Incluso aunque en nuestra vida no estemos atravesando por el mejor de los escenarios, es sorprendente el grado de infelicidad del que está aquejada nuestra sociedad. La falta de ilusión por los retos que la vida nos plantea ha provocado en nosotros un efecto paralizante. Llevado al terreno positivo, es imprescindible que recuperemos ese anhelo por alcanzar nuestras metas porque, de lo contrario, la tristeza ganará la partida. Sin ilusión no hay felicidad, sin ilusión la familia no avanza.
En busca de la felicidad, aprender a ilusionarse
Vivimos en un mundo en el que la búsqueda de la felicidad es el principal objetivo del ser humano. Ha sido un tema recurrente a lo largo de la historia pero sobre el que es difícil investigar. Quizás debido a su complejidad y amplitud, se trata de una cuestión cuyos límites no se puedan acotar. No obstante, todo ser humano anhela ser feliz, todo el mundo busca la felicidad.
Se ha producido en los últimos tiempos un desanimo generalizado en la sociedad. Quizás la crisis económica haya ayudado, o las crisis matrimoniales, o las crisis personales. Lo cierto es que todas estas crisis pueden ser llevadas de una u otra forma. Como decía Ortega y Gasset, «la felicidad consiste en la administración inteligente del deseo», consiste en no equivocarse en las expectativas, no pedirle a la vida lo que realmente no nos puede dar.
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En realidad, todos sabemos lo que es la felicidad; sin embargo, el problema aparece cuando en su búsqueda nos tropezamos con aquellos obstáculos que nos impiden alcanzarla. Parafraseando a Don Quijote, no olvidemos que «la felicidad no está en la posada, sino en el camino» y por ello hay que saber disfrutar de las cosas en el momento, pues siempre se buscará ser feliz mientras uno «ya está siendo» feliz.
La felicidad es la vocación natural del ser humano
Palabra mágica, anhelada por toda persona. La felicidad tiene un fondo interminable. Y este inagotable es lo que hace que siempre estemos enfrascados en su búsqueda.
El psiquiatra Enrique Rojas sostiene que «la felicidad es ilusión», lo que ocurre es que en la actualidad apenas hay ilusión por nada.
Los jóvenes obtienen lo que desean de forma fácil y rápida, y por ello no hay esfuerzo por alcanzarlo. Sin esfuerzo no se genera ilusión. Y sin ilusión no hay felicidad. Hay que conseguir que la gente se ilusione, que uno mismo se ilusione. Para ello se requiere saber retrasar las recompensas, trabajar con tesón en lo que uno hace y no dar ni conseguir todo lo que uno desea a la primera de cambio.
La felicidad, ¿en qué consiste?
La felicidad consiste en sentirnos bien con nosotros mismos al comprobar que hay una buena relación entre lo que hemos deseado y lo que hemos conseguido. Por lo tanto, si la felicidad es ilusión, esta se genera con esfuerzo, con trabajo… Con todo, la cultura del esfuerzo, aunque un poco más de moda por la crisis, sigue desaparecida. Es por todo esto que nuestra sociedad presenta a chicos desanimados, infelices. No solo sin ilusión, sino también sin ganas de ilusionarse. No tienen ganas de nada ni de nadie; y, si las tienen, es de cosas pasajeras que son obtenidas por los padres.
Para recuperar esas ganas tanto en uno mismo como en el resto, es recomendable inculcar a los hijos curiosidad por la vida. Que vayan más allá, que aprendan, que se pregunten sobre las cosas. Preguntarles qué les gustaría ser de mayores, cómo y qué creen que deben hacer. No hay que olvidar que la felicidad consiste en estar contento con uno mismo al comprobar que el proyecto de vida personal funciona. Este proyecto se basa en un equilibrio entre los cuatro grandes ingredientes de la vida: amor, trabajo, cultura y amistad.
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Personalizar el optimismo
El tema de la felicidad sin duda está de moda. Desde hace unos años las publicaciones sobre esta cuestión se han multiplicado. Sin embargo no podemos olvidar que la felicidad no depende de la realidad, sino de la interpretación que cada uno hacemos de ella. Esa realidad se refleja en historias como la de Nelson Mandela o Tomás Moro… y es esa realidad la que tenemos que saber administrar cada uno, sabiendo que no hay que ver la felicidad como la meta, sino como el camino.
En todo este proceso de búsqueda e ilusión, cobra una especial relevancia el optimismo, una forma de afrontar la realidad y de enfocar las cosas, que nos ayuda en este ambicioso cometido. Un error en el que se cae a veces es considerar el optimismo como una espera paciente de que todo a nuestro alrededor ocurra de forma positiva. Nada más lejos de la realidad: se debe poner algo de nuestra parte para que eso ocurra.
Una persona optimista es la que confía en sus posibilidades, pide la ayuda que precisa, y también confía en los demás. De esta forma, en cualquier circunstancia, distingue primero lo bueno, lo mejorable, y solo luego, ve las dificultades que se interponen. Piensa en clave positiva. De esta forma, es capaz de aprovechar lo positivo y afrontar el resto sin desanimarse. Con esfuerzo, con lucha.
Isabel Rojas Estapé. Psicóloga y periodista.
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