Los caprichos y el consentimiento excesivos, cuando son demasiado frecuentes y sin marcar límites, arrebatan a los niños la sensación de placer, pues no se les da la oportunidad de disfrutar de momentos únicos y extraordinarios.
Los niños a los que se les consiente en exceso nunca tienen la sensación de que algo es excepcional, puesto que todo lo dan por sentado. Lo único en lo que un niño consentido se puede centrar es en cómo puede conseguir más.
En primer lugar, es importante ser consciente de que los caprichos son una cosa normal, que forma parte de la vida. Se trata normalmente de una experiencia maravillosa, y se produce cuando las familias se permiten salirse de las normas y darse un capricho especial. Por ejemplo: cuando una familia se gasta más de lo habitual en comprarse ropa bonita y elegante para un acontecimiento especial, cuando se da el capricho de salir a comer fuera a un restaurante caro para celebrar un premio importante, o cuando se da el lujo de disfrutar de unas vacaciones exóticas para pasar tiempo juntos tras un año especialmente estresante.
Los caprichos esporádicos
En los ejemplos anteriores, es importante resaltar el hecho de que estos caprichos van vinculados a acontecimientos importantes y esporádicos, y el capricho mismo sirve para recalcar que se trata de una ocasión especial, puesto que es algo que no sucede con mucha frecuencia. Así pues, el capricho se percibe como tal y genera una sensación de entusiasmo y de euforia porque la experiencia se sale de lo habitual.
Sin embargo, uno puede quedar atrapado fácilmente en estos sentimientos de entusiasmo y de euforia. De hecho, es incluso más fácil quedarse enganchado viendo a tus hijos exteriorizar ese entusiasmo y esas nuevas emociones. Como padres, ese chorro de alegría y felicidad puras que emerge de un hijo puede resultar sumamente adictivo, pues hace que sus padres se sientan como una superestrella. Lamentablemente, el «subidón» que produce el ver a un hijo disfrutar con algo puede llevar a algunos padres a tratar de provocar esta reacción en su hijo con demasiada frecuencia.
Consentir a los hijos: cómo evitar acostumbrarse al ‘subidón’
Por lo tanto, cuando a un hijo se le consiente en exceso de manera habitual, el niño deja de tener la sensación de que se le están concediendo caprichos. Por el contrario, le parecerá que lo que sucede es «lo normal». Por consiguiente, el niño tendrá un deseo insaciable de conseguir cada vez más; un deseo que seguirá creciendo sin fin. Por decirlo de manera sencilla: esta situación hace que el niño nunca esté plenamente contento o satisfecho. El placer temporal y pasajero que obtiene con ese nuevo nivel de consentimiento se desvanecerá rápidamente, y el niño enseguida volverá a demandar más.
Los padres no quieren que su hijo esté en un estado constante de descontento y de insatisfacción. Está claro que cuando una familia consiente y mima en exceso a sus hijos lo hace con la mejor intención del mundo: los padres creen que están haciendo lo mejor para su hijo, porque aparentemente el niño está contento. Sin embargo, la felicidad es efímera y el niño regresa a una situación de anhelo y deseo. La ganancia obtenida a corto plazo queda anulada por el deseo creciente de tener más y más.
Cómo evitar hacer hijos consentidos y mimados
Por suerte, el enfoque que hay que aplicar para evitar el consentimiento excesivo y constante y para corregirlo es el mismo. La única diferencia entre ambas situaciones es que un niño consentido y mimado presentará más resistencia a los cambios que un niño al que nunca se le ha consentido de manera sistemática.
Las estrategias que los padres pueden utilizar para evitar caer en el consentimiento excesivo y continuado o para corregir esta tendencia son, entre otras:
– No juzgar tus dotes como madre/padre basándote en cómo responde tu hijo ante tus pautas. Dar a tu hijo lo que tú creas que necesita.
– Tú eres, de los dos, el que tiene experiencia en la vida. Tu hijo tiene una experiencia vital muy escasa y no sabe qué es lo que necesita o qué es «demasiado».
– Ajustar a la baja (menos comida, menos actividades, menos atención, etc.) cuando veas que tu hijo no es consciente de lo que tiene y no lo valora, sino que solo se centra en conseguir más o en echar en falta lo que no tiene.
– Mostrar a tu hijo el valor de todo lo que tiene en la vida. Explicarle, en un lenguaje que resulte apropiado para su edad, por qué motivos crees que tiene todo lo que necesita.
– No plantearse la maternidad/paternidad como una competición o comparación entre ambos progenitores y no permitir que tu hijo compare vuestra forma de actuar con la de otros padres.
o Cuando otros padres se excedan (p. ej., con las fiestas de cumpleaños que organizan) tú no tienes por qué intentar superarlos para no ser menos. Explícale a tu hijo que en cada familia hay unas reglas distintas. Esta es toda la explicación que necesita escuchar.
– Sé austera y contrólate en tu propia vida para dar ejemplo a tu hijo.
– A un niño le va a costar adquirir una destreza si no tiene un modelo al que imitar en la vida real. Si tú te das un capricho muy de vez en cuando y te sabe a gloria, tu hijo verá cuánto se disfrutan este tipo de excesos, pero qué poco frecuentes son.
Enseñar a los hijos a valorar y a disfrutar de la vida cotidiana es una de las tareas más importantes de la maternidad/paternidad. En algunos momentos habrá escasez, en otros habrá más caprichos, pero la mayor parte del tiempo hay, simplemente, «suficiente».
Dejar que los niños se vean arrastrados por el deseo y la codicia lo único que consigue es privarles de la felicidad durante su infancia. El enseñarles la importancia de valorar lo que tienen y dejarles experimentar el inmenso placer del capricho ocasional les preparará para atesorar unos recuerdos maravillosos de su infancia.
Deanna Marie Mason, experta en educación y salud familiar. Autora del blog Dr. Deanna Marie Mason. Un enfoque educativo sobre la adaptación
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