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Cuando los amigos de tus hijos no gustan en casa

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La influencia del mal amigo cambia la actitud de nuestro hijo a peor. Si la influencia es ocasional, normalmente no tiene importancia. Pero si es habitual puede ser grave. Por este motivo, hemos de ser cuidadosos para que se dé cuenta de que se lo decimos por cariño; si lo entiende así, habremos llegado a su interior, y esas palabras florecerán cuando menos lo esperemos.

A veces, ocurre que hace falta un pequeño o gran tropiezo para que se dé cuenta por él mismo de lo equivocado de su camino y de la mala influencia de sus amigos. Y es entonces cuando sus padres deben estar ahí.

Si no reacciona, debemos desaconsejarle la relación con aquel amigo (del mismo modo que le impediríamos que se arrojase por una ventana). El hijo puede obedecernos o no: a esta edad suelen tener tanta autonomía que realmente no podemos impedir que se siga relacionando con él, pero no por ello hay que ceder en la actitud de firmeza, ya que es un testimonio que necesitan.

Igual de importante es que nuestro hijo no se vea rechazado él, sino que entienda que no aprobamos la relación con ese amigo… Aunque conlleve pequeñas o grandes disputas en el hogar. Es probable, si no se cuestiona el cariño, que tras las crisis las aguas vuelvan a su cauce. A veces, ocurre que hace falta un pequeño o gran tropiezo para que se dé cuenta por él mismo de lo equivocado de su camino. Y es entonces cuando sus padres deben estar ahí.

Además, siempre podemos intentar distraer esa influencia con mano izquierda. En los tiempos de mayor ocio y tiempo libre, como vacaciones, quizá podamos irnos más tiempos al lugar de veraneo. A veces, también suele ser aconsejable un cambio de colegio. Y siempre, fomentar otras compañías, por ejemplo, darle dinero para ir al cine cuando va con sus primos.

Crecimiento por partida doble

No siempre procede pedir o exigir al hijo que corte su relación con el mal amigo. Hay casos en los que es más conveniente que siga con él, pero para ayudarle a mejorar como persona y como amigo. De este modo se puede conseguir una doble mejoría: la del amigo y la del hijo. La de este último es una consecuencia de vivir la generosidad con el amigo. Es también el resultado de una meta personal necesaria: ser coherente con lo que se le pide al amigo.

Los padres deberán considerar cuándo y cuándo no es prudente aconsejar al hijo que siga con el «mal amigo». Para ello es bueno pedir la opinión de otras personas (el profesor-tutor, un familiar con experiencia, etc.). Hay que despejar una posible incógnita: ¿»podrá» el hijo con el amigo o, por el contrario, será dominado por él?

Entre los amigos y tus hijos adolescentes

1. Uno de los retos educativos de esta etapa, consiste en formar hijos con personalidad y con fuerza de voluntad. Son aquellos con menos autoestima quienes más se dejan influir por los demás.

2. Procuremos no enfrentarnos siempre a los hijos en las discusiones a causa de los amigos, pues cada vez que eso ocurre creamos dos bandos entre los que se va abriendo una gran brecha. Y en el otro está nuestro hijo.

3. Hay que estar atentos a no crear conflictos innecesariamente. Si la causa de no dejarle ir a una fiesta es la lejanía, o la hora de llegada, utilicemos esos argumentos y no acabemos echando la culpa a sus amigos.

4. A veces, los adolescentes piden las cosas con sus amigos delante para hacer presión. No hay que ceder en este tema: al contrario, hay que hacerle ver que es un asunto entre sus padres y él, no para que opinen sus amigos.

5. Debemos evitar simplificaciones y reduccionismos. Buen amigo no es simplemente el que cae bien a los padres porque es simpático con ellos, porque tiene buenas calificaciones o porque es de buena familia. Un chico puede tener todo eso y ser mal amigo.

6. Hemos de estar atentos a las referencias, a pequeños indicios, a comentarios para saber si su comportamiento se está viendo influido por algún mal amigo.

Tomar decisiones sin verse presionado es casi imposible. No dejarse influir es también un arte que hay que aprender y de ahí la importancia de las habilidades sociales. Por ejemplo saber decir NO cuando realmente lo que propone un amigo no es adecuado: sin dar explicaciones, ni justificar la postura. Así se evita alargar la conversación creando la falsa expectativa de que si se desmonta la excusa, se cederá.

Ricardo Regidor
Asesoramiento: Gerardo Castillo. Doctor en Ciencias de la Educación y Subdirector del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Navarra

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