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La felicidad en la pareja, un misterio indescifrable

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Hace años escribí un libro sobre el matrimonio que dediqué A mi mujer, ese encantador y eterno misterio. Acabábamos de celebrar las bodas de plata y pensaba que podía hilvanar algunas ideas que sirvieran de ‘aviso a navegantes’. A mis años, el ‘autobombo’ está disculpado, y por ello me permito añadir que desde entonces sigo vendiendo algunos millares cada año.

Hoy quiero centrarme en una palabra de la dedicatoria a la que recurro cuando choco con algo escondido a lo que no acabo de encontrar el fondo: yo lo llamo «misterio». Hoy mismo mantengo lo que escribía hace años y aún me reafirmo más en ello, porque me sorprende con frecuencia.

Me asalta esta idea cada vez que intento sondear las estadísticas de rupturas matrimoniales y la ‘simpleza’ con la que se despachan los motivos que las causan. En muy pocos años se ha encontrado que el matrimonio es un ‘chivo expiatorio’, causante de todas las desgracias, que nuestros necios antepasados no han sido capaces de identificar ni destruir. Si cortamos de raíz el problema, el hombre y la mujer pueden zambullirse de cabeza en la felicidad, sin más obstáculos afectivos.

No, y mil veces no. La falta de felicidad solo es una etiqueta más con la que sellamos el paquete de tanto desmán, presentando un envoltorio que tantas veces nos convierte en víctimas, dignas de ser comprendidas. Recuerdo el interrogante sensato que una mujer contestó a otra cuando se lamentaba de estos tiempos: «¿Dónde vamos a parar?» Sin cambiar la sonrisa le contestó su amiga: «A donde tú y yo queramos».

Vamos a entrar a fondo. Hace algunos añitos que Sófocles ponía en boca de sus personajes que «en el mundo hay muchas cosas misteriosas, pero ninguna tan misteriosa como el hombre». Algunos siglos después, Borges expresaba este mismo pensamiento de una forma más poética: «Para mí soy un ansia y un arcano, / una isla de magia y de temores, / como lo son, tal vez, todos los hombres».

El hombre y la mujer, el ser humano, son un misterio. Es un peculiar animal de naturaleza racional, social, moral y sentimental. No recuerdo ahora ni el autor ni la novela pero me dejó pensativo una frase en la que deslizaba: «no sé lo que habrá en el fondo de un criminal, pero me asomé al alma de un hombre de bien y me llevé cada chasco».

Despachar una crisis matrimonial con un par de tópicos y eslóganes comunes, al menos denota una carencia muy grave del mínimo rigor racional. «¡Ah, es que tú te estás metiendo en honduras!», me comentaba un amigo. ¿Acaso no estamos hablando de algo serio?

La mayoría de los problemas en los matrimonios -todos los hemos tenido- no se encuentran en la institución matrimonial, sino en dos personas. No es nada fácil que hombre y mujer, que vivieron los primeros veintitantos años sin conocerse, con educaciones distintas, sentimientos diferentes, aficiones y amigos desconocidos, un buen día se casen y todo marche como la seda. Aquí ha pasado algo. Se han juntado dos seres misteriosos y es lógico que el acoplamiento no se produzca con la velocidad de una máquina electrónica.

Para adentrarse en la selva de lo que lleva dentro un hombre y una mujer lo primero que han de preguntarse es la gran perogrullada: «¿Qué quiero, qué busco?» No es nada nuevo, pero sí es elemental. Aristóteles, que no es una momia, decía en su Ética a Nicómaco que «no ordenar la vida a un fin es señal de una gran necedad». Con permiso del gran filósofo, yo añadiría que ese fin es el amor.


Pero el amor no es solo un par de carantoñas y un periodo de éxtasis, es un largo camino lleno de altibajos con problemas y resoluciiones.


Perdón por haberme subido hoy a la parra. Un gran profesor que tuve tenía la peculiaridad de soltar preguntas al aire sin dar la respuesta. Lo mío es inquietar, y ustedes a pensar. Eso se han propuesto estas líneas ramplonas.   

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