La utilización de un lenguaje propio y distintivo de los adolescentes es una realidad que va asociada a la edad. Es una seña de identidad, un elemento de autoafirmación y de rebeldía. Y todo eso no es malo. No, mientras nuestro hijo sepa utilizar el vocabulario conveniente en la circunstancia adecuada.
¿Pero dónde han aprendido a hablar de esa manera? ¿Será alguna rara enfermedad? ¿Necesitarán algún tratamiento o terapia intensiva para que se les pase?
Evidentemente nada de eso. Es más, si hacemos un sano ejercicio de retrospectiva interior seremos capaces de vernos y oírnos a nosotros mismos utilizando palabras muy similares o, al menos, a nuestros padres diciendo las mismas frases y expresiones que nosotros dirigimos ahora a nuestros hijos.
Está bien, siempre que no pierda los modales y la educación, que hable con sus amigos con las palabras de su propia jerga, pero lógicamente no es plausible la utilización de esa forma de hablar en un ambiente escolar, en la familia o delante de nuestros amigos.
Por tanto, dejando claro que la utilización de la jerga juvenil, en el entorno adecuado, no supone ningún problema, y que en ese ambiente cualquier adolescente se maneja como pez en el agua, será necesario asegurarse que nuestro hijo «domina» al menos en el nivel propio de la edad ese otro lenguaje formal, que necesita para desenvolverse en el resto de ámbitos de su vida.
Pensamiento y palabra
Decía el que está considerado por muchos como uno de los mejores críticos literarios inglés, Samuel Johnson, que «el lenguaje es el vestido de los pensamientos». Así es, un lenguaje claro, un discurso bien construido con un vocabulario rico nos descubren una mente bien organizada y una persona con la que se puede conversar.
Por tanto, al escuchar hablar a nuestros hijos debemos saber descubrir entre sus palabras: razonamientos, deseos y aspiraciones. Es importante cómo lo dicen, pero más importante es qué dicen.
El pensamiento formal se va desarrollando durante la adolescencia, de tal forma que incluso se podría considerar un signo del término de la misma «la capacidad de la persona de elaborar un razonamiento adulto».
Pero, no olvidemos que están aprendiendo a pensar. Al igual que de pequeños hacían torres con cubos y les entusiasmaba tirarlas, ahora van a «experimentar» con sus ideas. Por tanto, lo que hoy puede ser ancho según el razonamiento que han construido, mañana organiza las ideas de forma diferente y el resultado es que lo mismo es estrecho. Hoy les entusiasma una canción, un color, un artista, un amigo, un libro, un profesor, y aparentemente con las mismas piezas mañana concluyen que lo detestan. Y cuando esos «ensayos de razonamiento» se expresan en palabras, nuestra respuesta NUNCA puede ser del tipo «¡Mira que dices tonterías!», «No te aclaras ni tú mismo», «No tengo ganas de volver sobre lo mismo»…
Sus palabras traslucen su interior. No te está desafiando, no dice las cosas así para fastidiarnos; está ensayando para aprender a pensar, a debatir, a defender sus ideas, en definitiva a saber expresarse como un adulto.
Plasmar por escrito los pensamientos
Es una buena época para que animemos a nuestros hijos adolescentes a plasmar por escrito los pensamientos que les rondan la cabeza. Que hagan el esfuerzo en transcribir lo que piensan, haciéndoles ver que sobre una idea escrita puedo volver las veces que quiera y analizarla, descubrir mi propio error en el razonamiento o enriquecerlo poco a poco hasta llegar a una conclusión coherente.
Es muy importante que les ayudemos a comprender que no todos los pensamientos y, por tanto, no todos los discursos y opiniones tienen el mismo valor. Que hay temas que admiten opinión, pero que la verdad existe y no es producto de mi pensamiento. Mi pensamiento no debe «fabricar» la verdad, debe descubrirla.
Y llegados a este punto no queda más remedio que volver a lo que ya por sabido no podemos dejar de recordarnos cada día, es imprescindible que dediquemos el tiempo suficiente a cada uno de nuestros hijos adolescentes. Escucharles, conversar con ellos, debatir, analizar, concluir, con ellos nunca contra ellos.
Puede ayudarnos en esta tarea leernos un libro que ellos se hayan leído recientemente, o proponerles la lectura de algún título interesante. Así podemos tener un tema «aséptico» de conversación sobre el que analizar, debatir, extraer conclusiones, en definitiva, ayudar a nuestro hijo a construir razonamientos y expresarlos adecuadamente.
¡Que no se queden sin palabras!
Pobreza de vocabulario, poca fluidez y falta de coherencia en el discurso, características que en líneas generales presenta el lenguaje de los adolescentes de hoy.
Podría ser que algo de influencia tuviese el excesivo uso que nuestros hijos hacen de las Nuevas Tecnologías. Podemos incluso pensar que «la culpa de todo» está «en lo poco que leen hoy en día los chavales». En la novela «Fahrenheit 451», su autor Ray Bradbvay pone las siguientes palabras en boca de uno de sus personajes: «No es libros lo que usted necesita, sino algunas de las cosas que en un tiempo estuvieron en los libros. El mismo detalle infinito y las mismas enseñanzas podrían ser proyectados a través de radios y televisores, pero no lo son. No, no son libros lo que usted está buscando. Búsquelo donde pueda encontrarlo, en viejos discos, en viejas películas y en viejos amigos; búsquelo en la Naturaleza y búsquelo por sí mismo. No hay nada mágico en los libros. La magia sólo está en lo que dicen los libros». El personaje al que van dirigidas estas palabras buscaba ideas para poder pensar por sí mismo. Y esto mismo creo que podemos aplicar con nuestros hijos adolescentes, no se trata de que lean más, sino de que lean buena literatura, artículos interesantes, pero también pueden adquirir esa riqueza de una buena película, de una canción, de una pacífica y divertida conversación entre amigos o con nosotros.
¡Que no pierdan la fuerza por la boca!
Y por supuesto que la corrección en el lenguaje es importante. En cuántas ocasiones nos hemos encontrado nosotros mismos pensando, «¡Si lo hubiera dicho de otra manera!». Y seguro que no nos resulta difícil recordar a nuestros padres o a algún profesor diciéndonos: «Puede que tengas razón pero la pierdes por la forma de decirlo». Y es que el lenguaje no sólo consta de las palabras que decimos. Los gestos, el tono de voz, la actitud que mostramos, todo ello configura el mensaje que trasmitimos al hablar.
Ayudemos a nuestros hijos a descubrir cómo es y cómo pueden mejorar su lenguaje no verbal. No olvidemos que en el lenguaje no verbal tiene mucha importancia la capacidad de autocontrol de las emociones y que nuestros hijos a su edad están en proceso de conseguirlo. ¡No pidamos peras al olmo!
Consejos para sobrevivir a la jerga juvenil y adolescente
La jerga juvenil y adolescente es un fenómeno normal y pasajero. Es una herramienta que los chavales utilizan para reafirmarse y sentirse parte del grupo. No es ningún problema, siempre y cuando nuestro hijo sólo haga uso de ella en el ambiente y con las personas adecuadas.
El lenguaje refleja nuestros pensamientos, deseos y sentimientos. Hemos de prestar atención a cómo dicen nuestros hijos las cosas, pero mucho más importante es qué dicen y, por tanto, qué piensan y sienten.
Comunicamos muchas veces más con nuestro lenguaje no verbal que con las palabras que decimos. No podemos ayudar a nuestros hijos a mejorar su lenguaje y comunicación con gestos bruscos, tras un enfado con ellos o si a diario no les escuchamos.
Sin ser pedantes ni perder la naturalidad que siempre debe reinar en nuestro hogar, durante las comidas en familia se puede proponer un tema interesante de debate sobre alguna noticia de actualidad. También podemos comentar ideas o perfiles de los personajes de alguna novela o una película que hayamos leído o visto todos. Es un modo sencillo de aprovechar los ratos en familia para favorece que aprendan a hablar claro… y bien.
Mª Jesús Sancho. Psicóloga. Máster en Matrimonio y Familia por la Universidad de Navarra
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