La llegada del otoño es una gran ocasión para poner en práctica un hábito excelente: incorporar a nuestra dieta los frutos que la naturaleza nos ofrece. No pocas veces he hecho referencia a que la mejor forma de asegurarnos una alimentación saludable es aprovechar los productos de cada estación. Esta sería una de las claves de las bondades de la dieta mediterránea.
No quiero decir con esto que debamos rechazar los alimentos que, gracias a los avances en los métodos de conservación, la industria pone a nuestra disposición durante todo el año. Se trata de dar prioridad a estos productos de temporada que, por no haber sido procesados, conservan en mayor medida sus propiedades nutricionales.
Además, desde el punto de vista puramente organoléptico (sabor, olor, color), los frutos de otoño están en su momento óptimo de consumo. Todos tenemos la indudable experiencia de que una fruta cogida recientemente posee mucha más calidad e intensidad de sabor que otra recolectada antes de su punto óptimo de maduración y conservada en atmósferas modificadas o en cámaras frigoríficas.
Cómo aprovechar las frutas de otoño
– Uvas: ricas en vitamina B6, ácido fólico, flavonoides y taninos con efectos antioxidantes.
– Peras: recomendables por su alto contenido en agua, potasio y fibra. Ideales para llevar en el bolso, maletín o mochila y tomar a media mañana.
– Membrillo: consumido en forma de confitura, que aporta potasio y taninos; de ahí su alto poder astringente. Asociado a un queso tierno conseguimos una merienda muy completa.
– Granada: su color rojo revela su alto contenido en antioxidantes. Complemento ideal para cualquier ensalada.
– Manzanas en cualquiera de sus variedades: muy ricas en agua y fibra, por lo que tienen pocas calorías.
– Frutos secos: ricos en proteínas, grasas insaturadas como los ácidos grasos oleico, linoleico y omega 3; vitaminas del tipo E y C, ácido fólico, flavonoides, potasio, calcio, fósforo, hierro, zinc, además de una cantidad importante de fibra. Han sido relegados de nuestra dieta por su alto valor calórico, pero consumidos crudos (sin añadir sal o freír) no lo son tanto.
Recientes estudios epidemiológicos en nuestro país (Predimed) han demostrado la relación directa entre el consumo diario de frutos secos y el efecto protector frente a enfermedades cardiovasculares, respiratorias y determinados tumores. La recomendación dietética sería tomar 25-30 gramos de frutos secos al día, que equivaldría a: 2-3 nueces, 5-6 almendras y alguna avellana o anacardo.
Bien podríamos aplicar a la salud del cuerpo lo que, respecto a la del alma, afirmaba Pablo VI: «el otoño, por su dulzura, su mesura, su magnificencia tranquila, es una verdadera primavera del espíritu».
Pedro J. Toranzos
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