De Norman Foster dicen sus biógrafos que nació en el lado equivocado de las vías de ferrocarril que separan el centro de Manchester de los húmedos y fríos suburbios de la ciudad.
Discurre el año 1935. Sus padres, Robert Foster y Lilian Smith, alquilan una modesta vivienda en Crescent Grove, en Levenshulme, por 14 chelines a la semana. Se instalan allí con su bebé, y aquel chico parece destinado a la vida humilde propia de su clase social. No hay teléfono en casa de los Foster. Tampoco libros. La televisión aún no existe.
Sus padres son muy trabajadores y sus modestos empleos no les dejan mucho tiempo para atender a su hijo único, que con frecuencia queda al cuidado de familiares y vecinos. Asiste a la escuela en Burnage, pero allí se siente un tanto desplazado. Cuando tiene 16 años, su padre le convence para hacer el examen de ingreso para trabajar como aprendiz en el Departamento de Tributos del Ayuntamiento. Aprueba el examen y sus padres están encantados, pero a Norman aquel trabajo le decepciona.
Después de hacer el servicio militar en la Royal Air Force, una elección inspirada por su pasión por los aviones, a su regreso no quiere volver a su empleo en el Ayuntamiento como sus padres desean. Empieza a trabajar como asistente en un pequeño estudio de arquitectura, John Bearshaw and Partners. En sus ratos libres, Norman va haciendo un portfolio con sus propios diseños. Se lo enseña un día a Bearshaw y este se queda impresionado de sus dotes como dibujante, hasta el punto de que le asigna un puesto entre los diseñadores de su equipo. Tiempo después, Bearshaw trata de convencer a Foster para quedarse allí y aprender poco a poco su oficio como diseñador, pero el joven declina el ofrecimiento porque se ha propuesto estudiar la carrera de arquitectura en la universidad.
En 1956, Foster obtiene plaza en la Escuela de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Manchester. No consigue beca, por lo que, para pagarse sus estudios, tiene que vender helados, ser vigilante de una sala de fiestas y trabajar por las noches en una panadería local haciendo bollos. Combina todo eso con largas visitas a la biblioteca pública en Levenshulme, donde sigue con gran interés en la obra de Frank Lloyd Wright, Ludwig Mies van der Rohe, Le Corbusier y Oscar Niemeyer.
Se gradúa en 1961. Su extraordinario expediente le permite disfrutar de la beca Henry Fellowship y hacer un postgrado en la Universidad de Yale. La etapa norteamericana resulta decisiva. América parece ser un lugar donde el éxito depende solo del talento y el esfuerzo. En 1962, de vuelta a Inglaterra, pone en marcha su propio estudio. Medio siglo después, Foster + Partners es una gran corporación, una firma de arquitectura que ha dejado su impronta en los cinco continentes, y donde trabajan 1.400 personas, entre ellas más de 600 arquitectos de 50 países.
La biografía de Foster es la de un hombre hecho a sí mismo, que llega a ser figura indiscutible de la arquitectura mundial, por su esfuerzo, con una cierta dosis de suerte, es verdad, pero también de drama.
Foster asegura que es preciso ser siempre personas inquietas y optimistas: «No creo que el optimismo haya que reservarlo solo para los buenos tiempos. En épocas difíciles también necesitamos tener una mente abierta, compromiso con el trabajo duro, profesionalidad… A todo eso me refiero cuando hablo de optimismo. Las construcciones más emblemáticas de New York, como el Empire State Building o el Rockefeller Center o el Chrysler Building se concibieron en momentos de una profunda depresión económica en el país. Soñaban con cosas grandes y luchaban por hacer realidad sus sueños.»
Su biografía resulta muy interesante. Es un ejemplo de cómo superar lo que parece ser el destino y no lo es. Un ejemplo de cómo aspirar a metas altas, de mantener el norte, de apoyarse en esas ideas meridianas que a algunos les parecen una quimera pero son las que inspiran las vidas de las personas. Un ejemplo de constancia y de inconformismo, de optimismo en tiempos malos, de no rendirse. Una buena referencia para aquellos quieren aspirar a más y no rendirse antes de tiempo.
Te puede interesar:
– Cómo educar hijos optimistas
– El dibujo infantil, una herramienta de comunicación familiar