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Pareja: las espinas del camino de rosas

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Aunque vivieran felices y comieran perdices, el camino de rosas de los príncipes no estuvo exenta de espinas. Un matrimonio no es una estructura inamovible desde el momento en el que pronuncia el «sí, quiero». Al contrario, son numerosos los cambios alrededor de la pareja que van a generar pequeñas y grandes crisis que hay que superar. Lo importante es saber detectar de dónde viene el problema y cuáles son las vías de solución posibles.

Existe el «amor para siempre» y es posible un «matrimonio feliz», pero las dos realidades están trufadas de momentos de incertidumbre, de dolor, incluso de ira. Quienes consiguen superar las espinas del camino de rosas son aquellas parejas que se saben sobreponer ante los problemas que les presenta la vida. Nos planteamos algunas de esas piedras más habituales en el camino de las familias y cómo tratar de sortearlas.

Cada uno de su padre y de su madre

Es una de las crisis más frecuentes de los primeros compases de la pareja. Surge al iniciar la convivencia. El enamoramiento que versa sobre los grandes temas posiblemente no se ha parado a mirar en esos detalles mínimos que se perciben en el día a día. Aunque parezca mentira, no son pocas las crisis que los matrimonios tienen que superar por tópicos tan clásicos como la pasta de dientes abierta o si los platos de la cena se recogen o se dejan en la pila. Es entonces cuando descubrimos que cada uno es «de su padre y de su madre». Las educaciones recibidas durante todos los años precedentes son distintas y se nota.

Para enfrentarse a esta situación necesitamos trabajar especialmente la empatía. Es importante ponerse en la piel del otro para juzgar adecuadamente cada situación. La valoración incluye saber si realmente la otra persona es consciente de que determinada actitud nos molesta. En ocasiones, posiblemente, ni sepa que hay otro modo de hacer las cosas porque en casa de sus padres se hacían así. El diálogo tiene que ser muy fluido porque si no se comentan los detalles, se pueden enquistar. Pero al mismo tiempo, nunca se puede perder la perspectiva de que se trata de cuestiones de una importancia solo relativa.

La familia política

Aunque ante el altar solo están los novios, no cabe duda de que a la familia llegan también los suegros, los cuñados, los sobrinos y toda una pléyade con la que no contábamos. Si esta situación es habitual en todos los matrimonios, aún más en la cultura española en la que los vínculos familiares son muy potentes y se mantienen a lo largo del tiempo. La injerencia de la familia propia y la política en los asuntos que conciernen al matrimonio puede provocar serias tensiones en determinadas circunstancias. Además, los cónyuges tienen la sensación de estar entre la espada y la pared, puesto que se deben tanto a sus mayores como a su pareja.

En estos casos, el diálogo es el arma más eficaz para solventar los problemas. Pero no se debe entender como un diálogo destinado a que el contrario entienda a la familia política, puesto que es poco probable que ocurra, sino a que el matrimonio acuerde unos principios básicos mínimos que no se podrán transgredir. Como las situaciones son dispares y se presentarán muchas veces a lo largo de la vida, conviene hablar de cada caso en concreto, como las vacaciones, el cuidado de nietos o las fiestas navideñas. En cualquier caso, es imprescindible no atacar nunca al cónyuge por los comportamientos de su familia.

El hijo que no llega

Los matrimonios tardíos, el uso excesivo de anovulatorios en la juventud, los ritmos de trabajo y el nivel de estrés están generando una verdadera epidemia de parejas con problemas de fertilidad. Ese deseo por tener hijos en común que es positivo y afianza la relación, se puede convertir en un foco de conflicto cuando, mes tras mes, ese hijo no llega, cuando se frustran los embarazos. La tristeza se puede hacer presente en la vida de ese matrimonio. Y de esa tristeza surge fácilmente la distancia puesto que, para no provocar más dolor, se evita mencionar un tema que sigue latente en los dos. En ocasiones, deriva en reproches, más o menos explícitos, hacia el otro, y puede acabar incluso con un matrimonio si no se sabe gestionar.

La mejor manera de evitar esta grave crisis matrimonial es no retrasar el momento de la boda y de la paternidad por causas como la necesidad de crecer en el trabajo o de alcanzar un determinado nivel económico. Pero si esa circunstancia ya no se puede soslayar y si el problema persiste, resulta fundamental entender el valor del matrimonio en sí mismo. Aunque los hijos supongan una riqueza para la pareja, el amor de los cónyuges no está supeditado a tener descendencia. Con esta perspectiva en mente, el vínculo matrimonial no flaqueará a pesar de la ausencia de hijos.

No obstante, incluso aunque se haya evitado esa ruptura matrimonial, la búsqueda de un hijo sigue suponiendo una situación de sumo estrés. Un buen orientador familiar nos puede ayudar a superar los estados de ansiedad y vivirlos adecuadamente en el seno del matrimonio. Además, abrirá vías para el diálogo y permitirá trabajar sobre el tema para que no se enquiste y dificulte la relación.

Alicia Gadea

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