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Pega, muerde, insulta… ¿existen niños buenos y malos?

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Es normal observar en los niños en edad preescolar ciertos comportamientos agresivos. En esta etapa, los niños aún están aprendiendo a compartir y es habitual la escena donde un pequeño quita un juguete a otro y se produce una reacción de un manotazo, una patada o un grito directo a la cara.

También es común observar respuestas agresivas cuando los niños están cansados o tienen hambre. En estos casos, el comportamiento cesará y el niño empezará a utilizar las palabras para resolver ese tipo de disputas y descubrirá que obtiene mejores resultados hablando que tirando del pelo a su semejante.

No obstante, cuando un niño pega muestra un incremento en comportamientos agresivos es lógico que los padres y los profesores se preocupen. Antes de colgar etiquetas como «es malo», conviene preguntarse qué está provocando este comportamiento y qué se puede hacer para ayudar.

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Pega, muerde, insulta… los niños de 3 a 5 años

Los niños de 3 a 5 años están aprendiendo numerosas habilidades nuevas, como utilizar oraciones complejas o sujetar un lápiz con propiedad. En estas situaciones, es común que en los niños surjan frustraciones. De igual manera, en el primer año del niño en una guardería o escuela infantil puede estar resentido o sentirse abandonado.

Muchas veces, la agresividad es una respuesta a algo que está sucediendo en casa, algo que les preocupa o algo a lo que temen. Algunos niños hacen uso de la agresividad verbal, amenazando y molestando a otros niños.

El asunto presenta una mayor gravedad cuando, debido a estos comportamientos, se los califica como malos y se les castiga sin indagar más. Es muy frecuente que los niños con comportamientos agresivos sean etiquetados como agresivos, se suele perder la paciencia con ellos rápidamente y los otros niños pronto los calificarán también como intimidantes y amenazantes, lo que perpetuará el patrón de conducta.

Un interesante estudio ha demostrado que en niños de entre 3 y 5 años hay una fuerte correlación entre comportamiento agresivo y una habilidad verbal baja o una naturaleza de fácil incitación. Este mismo estudio sugiere que el tratamiento debe ser diferente dependiendo de la causa que origine el problema de agresividad.

En esta investigación, la doctora Gatzke-Kopp y sus colegas pidieron a profesores de preescolar que puntuaran los comportamientos agresivos de sus alumnos en una escala de 6 puntos con ítems como «empieza muchas peleas» y «es cruel y hace bullying a otros». Con esta información, el equipo de investigación creó dos grupos: uno formado por niños de alto riesgo de agresividad y otro de niños de bajo riesgo de agresividad. Ambos grupos participaron en una serie de medidas neurobiológicas que buscaban entender cómo viven y manejan sus emociones los niños.

Se tomaron medidas de habilidades cognitivas y académicas haciendo uso de tests estandarizados, además se identificó el nivel de desarrollo en vocabulario, razonamiento espacial y memoria. También se realizaron tests de conductividad de la piel y medidas de manejo emocional.

El estudio concluyó que los niños calificados como de alto riesgo de comportamiento agresivo tenían una baja habilidad verbal o gran facilidad para reaccionar negativamente ante un enfado, comparado con los niños de bajo riesgo de comportamiento agresivo.

Posibles causas de un comportamiento agresivo

Los niños necesitan habilidad verbal para entender sus sentimientos y los de otros, así como para expresar lo que quieren sin acudir a la agresividad. También necesitan de un funcionamiento cognitivo y ejecutivo adecuado para poder manipular información y llegar a la conclusión de llevar a cabo comportamientos alternos a la agresividad. Con menos habilidades verbales es de esperar que los niños encuentren la agresividad como una solución más rápida a su frustración.

Aquellos niños con mayor incitación fisiológica son más reactivos emocionalmente y suelen tener una mayor presencia de estresores en su vida. Estos niños actúan con sus primeros impulsos aunque saben que no es lo correcto y que hay otros comportamientos más efectivos.

El estudio sugiere que para este tipo de niños el umbral de frustración es significativamente más bajo, por lo que algo que se podría considerar normalmente como una molestia menor lo perciben como una amenaza grande. Son niños que normalmente no muestran ningún tipo de problema salvo cuando pierden el control de sus emociones, y por consiguiente, de sus comportamientos.

Muchos factores pueden contribuir a este tipo de bajo umbral de reacción fisiológica, tales como: influencias genéticas o de temperamento que a su vez han sido expuestas a un ambiente agresivo, apegos inseguros o desorganizados, tensión y estrés, falta de capacidad de resolución de problemas, experiencia limitada con modelos que aportan ejemplos de comportamiento no agresivo. Se puede apreciar a veces estilos de educación parental inefectivos, como autoritarios, controladores, padres que ceden siempre ante el niño, rechazo paterno o padres que padecen depresión. En muchos casos se puede deber a estrés familiar, conflictos o comportamiento disruptivo.

Maite Balda Aspiazu. Psicóloga y máster en Neurociencias Cognitivas

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