La paciencia, como todo, se educa con paciencia. Y todos sabemos por experiencia que la perdemos con más facilidad con que respiramos. Es la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse.
Pero ¿quién en su sano juicio puede permanecer inalterable ante esos hijos que se hacen pis sin parar, que no comen, que lloran sin saber por qué lo hacen, que pasan de lo que les decimos (a veces porque ni tan siquiera nos entienden) y que encima se sonríen al vernos la cara roja de enojo la quinta vez que han tirado al suelo la cuchara llena de comida?
O cuando son mayorcitos y llegan tarde a la mesa, a todas las mesas: la de comer y la de estudio, cuando dicen «¡ya me lo sé!» Y se han sentado hace cinco minutos a aprender un tema completo de Conocimiento del Medio, o cuando, por enésima vez, han dejado colgada la ropa en el aire y, claro, está en el suelo… o cuando nos plantan cara… ¡nos plantan cara porque se les dice que hagan simplemente lo que les compete hacer!
Ser pacientes al educar: ¿un reto imposible?
Pues esos genios de lo casi imposible, hemos de ser nosotros, los adultos que trajimos con nuestro amor esas criaturas a este mundo tras nueve meses de infinita paciencia deseando verles las caras. Nosotros, que somos sus referentes, sus modelos de conducta, los que marcan lo bueno y lo malo debemos aprender a ser pacientes. Papá y mamá serán sus modelos. Y tal y como les enseñemos a ser, tratarán de que sus futuras familias sean. ¡Ahí es nada! Esa es nuestra responsabilidad, dar ejemplo. La paciencia es el ingrediente básico para educar mejor.
Eso sí. Para que nuestra paciencia no sea motivo de su irresponsabilidad y falta de educación por quedar en simple inhibición, ha de caminar junto a la exigencia, amable pero firme, de no permitir la cuchara en el suelo, los llantos caprichosos, la desobediencia, los horarios serios, la exigencia personal, o las buenas formas de nuestros hijos. Y eso requiere de una gran dosis de serenidad, firmeza, saber bien cuál es la meta a alcanzar y previsión de consecuencias positivas o negativas según vayan cumpliendo lo que se les propone o lo que saben que deben hacer.
Tenemos mucha aprensión a castigar, a reprender, y no digamos a mantener lo que hemos dicho que pasaría si hacían tal o cual cosa. Cuando hemos repetido algo, y a la segunda no lo hacen, vamos calentando motores. A la cuarta caben dos posturas: o lo hacen obligados porque sí, porque hay que hacerlo, o lo hacemos los adultos y así acabamos antes y lo hacemos mejor. Hacerlo nosotros implica falta de paciencia tanto por nuestra parte como por la suya. Conseguir que acaben haciéndolo ellos denota paciencia como padres y enseña paciencia a los hijos. Pero para alcanzar este punto es necesario que los niños sepan enfrentarse a tareas que requieren paciencia.
Enseñarles a hacer cosas pesadas y minuciosas
Para que aprendan a ser pacientes, tenemos que dotarles de la capacidad para hacer cosas pesadas o minuciosas. Esas cosas que cuestan, que no salen a la primera. Esas son precisamente las que han de hacer solos, tranquilos, sin desfallecer y sin nuestra dirección. Señalar el camino sí, caminarlo juntos, no. No sale a la primera, mira qué falló y ¡a por ello! La segunda igual y la tercera también. Cuando lo consiguen no hay satisfacción más grande que sentirse capaces y además percibiendo la satisfacción de sus padres.
Saber esperar cuando algo se desea mucho
«¡Ahora, mamá»! Lo quiero ahora, lo necesito desde ayer». En ese momento, hay que esperar: lo importante, mañana. Lo muy importante, pasado mañana. Para estar seguros. Si es algo que se compra, que ahorren. No hay casi nada que se necesite de verdad en este preciso instante.
Esas interrupciones a la conversación de los mayores, porque necesitan algo «ya», tienen que recibir por respuesta, en primer lugar, el silencio por no respetar el momento para hacer la solicitud. Cada cosa tiene su tiempo y así todo llega cuando debe hacerlo. Seamos pacientes. Ellos aprenderán a esperar. ¡El valor de la espera tiene tantas recompensas!
Imprescindible enseñarles a esperar cuando dicen:
– Quiero ver la televisión ahora.
– Mamá cómprame eso* porfa, porfa, porfa.
– Tengo hambre, sed, calor, frío.
– No entiendo esto, explícamelo.
– Mamá ¡que no quiere jugar conmigo a lo que yo quiero!
– Estoy estudiando, pero necesito beber.
– He perdido tal cosa, cómprame otra.
– No me sale bien, hago otra cosa.
– Ya no quiero esta actividad extraescolar, cámbiame.
– Está viejo esto, necesito otro.
Lourdes Giner. Profesora y coordinadora de Primaria en el Colegio Orvalle (Madrid)
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