El curso lleva ya un par de meses en marcha y puede que nos hayan llegado las primeras señales de alerta: los resultados en la evaluación inicial nos dejan algo preocupados; cierta actitud de rechazo hacia el colegio nos avisa de que algo no marcha bien o, directamente, una llamada del profesor es lo que nos hace reaccionar. Algo va mal en los estudios.
¿Cómo debemos actuar como padres? Ante todo, manteniendo la calma y transmitiendo mucha tranquilidad a nuestros hijos. Ellos son muy sensibles ante lo que perciben que nos preocupa, y esto puede agudizar el problema generándoles inseguridad ante los estudios.
Comunicación directa con el profesorado
La comunicación fluida con el profesorado es la pieza clave en estos casos. Cada colegio establece sus cauces de comunicación y todos son importantes:
– Reuniones de grupo de todos los padres de la clase con el tutor. Estos encuentros son importantes para conocer lo que se espera de nuestros hijos en ese curso concreto, tanto a nivel académico como a nivel de comportamiento. Siempre nos pueden servir de referente de lo que se espera de un niño de la edad de nuestro hijo y darnos pistas para detectar cuándo algo no anda bien.
– Reuniones individuales con el tutor. En ellas es de especial importancia que acudan padre y madre puesto que siempre enriquece más la entrevista el hecho de contar con el punto de vista de los dos. Es fundamental asistir con actitud abierta para conocer la realidad sobre nuestros hijos; el primer paso para solucionar un problema es reconocer que existe. Si algo nos preocupa sobre el rendimiento de nuestro hijo no debemos esperar a que nos cite el profesor, podemos adelantarnos pidiéndo una entrevista con el profesor.
– Entrevista con el orientador del centro. En la mayoría de los colegios suelen aplicarse baterías de test colectivos que son de gran ayuda para detectar posibles dificultades, áreas de mejora del grupo y también puntos fuertes de cada alumno, dato importantísimo para poder ayudarles con su dificultad concreta. Si desde el colegio solicitan una reunión con los padres para aclarar algún punto o para aconsejarnos una valoración externa, pongámonos a ello sin demora. En muchas ocasiones se trata de descartar una dificultad de tipo visual o auditiva que puede enmascarar un problema de aprendizaje o bien diagnosticar una dificultad que, cuanto antes se ataje, menos repercusiones tendrá de cara a la escolaridad de nuestro hijo. En cualquier caso es importante remitir al colegio los resultados de cualuquier valoración. El profesorado necesita las pautas claras del especialista para poder ajustar su metodología a la forma de aprender de cada niño.
Conocer la causa: ¿por qué va mal en los estudios?
Ya tenemos claro lo que dificulta el aprendizaje de nuestro hijo. Puede tratarse de un problema en el área del lenguaje o algo más relacionado con la atención, quizá lo que falla son los hábitos de trabajo o una dificultad concreta en el área lógico matemática.
Las causas pueden ser muy variadas y no podemos detenernos en cada una de ellas, pero como punto de partida me parece importante aceptar como padres que ese hijo es como es, sabiendo que los resultados académicos no lo son todo, procurando descubrir las áreas en las que ese niño destaca y asumiendo también que va a necesitar de nuestro apoyo de una manera más continuada en las ineludibles tareas escolares.
Como padres y como profesores nos damos cuenta de que en el aula o en la familia tenemos niños que ruedan solos y otros que necesitan de pequeños o grandes empujones para hacerles rodar. Saber que esto es así y contar con ello nos ayudará a asumir que, quizá, necesitaremos tenerlo en cuenta para reorganizar las tardes en casa y para prever quién estará más pendiente de supervisar las tareas escolares de ese hijo que nos necesita más.
El equilibrio entre apoyarles en los estudios y dejar crecer para ganar autonomía
Ante esto puede surgirnos otra cuestión. ¿Dónde está el límite entre apoyarles en los estudios y, a la vez, hacerles ganar en autonomía? ¿Se puede convertir esta ayuda en una muleta sin la cual no serían capaces de estudiar por sí solos? ¿Hemos de sentarnos cada tarde con ellos a hacer los deberes? ¿En qué momento es bueno recurrir a la ayuda de un profesor particular?
No hay recetas generales porque cada niño y cada circunstancia familiar son únicos. La pauta para acertar en cada caso nos la dará el profesor. Él será el que nos pueda recomendar con más acierto si necesita que apoyemos desde casa supervisando la lectura en voz alta de nuestro hijo, buscándole un lugar de trabajo adecuado, sin ruidos ni distracciones, asegurándonos que se pone a trabajar con todo el material preparado, ayudándole a distribuir el tiempo para cada tarea, enseñándole a repasar una lección de cara a un examen, revisar la presentación o la asimilación de lo trabajado…
Y también será el profesor el que nos sugiera en qué momento debemos dejarle funcionar solo, aun a riesgo de que pueda tropezar. Hay momentos del curso o partes del temario en las que nos podemos permitir pequeños resbalones académicos sin que estos supongan generar una laguna de conocimientos y necesitamos comprobar qué es capaz de hacer por sí mismo para poder seguir ayudándole con acierto. Vamos entonces a fiarnos del profesor que sabrá darnos las pautas adecuadas sobre nuestra actuación como padres.
También puede darse el caso en el que desde el colegio se nos recomiende que sea una persona distinta a los padres quien ayude en las tareas escolares. A veces, esta labor supone tal desgaste que lo que debe favorecerse siempre es la relación afectiva entre padres e hijos. Además, el hecho de que sea una persona externa a la familia quien marque con autoridad el horario de estudio, el contenido, o la manera de enfocar las actividades hace que los niños respondan mejor a lo que se les quiere trasmitir.
El cometido del profesor particular
¿Cuál sería entonces el cometido del profesor particular? Este puede variar desde reforzar los contenidos vistos en clase; anticipar el temario para que el niño gane en seguridad durante la explicación del profesor en el aula; o bien, al margen de lo trabajado en clase, detenerse en poner bien las bases y detectar las posibles lagunas previas que son las que dificultan el aprendizaje de ese niño.
Lo fundamental es que exista una buena coordinación con el colegio. En estos casos es de gran ayuda convocar una reunión a principio de curso en la que puedan estar presentes los padres, el orientador, si la situación lo requiere, los profesores de las asignaturas troncales (Lengua y Matemáticas) y la persona del gabinete o profesor particular, para poder determinar la ayuda concreta que ese alumno necesita. Es cierto que esto requiere un gran esfuerzo de coordinación pero multiplica los resultados y el avance con cada niño, que es de lo que al final se trata.
El plano emocional de los niños con dificultades de aprendizaje
También es esencial atender a la parte emocional de estos niños con dificultades de aprendizaje. Estamos hablando de alumnos que estudian algún curso de Primaria y por tanto el rango de edades de las que hablamos es muy amplio, pero a partir de los 9-10 años necesitan conocer, a un nivel que puedan entender, por qué ellos tienen que invertir más tiempo en estudiar que los demás compañeros. Si no saben la razón será fácil que concluyan que ellos son menos inteligentes que el resto.
Existen cuentos adaptados para estas edades que explican en qué consiste la dislexia o la hiperactividad o el déficit de atención. Saber que estas dificultades nada tienen que ver con la falta de inteligencia, sino que suponen una manera diferente de aprender constituye una bombona de oxígeno para su autoestima. Conocer a otros niños o incluso a adultos (personajes, profesores, familiares…) que tienen la misma dificultad que ellos les es de gran ayuda porque les hace sentirse comprendidos, ver que el día de mañana podrán desempeñar trabajos importantes, que otras personas han pasado por sus mismas dificultades
Clara Sordo. Orientadora y profesora del Colegio Orvalle (Madrid)
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