Se acerca uno de los días más importantes del año, el día de Navidad, el día en el que celebramos que ha nacido el Hijo de Dios, que se ha hecho hombre para salvarnos. Aunque en todos los momentos y en todas las épocas del año es bueno y necesario plantearnos cómo vivimos y qué sentido le damos a las cosas, este es, sin duda, un momento particularmente propicio para hacernos algunas preguntas claves y cambiar todo aquello que nos aleja de lo verdaderamente importante.
Y es que la televisión lleva semanas bombardearnos con anuncios que nos incitan a comprar más y más rápido, los supermercados se llenan de todo lo imaginable, en los buzones ya no caben más catálogos de juguetes… y nos empezamos a agobiar mientras dedicamos cada vez más tiempo a buscar la mejor decoración para la casa, el traje más bonito para las fiestas, los mejores manjares para la mesa… olvidándonos de lo que de verdad importa; y así, casi sin darnos cuenta, la Navidad pasa sin que hayamos tenido tiempo para descubrir el maravilloso regalo que tiene reservado para nosotros.
Nuestra actitud en Navidad
Es bueno que nos demos cuenta de que nuestra actitud frente a la Navidad tiene un efecto enorme en nuestros hijos. Tenemos que preguntarnos si nuestras palabras y actos refuerzan o contradicen los mensajes que les queremos transmitir. Lo que la Navidad es para nosotros lo será también para nuestros hijos. ¿Nos estresa? Entonces también estresará a nuestros hijos ¿Nos hace caer en el consumismo desaforado? También nuestros hijos experimentarán la misma sensación
¿Nos acerca al misterio de la Sagrada Familia, que se abre al misterio de Dios hecho hombre? También nuestros hijos descubrirán el verdadero corazón de la fiesta.Por ello es esencial que decidamos, con calma y con suficiente antelación, cómo queremos vivir la Navidad.
Nada hay mejor que sentarnos con nuestros hijos desde el comienzo del Adviento para profundizar con ellos en el significado de la Navidad. A la hora de hablar con ellos tenemos que tener presente que la Navidad viene de la palabra Natividad, el nacimiento de Dios en el seno de una familia humilde pero llena de fe, para salvar a todos los hombres del pecado, y para abrirnos las puertas del corazón de Dios Padre mediante la acción del Espíritu Santo en su Iglesia. Es el pilar que da sentido a estas fiestas de la familia por antonomasia y por ello tiene el poder de iluminar la vida en familia durante todo el año confiriéndole sentido y llenándola de alegría y esperanza.
Ideas para cuidar lo importante: el sentido de la Navidad
1. Si queremos que nuestros hijos vivan la Navidad con un sentido cristiano debemos explicarles y enseñarles qué se esconde tras cada celebración. Recordamos el nacimiento de Jesús con alegría, sencillez y ternura. Sirve por tanto como un modelo para otras fiestas que podamos celebrar a lo largo del año.
2. Poner el Belén en familia nos permite dejar de verlo como un mero elemento decorativo, y entenderlo como una oportunidad para explicarles a nuestros hijos el misterio de la Navidad, para hacerles partícipes de esa historia. El Niño Jesús, recostado en el pesebre, nos enseña las virtudes de la pobreza y la humildad. Los pastores que van a adorarle nos muestran cómo hay que acercarse a Dios, con respeto y amor. Los Reyes Magos que llegan de Oriente para entregar al niño preciosos regalos nos enseñan que a Jesús hay que regalarle lo mejor de nosotros mismos. El camino que recorrieron, guiados por una estrella, simbolizan la Fe y la Esperanza, que actúan como ancla y estrella en los momentos difíciles.
3. Las comidas y las cenas son una ocasión maravillosa para profundizar en las relaciones de familia. Platos hechos entre todos con delicadeza y amor, pero sin incurrir en excesivos gastos, nos permiten entrar en la lógica de la Sagrada Familia, que es la del agradecimiento por los dones recibidos. En ellas tiene que primar que compartamos un rato juntos, frente a lo formal, que todo salga bien.
4. Los regalos, elegidos con inteligencia y sobriedad, nos ayudan a comprender su verdadero significado, que es el de ser símbolos de nuestra propia entrega a los demás y sobre todo a Aquel que nos entregó su vida entera por puro amor, sin que lo mereciéramos. Y si el ahorro conseguido lo dedicamos a hacer regalos a aquellos que no pueden recibirlos por vivir en una condición de pobreza, habremos conseguido aún más. Muchas veces, el mejor regalo que podemos hacer a los demás es nuestro tiempo: a los hijos, a los familiares, a los amigos, a los pobres, a los necesitados, y ante todo a Dios mismo.
Qué alegría genera vivir bien la Navidad. Y cuántos beneficios reporta a nuestros hijos, pues la memoria de las Navidades de la infancia perdura toda la vida y es capaz de iluminar los momentos más sombríos de la existencia.
Paloma De Cendra. Psicóloga y terapeuta
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