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Los niños ya no saben aburrirse

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Hay un fenómeno que me llama la atención: pocas personas dedican parte de su día, aunque se mínima, a no hacer nada. Entiéndanme bien: utilizo el «no hacer nada» en su más absoluta literalidad, es decir, no incluye estar tirado en el sofá viendo la tele, porque entonces se está viendo la tele…

El hombre moderno parece tener una verdadera aversión por el vacío, por el silencio, por pensar… Prueba de ello es que rara vez veremos en la parada de un autobús a algún distraído en sus pensamientos. Estará distraído en su juego de colorines en el teléfono móvil, en su atalaya de vigilante en Facebook, en la lectura de un periódico, de un libro, en su música a todo trapo. Sospecho que en realidad tenemos miedo a encontrarnos con nosotros mismos, a decirnos las verdades a la cara, a hacer examen de conciencia y salir trasquilados.

Este miedo al vacío, a la soledad del pensamiento, al aburrimiento al fin y al cabo, se lo hemos transmitido a nuestros hijos. Y cuando los vemos enganchados al teléfono solo por qué se aburren, o haciendo girar una y otra vez un spinner mientras, supuestamente, estudian, debemos leer que les ocurre exactamente lo mismo que nos pasa a los adultos, aquello que los clásicos llamaron «horror vacui».

El problema ha ido aumentando con la digitalización paulatina de nuestras vidas. ¿Por qué? Porque los Smartphone y tecnologías afines nos han permitido entrar en el mundo de la multitarea. Y como hemos descubierto que podemos hacer varias cosas a la vez, creemos que podemos hacer cualquier cosa al mismo tiempo que otra. Y no siempre es posible.

Por qué los niños ya no saben aburrirse

Foto: ISTOCK 

Pero nuestros hijos aún no lo saben. Aún no han tomado conciencia de cómo está afectando a su rendimiento el hecho de que sean incapaces de focalizar su atención. Centrar la capacidad de pensamiento en una única cuestión, aunque sea la más banal, permite a nuestro cerebro ponerse a buscar soluciones creativas ante cualquier dilema planteado. La genialidad no llueve del cielo por sorpresa, sino que es la cima de un proceso silencioso, paulatino y constante de pensamiento abstracto.


Nuestros niños no saben abstraerse porque no saben aburrirse. Y no saben aburrirse principalmente porque no les dejamos.


¿Cuántas veces he oído a unos padres decir que quieren apuntar a sus hijos a la enésima extraescolar al medio día porque una hora en el patio es demasiado tiempo? ¿Cuántos padres les «evitan» a sus hijos situaciones aburridas en las que tienen poco que hacer, como esperar para presentar una documentación administrativa con nosotros?

Necesitamos recuperar la calma, grandes y pequeños. Los adultos por el bien de nuestros nervios que acaban desorbitados en esta obsesión por «hacer» sin parar. Los pequeños porque solo el aburrimiento permitirá abrir la puerta a una genialidad que queda adormecida por el exceso de información que reciben. Menos sobreestimulación y más aburrimiento.

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