Tener una moto en la adolescencia es el deseo de muchos chicos y chicas a partir de los 14 años. Su insistencia a los padres puede llegar a ser tal que no se canse de seguir preguntando, incansable, «Quiero una moto. ¿Por qué no puedo?», aunque se lo hayamos dicho antes mil veces, sin exagerar. La personalidad y el caracter de nuestro hijo tiene mucho que ver para decidirnos.
Si es un poco irresponsable, juguetón, manazas, etc. comprarle una moto es como ponerle en la mano un petardo encendido y embadurnado de cola. Si, al contrario, es responsable, cuidadoso, sereno… tiene un primer voto de confianza a su favor. Siempre hay que explicar que el riesgo de la moto llega por donde no se espera y que confiáis en él/ella. No será suficiente, seguro. Pero, mientras los argumentos sean lógicos, razonables y entendibles, como son los padres quienes tienen la última palabra…
Siempre hay situaciones más razonables que otras: la moto del verano, solo en el pueblo, etc. Pero no olvidemos las dos principales preguntas: «¿Qué riesgos puede correr?», «¿La necesita?». Es lo principal, y no que el chico esté realmente apasionado por estos vehículos.
Antes de comprarle una moto…
Lo más probable es que nuestro hijo quiera la moto durante la adolescencia, mientras se divierte con la pandilla. Todos sabemos que, a estas edades, con una moto se liga más, le hacen más caso chicos y chicas. Pero comprar una moto para conseguir que el chico o la chica que me gusta me haga más caso parece pagar un precio desorbitado.
Sin embargo, dejando de lado el riesgo, que siempre existe, puede haber razones para comprar una moto: tiene que desplazarse en la urbanización o en el pueblo, es su sueño dorado, etc.
Tener una moto conlleva un montón de responsabilidades; la primera de todas, pagarla. Sería bueno que ellos también se sacrificaran un poco para conseguirla, para que se dé cuenta de lo que cuestan las cosas.
Además, la moto funciona con gasolina, un bien cada vez m s caro, mezclada con aceite (más caro aún que la gasolina). Puede servirle para administrarse mejor. Y no pensemos en el mantenimiento mec nico, las ruedas, los engrases, la limpieza… Bajemos de la nube al chico y enfrent*mosle con esa realidad: quizá sea una buena ocasión para madurar.
Reglas de juego como contrapartida a la moto
Si accedemos a comprarle una moto tenemos que dejarle claro las reglas del juego. Una moto no es un juguete. Podemos llegar a un acuerdo con ellos para que la utilice en los lugares menos peligrosos, es decir, que no salga a la carretera con ella ni la use en la ciudad.
Dependiendo del entorno y del ambiente, una moto puede ser un tanto por ciento muy elevado de un accidente o un elemento de diversión relativamente seguro si el conductor es prudente y responsable. Otras reglas de juego podrían ser: no llevar «paquetes», usarla hasta que se vaya la luz, él se compra la gasolina, ha de estar cuidada y limpia, que sólo la use cuando va con los amigos de excursión…
Lo más probable es que en cuanto crezca se le pase la locura por la moto.
Se dar cuenta de las ventajas del coche y suspirar por uno. Por eso, quiz podamos convencerle ahora de que olvide esa idea caprichosa de la moto prometiéndole que le ayudaremos a comprarse un coche de segunda mano (de esos viejos pero que todavía dan buen resultado) en cuanto cumpla los dieciocho años y se saque el carnet. Probablemente tengamos éxito.
Sobre dos ruedas
Concedamos que ir en moto es una maravilla, pero también lo es navegar, realizar excursiones, ir en globo, viajar… y no lo estamos haciendo continuamente. Lo más importante es que si se genera esta discusión en el hogar no sea un motivo de discordias y malentendidos. Puede llegar a ser un momento fructífero para dialogar más con los hijos, para hacer pensar, para ofrecer alternativas y para decidir, en común, sin olvidar quién es el padre y quién el hijo.
Una moto, ¿por qué no?
1. No hay que ceder al primer momento. La moto no es un regalo cualquiera. Es un asunto para hablar, y mucho, en familia y con la familia. También puede ser un momento para adquirir más confianza con el hijo.
2. A los catorce años, aunque está permitido, mejor que no la compremos. Ni un ciclomotor. No existe ninguna razón a esa edad para la moto. Los dieciséis años es una edad m s apropiada, si se da el caso.
3. Contraataca: *No te gustar¡a m s una buena bici de carreras, nueva, o una «mountain-bike» de las que quitan el sentido?». Además, hemos de tener el convencimiento de que disfrutar n m s con la bici, har n deporte, crear n buenos h bitos de esfuerzo y, har n mejores amigos.
4. Otra buena idea: como se trata de evitar el riesgo, podemos plantear al hijo el ayudarle a comprarse un coche de segunda mano, de esos con más de diez años y muy baratos pero que todavía dan un buen resultado, en cuanto cumpla los dieciocho. Así van más seguros, y nos ahorramos una preocupación más de la adolescencia.
5. Si habéis decidido que debería tener una moto, que se la gane él de alguna manera: que ahorre, haga trabajos, espere algún tiempo m s del previsto, se esfuerce más en los estudios, se comprometa a…
Si creéis que la moto no es tan peligrosa en determinadas zonas y situaciones (urbanizaciones, etc.) pero s¡ en otras, carreteras, por ejemplo, podéis intentar llegar a un acuerdo con él para que la use en una zona determinada. Estableced una reglas de juego (si las imponéis sin más, seguramente se las saltará): no salir a la carretera, sólo puede conducir por la urbanización, no llevar «paquete», puede cogerla hasta tal hora, etc.
Ignacio Iturbe
Asesoramiento: Lucía Herrero. Psicóloga y orientadora familiar
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