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El esfuerzo de educar a los niños, ¿en el fondo o en la forma?

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Cuando nos enfrentamos a las primeras etapas de la educación, es fácil caer en la tentación de educar en algunos detalles que no dejan de ser importantes, como los buenos modales, y olvidar otras cuestiones de mucho más calado. Por este motivo, los padres debemos adquirir una imagen con perspectiva de lo que necesita cada hijo.

A todos nos agrada que nuestros hijos pequeños nos dejen en buen lugar ante los amigos, los vecinos, el colegio, los suegros, etc. y no se comporten mal, con rabietas, caprichos y todo ese elenco de actuaciones que logran que uno se salga de sus casillas.

Cómo educar mejor a los niños

Pero… hay un «pero». Si un niño es educado en el miedo de lo que le puede pasar si no actúa como sus educadores ordenan o desean, es muy probable que su desarrollo intelectual, moral e incluso físico se vea seriamente comprometido. Si nunca, en ningún caso, ha experimentado el efecto de un «no» es muy probable que acabe, más pronto que tarde, convertido en un tirano. Entonces, ¿qué podemos hacer?, ¿cómo saber qué se ha de hacer en cada caso?

Hay hijos que necesitan más exigencia, otros menos; hay momentos en que uno de nuestros hijos necesita estar a solas sin que le atosiguemos con un exceso de bienintencionado, pero contraproducente, cariño; en otros momentos, por el contrario, no intervenir puede ser interpretado como desinterés. Nosotros mismos pasamos, incluso varias veces a lo largo del mismo día, por cambiantes estados de ánimo; una determinada advertencia hecha desde el equilibrio causa un efecto muy diferente que si pronunciamos las mismas palabras en un momento de ira, aunque se trate de ira contenida.

La esencia de la educación

¿Qué podemos hacer? ¿Cómo saber qué se ha de hacer en cada caso? Asumir abiertamente la responsabilidad de encontrar por uno mismo la respuesta más adecuada en función de nuestra personalidad y la de nuestros hijos, del momento en que unos y otros nos encontramos y de las circunstancias concretas. Es muy importante dejar de aspirar a la posesión de una fórmula mágica que, aplicada en todos los casos y a todos las personas, surta efectos automáticos. El mero hecho de desearlo o planteárnoslo puede ser un indicador de falta de interés o de compromiso.

La esencia de la educación es un encuentro interpersonal. Lo que realmente importa no es lo que se sepa hacer, sino lo que uno sea. La educación de verdad, esa que deja huella, se produce no tanto por las palabras, por los gestos, conductas y/o la aplicación de recetas pedagógicas más o menos afortunadas, sino por ideas, actitudes y otros elementos, difícilmente identificables pero muy importantes, que residen en lo más profundo de nuestro ser.

El esfuerzo sincero por educar bien a cada uno de nuestros hijos, con independencia de los errores y fracasos que haya en el camino o quizá precisamente por ellos, es el mejor camino, me atrevería a decir el único, para conseguir resultados. Por el contrario, una excesiva preocupación por lograr el niño perfecto o ser el papá o mamá perfectos suele producir, en muchos casos, efectos contraproducentes.

José Fernando Calderero. Decano de la Facultad de Educación de la Universidad Internacional de la Rioja

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