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Más miopes cuanto más crecen

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El estilo de vida de los países desarrollados, sedentario, en entornos urbanos, con muchas horas de exposición a las pantallas, está causando estragos en los ojos de los niños. Los índices de miopía son cada vez más elevados y el futuro, poco alentador. Como cada vez la desarrollan antes, es probable que acaben teniendo un gran número de dioptrías cuando sean adultos y pueden presentar otros problemas de visión mucho más graves. Por eso es fundamental ocuparse de la miopía en la infancia.

España será gravemente miope para el año 2020. El 33 % de los jóvenes verá mal de lejos. Así se desprende del reciente estudio presentado por el Holden Vision Institute Brien. Entre las causas de esta proliferación sistemática de la miopía en los países más desarrollados están las derivadas de los cambios en nuestro estilo de vida. Se pasa menos tiempo al aire libre, más en espacios cerrados, por lo que el ojo se encuentra en menos situaciones para mirar lejos.

Se suma el abuso de la vista «de cerca», como ocurre con el ordenador y otros dispositivos digitales, y la exposición a la pantalla de la televisión tampoco ayuda. Además, los datos demuestran que cada vez desarrollan antes los problemas de visión. Y esta circunstancia supone un verdadero riesgo sanitario al que hay que prestar atención.

Los riesgos de la miopía elevada en la edad adulta

Unos niños miopes desde su más tierna infancia tienen elevadas posibilidades de convertirse en adultos muy miopes, con problemas de gran miopía y con otras consecuencias médicas derivadas de esta situación. Así, diversos estudios científicos relacionan una miopía elevada con otros problemas graves como el riesgo de desprendimiento de retina, que se multiplica por cuatro en los miopes, y llega hasta diez en los casos de grandes miopes, y con complicaciones añadidas en situaciones tan cotidianas hoy como una operación de cataratas o un glaucoma.

De modo que abordar la miopía infantil no es solo una cuestión de mejora de la calidad de vida del niño, sino una verdadera inversión en la salud del futuro adulto. Sin embargo, la sociedad no está suficientemente concienciada de los riesgos de la miopía infantil. Como explica el doctor Dimitry S. Mirsayafov, de la clínica Dr. Lens en Madrid, a esa falta de concienciación se suma la brecha que existe entre los oftalmólogos especializados en pediatría y los dedicados a adultos, de modo que no se percibe esa idea de conjunto de cómo una miopía infantil, que en principio no representa una complicación, puede suponer un grave trastorno oftalmológico en la madurez. «En algunos países de nuestro entorno ya se está empezando a dar mayor importancia al problema», añade este especialista con amplia trayectoria en Rusia.

Miopes cuando más crecen

Para este especialista, es necesario tomar cartas en el asunto cuanto antes. La primera motivación es el bienestar de la persona. Pero también hay otra fundamentación de carácter social: una población aquejada por los problemas de visión que apareja una elevada miopía tendrá que hacer frente a costes sociales y sanitarios mayores. Y como las miopías cada vez empiezan a más temprana edad, se están multiplicando las posibilidades de tener un futuro marcado por un elevado número de grandes miopes.

La solución no es sencilla. La idea de cambiar nuestros hábitos de vida, volver al campo, abandonar la tecnología y limitar el tiempo de estudio no parece factible, ni necesariamente deseable. Así que debemos contar con ese aumento de los casos de miopía infantil. Cuando llega, tampoco son muchas las posibilidades de intervención. La situación óptima es descubrir cuanto antes el problema de visión.

Aunque la vista se incluye en algunas de las revisiones del niño sano de los servicios públicos de salud, lo cierto es que muchos padres no se enteran del problema de sus hijos hasta que no empiezan a tener dificultades en el aula al atender a la pizarra. Para entonces, la miopía ya puede haber avanzando bastante sin que los padres se hayan percatado.

Salvo casos con patologías añadidas, en los niños y adolescentes se descarta por completo la opción de la cirugía, puesto que el natural crecimiento provoca que el ojo no se haya terminado de desarrollar. Las gafas y las lentillas jugarán un papel clave para mejorar la calidad de vida del niño. Incluso algunos sistemas, como las llamadas «lentillas de noche» u orto K (ortoqueratología), han demostrado su eficacia para frenar el avance de la miopía, un reto importante para evitar males mayores en la etapa adulta.

Es miope, ¿qué hacemos?

A la hora de elaborar el diagnóstico es fundamental la intervención de un oftalmólogo, puesto que la medición de las dioptrías en niños requiere siempre la dilatación de la pupila, y no basta con el resultado que se obtenga en una óptica. A partir de aquí, los padres, con el asesoramiento de los especialistas, tendrán que elegir el sistema de corrección más adecuado.

En niños muy pequeños, menores de seis o siete años, lo habitual es recurrir a las gafas. Ahora se fabrican con materiales resistentes y nada peligrosos. En niños más mayores se puede plantear el uso de lentillas, con lo que la miopía incide menos en la vida cotidiana del menor. Las lentillas tradicionales, que se llevan puestas todo el día, tienen algunos problemas en niños, puesto que no siempre las manejan adecuadamente y pueden generar episodios de conjuntivitis y otras infecciones si no están siempre limpias.

El recurso a las lentillas de noche, un sistema con más de 20 años de trayectoria, es una opción cómoda para los niños. Se trata de unas lentillas duras que, mientras el niño duerme, amoldan su córnea. Al quitárselas por la mañana, ve perfectamente, y el efecto dura un día, de modo que no va perdiendo visión durante la jornada. Aunque no todos los ojos admiten este tipo de lentes, resultan especialmente cómodas porque los niños no llevan ningún tipo de corrección durante el día y pueden vivir con la tranquilidad y despreocupación propia de su edad. Son los padres los que monitorizan su correcto uso por la noche.

Marina Berrio
Asesoramiento: doctor Dimitry S. Mirsayafov, de la clínica Dr. Lens en Madrid

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