El trastorno convulsivo más frecuente en la infancia es el que se manifiesta como convulsiones febriles infantiles. Aparecen en el curso de procesos con fiebre, muy numerosos durante los primeros años de vida. Dentro de las convulsiones febriles deben distinguirse tres tipos: convulsiones febriles típicas o simples, atípicas y concomitantes.
Cuando se dan las condiciones de una convulsión febril típica o simple el pronóstico es excelente. El niño podrá, quizá, presentar otra crisis similar en algún proceso febril durante los meses o años próximos, aunque es probable que no le suceda nunca más. Pero no existe riesgo de lesión cerebral y el chiquillo proseguirá su desarrollo físico y mental con absoluta normalidad. En estos casos tampoco es necesario que tome ningún medicamento y sólo deberá evitarse en lo sucesivo que tenga bruscas subidas de temperatura.
¿Cómo saber que la convulsión febril es benigna?
Para poder ser encuadrada como típica o simple, una convulsión debe reunir todas estas características:
1. Aparecer en niños mayores de seis meses y menores de cinco años.
2. Suceder en el curso de un proceso febril que no afecte directamente al sistema nervioso central. Lo más habitual son las infecciones respiratorias -faringitis, amigdalitis, catarro, gripe- y las gastrointestinales.
3. Que no hayan transcurrido más de doce horas del comienzo de la fiebre. Generalmente aparecen con la primera «subida» y aun antes de que se haya apreciado por los padres la presencia de fiebre.
4. Que no existan antecedentes de lesión cerebral de ningún tipo, tanto congénita como adquirida con posterioridad al nacimiento.
5. No existirán antecedentes familiares de convulsiones salvo, si acaso, el de convulsiones también febriles en algún miembro de la familia pues esta enfermedad suele reconocer una cierta predisposición hereditaria.
6. La convulsión debe durar menos de quince minutos. Lo habitual es que duren entre uno y cinco minutos, tiempo más que de sobra para que a los padres les parezca una eternidad.
7. Los movimientos serán sacudidas generalizadas y simétricas en ambos lados del cuerpo. Pueden acompañarse, como ya se dijo anteriormente, de pérdida de conciencia y de emisión involuntaria de orina y heces.
8. Al ceder la crisis, sola o con la intervención médica, el niño queda absolutamente normal, quizá un poco obnubilado pero sin ninguna dificultad en el movimiento de todos sus músculos.
9. Al cabo de una semana tras la crisis, un electroencefalograma practicado al paciente debe ser normal, sin mostrar ningún signo de daño cerebral ni presencia de ningún foco epiléptico.
Convulsiones atípicas
Se denomina convulsión febril atípica aquella en cuyo desarrollo falta cualquiera de los nueve puntos señalados para las típicas, o varios de ellos. Aquí el pronóstico debe ser reservado por cuanto las posibilidades de repetición de las crisis son bastante altas y además este tipo de crisis aparece en algunos niños que más tarde serán epilépticos siendo la primera manifestación de esta enfermedad ya más seria.
Estos niños deben recibir algún tipo de tratamiento aunque sobre las características del mismo no hay acuerdo unánime. Para unos médicos es preferible mantener al paciente con medicación continua durante los años en que es previsible la aparición de nuevas crisis; para otros, la medicación sólo sería necesaria durante los períodos febriles o en los procesos en que se puede esperar la aparición de fiebre.
Los niños que han padecido una o más convulsiones febriles atípicas deberán ser controlados periódicamente por el pediatra o por el neurólogo pediátrico a fin de establecer, mediante la exploración clínica y electroencefalográfica regular, la presencia de algún signo epiléptico.
Su desarrollo psíquico suele ser habitualmente normal y hay que procurar que la medicación prescrita no afecte a su capacidad de atención, fundamental para el aprendizaje a esa edad.
¿Qué convulsiones son peligrosas?
Las convulsiones febriles concomitantes son las que hacen su aparición en el curso de procesos infecciosos febriles que afectan directamente al sistema nerviosos central –meningitis, encefalitis-. Revisten por ello una mayor gravedad derivada de esa afectación cerebral y tienen en realidad poco en común con las auténticas crisis febriles. Serán tratadas en otro artículo junto con las enfermedades que las originan.
José Ignacio de Arana. Doctor en Medicina y Cirugía. Especialista en Pediatría y Puericultura
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