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Si quieres a tus hijos, no les hagas los deberes

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Tarde de domingo en el singular patio de WhatsApp. Uno de los grupos, de un avanzado curso de Primaria, entra en ebullición alrededor de un problema de matemáticas. Menos mal que lo tengo en silencio, porque cuando me quiero dar cuenta, hay más de treinta mensajes sobre el ejercicio 8 (primero hubo una cierta confusión entre el 7 y el 8 pero parece que algún padre ha decidido fiarse de su hijo y hemos concluido que es el 8).
No es un ejercicio difícil, la verdad. Pero es de esos que admite varias respuestas, de esos que no tiene una única operación posible. Quizá el enunciado podría haber estado mejor redactado. No lo sé. Pero desde luego no creo que su autor imaginase las horas de polémica que ha desatado entre los padres.
Lo divertido es que todo el mundo opina. Hay uno que debe de ser un tipo listísimo que sabe una barbaridad de números porque cuenta cómo ha resuelto ‘él’ el problema con un lenguaje tan obtuso que lo mismo es Nobel de matemáticas. Y yo, con estos pelos, compartiendo WhatsApp con tan elevados genios.
Lo cierto es que yo le dije a mi hija lo que le digo siempre: «Piénsalo un rato e intenta resolverlo. Si no lo sabes, no te preocupes y el lunes se lo dices a tu profesora». Lo digo con convencimiento absoluto porque sé a ciencia cierta que la profesora es una persona cabal que estará encantada de ayudarla y no se la va a comer. Además, como soy profesora de Universidad, sé de buena tinta que su futuro académico no estará en entredicho por el problema 8 de matemáticas.

Es más, estoy convencida de que no haber podido terminar los deberes y preguntar a su profesora serán dos aprendizajes fantásticos para su futuro académico y profesional.


El debate sigue en el WhatsApp ajeno a mi atención. Algún padre convincente traza una línea de actuación común que pasa por una operación matemática que los niños aún no han dado. Pero no les importa. Está correcto. Y para ellos, lo importante es que la profesora vea que está correcto. A ellos ‘plin’ si el niño lo ha entendido, ‘plin’ si, al hacerles los deberes, le han dicho entre líneas que lo consideran demasiado tonto para resolverlo, ‘plin’ si ya de paso el niño interpreta que tiene derecho a que se le hagan los deberes, por aquello de no sufrir y tener una infancia feliz.
Llega el lunes y mi hija me cuenta, no sin sonrojo, que lo primero que ha preguntado la profesora es a quiénes habían ayudado los padres a resolver el dichoso ejercicio 8. Como los niños aún albergan poca maldad, responden sin dudarlo: se alzan las manos de más de la mitad de la clase, con un ejercicio brillantemente resuelto gracias a sublimes conocimientos de un licenciado en matemáticas. La profesora explica en la pizarra a todos los presentes una forma mucho más sencilla de resolver el problema. Los niños lo entienden y se van a casa. Eso sí, la mitad de ellos con una extraña sensación que mezcla la vergüenza con la falsa justificación de que sus padres tienen la obligación de ayudarles.
Por cierto, mi hija tenía mal el ejercicio. No se la han comido. Ya sabe hacerlo. Se la ve contenta.
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