Son muchos los padres que afrontan el estudio de sus hijos como una verdadera tortura. El estado de desánimo o falta de interés abunda entre los niños, y el simple hecho de ponerse a hacer los deberes resulta en ocasiones una lucha.
Esto nos lleva a tener que plantearnos cómo estamos enseñando. El contenido de lo que hay que aprender lo tenemos claro, pero, ¿qué pasa con la manera en la que lo hacemos? Estudios ya demuestran que el componente emocional que rodea a la educación determina el efecto que éste puede tener en los niños, por lo tanto, la manera en que transmitimos un mensaje a los más pequeños marca cómo lo van a integrar y adquirir.
Estar motivados: la base del aprendizaje exitoso
Cuando se les pregunta a los niños cuáles son sus asignaturas favoritas las respuestas dadas suelen coincidir: dibujo, plástica, educación física o música. Sin embargo, las matemáticas, lengua o science no están entre ellas. ¿Por qué estas asignaturas no despiertan su interés? ¿Es que acaso las primeras son más divertidas? ¿O es que las segundas son demasiado «pesadas»?
Lo que sentimos en cada momento influye en el significado que damos a cada acontecimiento. La predisposición emocional en el momento de percibir una idea repercute en cómo la vamos a experimentar y luego recordar.
Esto tiene una fundamentación neuropsicológica, así es como funciona nuestro cerebro. Lógicamente para la supervivencia de la especie no tendría sentido aprender aquello que no fuera de relevancia para nosotros, sino aquello que nos beneficie o sea verdaderamente útil.
El impacto de las emociones: el sistema límbico
Todos sabemos qué experimentamos cuando estamos alegres, tristes, enfadados o sentimos miedo, no solo es una vivencia de una sensación, sino que sufrimos una serie de cambios físicos y psíquicos que modifican la manera en la que en ese momento nos vamos a enfrentar al mundo. No es lo mismo entrar a hacer un examen con un nivel de ansiedad elevado o con una gran tranquilidad.
Estos estados emocionales los regula el Sistema Límbico, un conjunto de estructuras cerebrales que trabajan coordinadamente en nuestra regulación emocional. Pues bien, entre estas estructuras hay dos en especial que juegan un papel importante en el aprendizaje. La primera de ellas es la Amígdala, gran procesadora de las emociones, la gran detectora de peligros. Por otro lado, está el Hipocampo, el encargado de la memoria, donde nuestros recuerdos van a ser almacenados para luego evocarlos.
La Amígdala y el Hipocampo, junto al resto de estructuras del Sistema Límbico, mandan mensajes al resto de nuestro organismo a través de la regulación vegetativa del cuerpo y la conducta para identificar si eso «interesa» o «no interesa», si eso es «bueno» para nosotros o no lo es. De esta manera mostraremos una actitud de apertura hacia ese acontecimiento o nos cerraremos y no lo dejaremos entrar.
Por otro lado, este Sistema Límbico juega otro gran papel. Tiene conexión directa con el Lóbulo Prefrontal, el encargado de la atención más fina, del control de impulsos y de la concentración, que lógicamente son habilidades absolutamente necesarias para aprender.
De ahí que, sabiendo que el estado emocional tiene repercusiones tan significativas en los procesos de memoria y de atención, debemos plantearnos si nuestra forma de educar está conteniendo esta dimensión.
2 claves para el aprendizaje: confianza y curiosidad
La CONFIANZA es la base de un estado emocional óptimo para el aprendizaje. La confianza es la seguridad que uno tiene en sí mismo a la hora de afrontar acontecimientos. El aprendizaje no deja de ser un recibimiento de información y situaciones nuevas a resolver, en las cuales tienes que utilizar lo previamente aprendido pero a la vez adquirir una habilidad, destreza, conocimiento nuevo para avanzar.
Si un niño no cuenta con confianza en uno mismo es muy difícil que pueda ser conocedor de todas sus aptitudes y capacidades, se mostrará indefenso e inseguro. Nos encontramos con frecuencia con niños cuya primera respuesta es «no puedo».
¿Educamos en la confianza? ¿Mandamos mensajes positivos los cuales den a entender que ese niño es capaz de todo lo que se le presente? ¿Cómo reaccionamos ante los errores?
Recordemos que la confianza es el chute de seguridad que otorgamos a nuestro hijo, es ese mensaje que transmite que puede alcanzar sus logros, no de manera gratuita, sino como consecuencia del esfuerzo, la dedicación y la entrega.
También es saber reaccionar ante los fallos o «fracasos», buscando una alternativa, sin fustigarse por ellos pero sin dejar de pasar la oportunidad de sacar el aprendizaje que contienen.
La confianza en ellos nace de la confianza que tú, como padre o madre, le transmites. Confiar no es saber que va a ser capaz de hacerlo todo y bien, sino saber que va a poder aprender de los fallos y de los éxitos de manera adecuada.
La CURIOSIDAD: el motor para la acción. Otra de las fatídicas partes de la educación es la falta de ilusión. Los niños están sobrecargados de tareas que en el fondo no resultan interesantes, porque no promueven el pensamiento proactivo, sino un simple apréndetelo y sácalo todo en el examen.
Por ello es fundamental enseñar en la curiosidad, en las ganas de querer ser el protagonista de su aprendizaje. Si sabes que tu hijo está estudiando la flora de la comunidad en ciencias sociales puede ser un momento ideal para hacer una excursión el domingo al campo, donde él mismo pueda experimentar esos contenidos que en los libros parecen tan ajenos y abstractos. Si en lengua castellana tenemos que estudiar la literatura española es una buena ocasión para sacar de la estantería el libro de poesía olvidado y leerlo en algún momento después de la cena.
Hacer de tu hijo o hija un agente activo, que quiera y disfrute aprendiendo, parece algo difícil pero es mucho más sencillo de lo que parece. Es un momento de unión de la familia y un vínculo que os acompaña en el camino fundamental que es el aprendizaje de tu hijo.
Belén de Toro Mingo. Neuropsicóloga Infantojuvenil de Psicólogos Pozuelo
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