Este verano pasé unos días en casa de unos buenos amigos y en las largas conversaciones, tan frecuentes en la oscuridad para que no nos comiesen los mosquitos, más de una vez salió el tema del matrimonio y la complejidad de los problemas.
Una de las hijas, todavía muy joven, pero con tres hijos, escuchaba mucho y prácticamente no intervenía en nada. Su marido, mucho más espontaneo, decía lo que se le venía a la boca sin el menor reparo por la presencia de sus suegros.
Una tarde, mientras la abuela empezaba a preparar la cena de los nietos, Alicia me preguntó si no me importaba que diéramos una vuelta por el paseo marítimo. Inmediatamente le dije que sí y echamos a andar.
-Yo suelo leerte en Hacer Familia, casi siempre, -me dijo nada más empezar- y tengo que confesarte que unas veces estoy de acuerdo contigo y otras, no comparto tus opiniones.
– Hasta ahí podíamos llegar, le dije inmediatamente. Si de veinte ideas te quedas con dos, me doy por conforme.
– Es que «todos» los que escribís sois unos teóricos de libro. Hay que bajar a la arena para lidiar los toros.
La verdad es que tuve que morderme la lengua para decirle que llevo 48 años casado y en los últimos 35 he conocido profesionalmente a miles de familias. Pero la que quería hablar era ella, no yo. Había que dejar que desembuchara.
– Yo tengo una serie de problemas en mi matrimonio. Comprendo que no son graves, pero son tantos que me tienen harta. A partir de ahí empezó a ligar unos con otros, en una serie interminable. «Se me ha pasado la ilusión»; «Mi marido y yo llevamos vidas paralelas»; «Se ha roto la comunicación porque no tenemos tiempo para hablar»; «Él ayuda muy poco en casa y tres hijos dan mucha guerra»; «Me pone de los nervios que los fines de semana sólo quiera dormir»; » A veces me dice que soy una pésima administradora»; «Todo lo amable que era de novio ya lo ha olvidado y para colmo como queremos distanciar un poco los niños, cuando nos apetece estar juntos no podemos y cuando podemos no nos apetece»; «Nada es como al principio».
La explicación de cada aspecto lo ilustraba con todo lujo de detalles y yo la escuchaba en riguroso silencio. A veces resaltaba algún aspecto, otras le echaba su punto de teatro… en fin, lo que son estas cosas. Un combate naval en el agua de una bañera.
Hubo un momento que, quizá para dar cierto tono trágico soltó la frase fatídica: «He empezado a pensar la posibilidad de separarme».
En ese momento me volví hacia ella con toda la energía de que fui capaz y la di un grito: ¡Eso ni lo pienses!
Se quedó tan sorprendida por mi reacción, que para echar un poco de agua al vino me dijo: «Tampoco es para tanto, mucha gente lo hace».
Aún me puse más nervioso y como tengo con ella la mayor confianza, la dije:
-¿Cómo puedes ser tan insensata?, Alicia. Me estás hablando de un asunto sustancial en tu vida y, por todo argumento, te comparas con todo el mundo y aceptas la posibilidad de tirar por la ventana, por lo menos, la vida de cinco personas.
– ¿Llevo media hora hablándote de mis problemas y me dices que solo quiero hacerlo porque está de moda?
– Vamos a ver si ponemos un mínimo de orden. Estoy dispuesto a emplear cinco tardes para reconducir cada uno de los «reales o supuestos» problemas que me has planteado, pero no estoy dispuesto a hacerlo mientras no me prometas que te vas a quitar «esa frasecita» de la cabeza.
-¡ Ves como eres un radical!
– Califícalo como quieras, eso me trae al fresco. Tengo suficiente experiencia para asegurarte que cuando se admite esa idea como una posibilidad, es como si hubiera caído una chispa de fuego en un secarral. El incendio no hay quien lo apague.
Cada vez que he tenido que actuar en cursos prematrimoniales, he intentado dejar claro a los novios que su acta de matrimonio tenían que guardarla en el maletero más alto de la casa, donde fuera imposible llegar a ella para replanteársela.
– Eso es vivir con los ojos cerrados…
– ¿Pero tú crees que la realidad es el globo que cada día hinchas con tu fantasía? Eso es una novela, una ficción, un engaño* ¿Acaso quieres resolver unos problemas, que tú misma no calificas de graves, creando uno mucho mayor?
Vamos a hablar en serio.
Esos problemas de que me hablas son el «pan de cada día» en cualquier matrimonio. Si haces un listado puede cotejarse con miles de parejas como la tuya. Unos las afrontan, las superan y cuando ha pasado algún año por encima de ellos se recuerdan como una pesadilla. Eso no significa que entonces no aparezcan otros. En la vida siempre hay dificultades y las tuyas son mínimas. Aunque por ser tuyas te parecen enormes.
La imaginación alimentada por el cansancio, o por nubarrones oscuros de pesimismo, que todos disfrutamos, nos agranda los problemas que nos arrinconan en un cuarto oscuro donde todo es negro, y hasta repulsivo. Cuando estamos sumergidos en ese pozo, alguien -que no es precisamente un ángel- nos abre una puerta por donde se desemboca en el paraíso: «En cuanto me separe se han cavado los problemas pues podré hacer lo que me dé la real gana». ¡Mentira! ¡Mentira! ¡Mentira! Aparecerán otros muchos, más graves y donde tienes menos posibilidades de actuar, pues has puesto en marcha una máquina que con su inercia no hay quien la pare. Será como una aprisionadora que te arrollará a ti y a muchas más personas.
– No me negarás -me ha contestado Alicia- que hay personas a las que les ha ido bien en la segunda oportunidad.
– ¿Has encontrado a alguien que no asegure que ha veraneado en el mejor sitio del mundo, conduzca mejor que nadie y su vida es una sucesión de aciertos? Sonríen, sonríen y sonríen como tontos, pero lloran a escondidas más que nadie. Todo eso sin contar con que en esa decisión, dictada por un egoísmo feroz, se ha dejado un campo sembrado de cadáveres. ¡Ojo! Hay casos y casos… A veces no hay otro remedio que buscar una solución penosa ante una gravísima situación. Yo hablo de ti y de tu caso.
Se nos ha hecho tarde y nos estarán esperando para cenar. Tenemos que seguir con este tema, Alicia.
– ¿Eres consciente que me has dado la noche?
– Ya lo sé, pero para escuchar cuentos chinos hay que ir hasta Pekín y están trucados hasta los fuegos artificiales.
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