Monstruos detrás de los armarios, brujas con verrugas en la nariz y el hombre del saco son algunos de los «peligros imaginarios» que acechan a nuestros hijos en su dormitorio cuando se quedan a oscuras son innumerables, tantos, que muchas veces no pueden dormir o sufren terribles pesadillas cuando lo consiguen. Al final, ni descansan los niños ni permiten que sus padres lo hagan, pero una buena dosis de cariño, paciencia, y unos cuantos consejos pueden paliar este problema.
La visión cómica y adorable de los montruos que se esconden en los recovecos del dormitorio en algunas películas de animación ha contribuido a que muchos niños se tranquilicen a la hora de irse a la cama, pero todavía permanece la amenaza del coco, del hombre del saco, del ogro, de los fantasmas…
La lista de temibles personajes que la sociedad ha inventado para aterrorizar a los niños es infinita, pero lo peor del asunto es que casi siempre son los más pequeños las víctimas de estos personajes ficticios, que su imaginación vuelve reales: según los estudios, uno de cada tres niños tienen miedo en la oscuridad.
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Las noches pueden convertirse en un verdadero infierno para nuestros hijos que, o bien no pueden pegar ojo pendientes de la sombra que forma el ropero detrás de la puerta -un enorme ogro acechante para ello- o, cuando consiguen conciliar el sueño, sufren terribles sueños que no les permiten descansar.
Pesadillas y terrores nocturnos
Las pesadillas que genera el miedo a la oscuridad suelen afectar niños de tres a seis años y por lo general desaparecen cuando cumplen los nueve. Normalmente, su contenido es amenazador para el niño: alguien le persigue para hacerle daño, no corre lo suficientemente rápido como para escapar, se cae por un precipicio… Estos sueños se producen generalmente en el último tercio de la noche y el niño suele despertarse y ser capaz de contar lo que ha soñado.
Pero no sólo son las pesadillas las que impiden dormir bien a los pequeños, sino que existen también otros trastornos del sueño producto del miedo, como los terrores nocturnos. Esta clase de alteraciones las padecen sobre todo los niños de tres y cuatro años -aunque pueden seguir produciéndose hasta los cinco o seis- y, en general, aparecen a primeras horas de la noche, acompañados de sudores y gritos, lloros y sobre todo, mucha angustia. Sin embargo, cuando se despierta, el pequeño no recuerda nada de lo que le ha causado el malestar, al contrario de lo que sucede con las pesadillas.
Así mismo, los problemas pueden presentarse también a la hora de acostarse, sobre todo entre los pequeños de dos a seis años. Cuando llega este momento, el niño muestra resistencia a irse a la cama y recurre a todo tipo de excusas, con tal de no hacerlo. De esta manera va consiguiendo alargar el momento y que se le dedique más atención, así como retrasar la angustia que siente cuando se queda solo en su habitación repleta de monstruos y pesadillas.
Despertares nocturnos
También puede suceder que los niños se despierten a lo largo de la noche y reclamen la presencia protectora de sus padres para conciliar el sueño de nuevo.
La falta de descanso vuelve a los niños irritables, inseguros y, a la larga, pueden encontrar dificultades para relacionarse con los demás y para rendir en la escuela.
Los nervios y el agotamiento pueden afectar a los padres, que, muchas veces, acabarán permitiendo a sus hijos que duerman con ellos en su cama. Sin embargo, muchos pediatras y psicólogos desaconsejan esta práctica, porque, aseguran, se acostumbra mal al niño y resulta más beneficioso dejarle superar sus miedos por sí mismo.
En cambio, otra serie de expertos no recomiendan ignorar las peticiones de auxilio de los niños por las noches y aconsejan acudir a su habitación para tranquilizarle -a pesar de que esto pueda suponernos un gran esfuerzo a según qué horas de la noche-. Como apunta Bernabé Tierno en su libro Los problemas de los hijos, la confianza y la seguridad paterna no impiden que los niños que sufren miedos y pesadillas desarrollen personalidades equilibradas y seguras de sí mismas. Además, según Tierno, «los padres debemos aprender a contagiar la tranquilidad y la ausencia de temores a nuestros hijos. Si un niño ve que otros niños no tienen miedo y están tranquilos y que sus hermanos tampoco manifiestan temores, terminará por seguro y tranquilo como los demás».
Ideas para no tener hijos miedosos
Está claro que, para no tener hijos miedosos, resulta fundamental que nosotros no lo seamos: no hay nada peor que un niño sea testigo día tras días de temores injustificados en las personas que los rodean.
En un plano más práctico, podemos adoptar una serie de hábitos que ayudarán a nuestros hijos a controlar su imaginación y, por tanto, vencer sus miedos. Por ejemplo, debemos evitar las películas y cuentos infantiles que relacionen a los malos con la oscuridad, las bromas desagradables o amenazas del tipo «si no te portas bien, te llevará el hombre del saco» o «como no te duermas ya, vendrá el coco». Recurrir al miedo para controlar a nuestros hijos constituye un serio error, que debemos evitar para que no desarrollen fobias y ansiedades.
Otra manera de vencer el temor a la oscuridad y la resistencia a acostarse del nuestro hijo es adoptar una rutina antes de irse a la cama: decidir y señalar en qué momento debe acostarse el niño, establecer rituales que le den seguridad y que repetiremos cada día como tomar un vaso de leche, ponerse el pijama, leer un cuento, coger su muñeco o peluche preferido…
De esta manera, conseguiremos irle mentalizando de que se acerca la hora de dormir de una manera tranquilizadora y serena. Eso sí, no debemos permitir que estos rituales se alarguen demasiado: hay que saber poner punto y final con firmeza, sin dejar que las súplicas y los arrumacos de nuestro hijo nos ablanden.
Pero, si bien los trastornos del sueño son frecuentes en los niños pequeños, en general, no deben constituir motivo de preocupación excepcional. Aunque produzcan molestias, sólo se debe consultar al pediatra si los trastornos son muy frecuentes o intensos. Poco a poco, el niño irá superando sus miedos y conciliar el sueño o descansar durante la noche ya no se convertirá en un problema para él ni, por su puesto, para sus padres.
Ya que la imaginación del niño es la causante del miedo desorbitado a la oscuridad, podemos servirnos de esta fantasía desbordante para conseguir que nuestro hijo se tranquilice: por ejemplo, podemos convencerle de que su muñeco o peluche preferido posee unos poderes ocultos que acabarían con el monstruo que se esconde debajo de su cama. Seguro que así se duerme enseguida.
Marisol Nuevo Espín
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