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Por qué aprendemos por imitación

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La imitación es la forma más habitual de aprender para los niños, sobre todo, cuando son pequeños. Los padres somos su modelo de referencia y están atentos a todo lo que hacemos y decimos para hacerlo igual. Gracias a la imitación, los niños aprenden vocabulario, descubren cómo desempeñar las rutinas del día a día e interpretan los gestos que hacemos para conocer lo que sentimos, las emociones.

Hace varios años, dos equipos científicos que buscaban las raíces de la empatía -parte básica de la naturaleza humana que permite que la mayoría de las personas se preocupe por los demás- encontraron las regiones del cerebro que apoyan el aprendizaje por imitación.

Los estudios, llevados a cabo por un equipo de Francia y otro de Estados Unidos, con la participación de neurocientíficos especializados en el área cognitiva social, llevaron a la identificación de una red de regiones cerebrales que apoyan la imitación humana y que permiten que una persona se distinga a sí misma de otras.

Según estos científicos, el niño no aprende a imitar. Es parte de nuestra naturaleza biológica, es decir, nacimos para imitar. La empatía tiene raíces en los primeros años de vida y puede estar vinculada a la imitación. 

Cómo potenciar el aprendizaje por imitación de los niños

Sabemos que los bebés imitan desde muy temprano en la vida. Desde la época de Aristóteles ya se tenía la idea de que aprendemos por imitación, y los descubrimientos posteriores evidenciaron que los niños no replican de inmediato lo que ven, sino que lo observan todo con mucha atención. De manera que la imitación se va convirtiendo en una buena forma de aprender que adquiere cada vez más importancia con el crecimiento y desarrollo de los niños. 

Para conseguir potenciar el aprendizaje por imitación de tus hijos, puedes poner en marcha estas ideas:

– Llena cualquier estímulo de amor y atención al niño. De nada sirve los mejores planes de aprendizaje si le falta los dos ingredientes más importantes para fortalecer su seguridad: amor y atención.

– Proponte leer, cantar o hablar con cada hijo todos los días. Al llegar del colegio, en la merienda, al acostarse…

– Contesta siempre a las preguntas de tus hijos. Algunas serán más simples y otras más complicadas pero piensa que si las hacen, es porque sienten interés por la respuesta o porque quieren llamar tu atención.

– Dale oportunidades para que corra, brinque, baile, pinte, recorte… La motricidad fina y gruesa son importantes fuentes de estímulos.

– Permite que tu hijo tome algunas decisiones y asuma sus consecuencias por pequeño que sea.

– Aprovecha las situaciones de la vida diaria para convertirlas en una fuente inagotable de estimulación. Con paciencia y buen humor, hacer la colada con el pequeño puede ser el momento ideal para clasificar la ropa por colores, texturas, tamaños incluso ¡olores!

– Piensa un plan semanal en el que cada día le ofrezcas estímulos para desarrollar cada uno de sus cinco sentidos: vista, oído, tacto, olfato y gusto. El sábado y domingo, repaso. El sentido del gusto es normalmente es menos estimulado en estas edades. Si varías intencionadamente el menú con frecuencia, conseguirás un doble objetivo: estimular a tus hijos a través del gusto y educar su fortaleza y voluntad aprendiendo a comer de todo. Un último consejo: no vale enmascarar todo con salsa de tomate o mayonesa; habríamos perdido ambos objetivos.

Marisol Nuevo Espín
Asesoramiento: José Antonio Alcázar. Consultor en Educación.

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