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El reto de conseguir que los niños nos cuenten su día

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Salen del colegio y, con el bocadillo en la mano, solo conseguimos extraer de ellos unos vagos comentarios sobre su día. «¿Qué tal? Bien. ¿Qué has hecho? Nada. ¿Con quién has jugado? Con mis amigos». Los niños no siempre son tan expresivos como desearíamos, pero hay vías para conseguir una comunicación fluida, fundamental para el bienestar de toda la familia.

La familia es el primer grupo social del niño y donde se forja la educación. La comunicación es una habilidad educable, fundamental en cualquier vínculo afectivo porque es necesaria para relacionarse. Es precisamente con la familia con quién el niño establece el principal vínculo afectivo y por tanto la comunicación.

Los padres con niños pequeños son los que más se preocupan por cómo habrán pasado el día. El periodo de tiempo que estamos separados de ellos por las largas jornadas laborales y escolares nos inquieta, sobre todo cuando la información que recibimos de nuestros hijos es bastante escueta o casi nula.

Cuando les preguntamos «¿qué tal os ha ido en el colegio?», lo máximo que obtenemos como respuesta es un escueto «bien». Sin embargo, lograr que nuestros hijos nos cuenten todo lo que necesitamos saber va mucho más allá. Significa educarles en la comunicación, lo que quiere decir que no se trata únicamente de satisfacer nuestras inquietudes, sino de crear en ellos la necesidad de expresar sus pensamientos e ideas, transmitirnos sus sentimientos, compartir y pedir información fomentando y potenciando su desarrollo interpersonal.

Trucos para que nos cuenten sus cosas

Ten en cuenta que los niños aprenden por imitación y por este motivo es fundamental crear un clima adecuado que facilite la comunicación con nuestros hijos educando desde el ejemplo. Sabemos que con los niños no vale cualquier momento para establecer una conversación.

Todos los padres tenemos el impulso de preguntar a nuestros hijos nada más salir del colegio sobre lo que han hecho. Evidentemente no es el mejor momento, salen cansados, excitados con la alegría de volver a ver sus padres, con ganas de jugar, de correr y merendar. A veces tratamos de dialogar con ellos sobre un problema cuando todavía están enfadados. Por ello, tenemos que buscar el momento del día más propicio para la comunicación. Una buena ocasión suele ser al final del día cuando el niño está más relajado.

En función de la disponibilidad de cada familia puede ser un ratito antes o durante la cena. Muchos niños se muestran más comunicativos en el momento de meterse en la cama ya que se genera un clima íntimo con sus padres a la hora de arroparles y darles las buenas noches. Tiene que ser un momento en que nosotros no estemos haciendo ninguna otra tarea para poder escucharles atentamente, con «oídos de niño» que nos permita ponernos en su lugar y comprender que aquello que le preocupa o sucede no son «bobadas» sino cosas importantes para él y, por lo tanto, para nosotros también.

Debemos dejarles terminar su exposición sin interrumpirles, escuchándoles con interés y atención. De esta manera se sentirán atendidos y aprenderán a escuchar a los demás. Debemos preguntarle por sus sentimientos, cómo se ha sentido cuando le han elegido como encargado del día, o cuando algún amigo no ha querido jugar con él.

De esta manera, no solamente aprenderán a identificar y expresar sus emociones sino que además percibirán lo mucho que nos importa lo que les sucede, cómo se sienten y verán que pueden recurrir a nosotros siempre que lo necesiten, buscando en la familia la información de cualquier tema que les preocupe o que les provoque curiosidad y tendrán la confianza de recurrir a sus padres para corroborar o completar la información que reciben de fuera.

Para no perderse

– Buscar el momento adecuado.
– Escuchar con interés.
– Dejarles hablar.
– No enjuiciar sus opiniones.
– Expresar nuestra opinión sin menospreciar la suya.
– Interesarnos por sus sentimientos.
– Discreción.

Respuestas generosas a sus preocupaciones 

Si consideramos que puede estar equivocado o que no tiene toda la razón, tenemos que darle nuestro punto de vista sin menospreciar el suyo, explicándolo con argumentos lógicos. También podemos plantearle situaciones hipotéticas que le hagan plantearse otro punto de vista o le hagan ponerse en el lugar del otro: «¿Qué hubiera pasado si en vez de ser él hubieras sido tú?» «¿Cómo crees que te hubieras sentido si*?» Es un ejercicio bastante difícil en la primera infancia pero que poco a poco irá adquiriendo.

Nuestros mensajes deben ser breves y claros, huyendo de los largos sermones en los que el niño se pierde y desconecta con facilidad. Debemos involucrarles en conversaciones familiares en las que puedan participar en función de la edad, pedir su opinión o su punto de vista y tenerlo en cuenta. Podemos compartir experiencias que nos han sucedido a lo largo del día en el trabajo o en casa despertando en él el interés de cómo nos hemos sentido. Es bueno que sepan qué hacen papá y mamá mientras ellos están en el colegio y que sean capaces en algún momento de interesarse por cómo estamos.

Se trata de hacerles también generosos en su preocupación por los demás contribuyendo, paulatinamente, al desarrollo de la empatía, la asertividad así como la capacidad de identificar las emociones y el estado de ánimo de quienes les rodean. Debemos tener una actitud positiva que propicie las ganas de estar juntos y compartir cosas. No solamente se trata de interesarnos por su situación en el colegio o los amigos, sino de charlar con ellos sobre sus gustos, el libro que se están leyendo, cantar, leer un cuento juntos, jugar, dibujar con ellos o hablar sobre un dibujo que han hecho, ver una película en familia y hablar de lo que nos ha gustado, qué personaje les gusta más, con cuál se identifican*

De esta forma, podemos conocer bien a nuestros hijos, identificar todos sus registros de manera que podamos observar cuándo pueden tener algún problema y poder hablarlo con ellos porque confían en nosotros. Por eso una premisa fundamental es la discreción y no tenemos que ponerlos en evidencia delante de otras personas traicionando su confianza. A veces tendemos a exponer tanto sus virtudes como sus debilidades y nos olvidamos que no somos dueños de su intimidad, son sus cosas y ellos deciden a quiénes pueden confiárselas.

Esta confianza y seguridad en sus padres contribuye a lograr un clima de comunicación familiar que refuerza la autoestima y la seguridad del niño, favorece los vínculos afectivos y les dota de habilidades sociales que favorecerán sus relaciones interpersonales en las diferentes etapas de su vida.

Cristina Palacios Hernando. Pedagoga

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