) a los 13 años cicatriza mucho antes y mejor que un accidente (malas compañías, frecuentar locales inapropiados, no saber decir que no,…) a los 16.
Invirtamos tiempo y esfuerzo en conocer a los amigos y amigas de nuestros hijos, y en la medida de lo posible a sus familias. Expliquémosles que no queremos fiscalizar a nadie. Simplemente que actuamos del mismo modo que cuidamos su salud: nunca les daríamos a comer un fruto, una seta o un trozo de carne, o les daríamos a beber un líquido desconocido, sin asegurarnos que no es perjudicial para ellos, es más, sin saber que es beneficioso para su salud.
Marisol Nuevo Espín
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