Un niño es una mente en blanco que llega a este mundo sin saber muy bien cómo funciona esto. Día a día ven cosas que no entienden y para tratar de comprenderlas recurren a sus referentes: los padres. Esas personas que para los más pequeños de la casa son las más listas del mundo y que posiblemente tengan la respuesta a sus dudas.
En ocasiones en función de la pregunta muchos padres optan por callar. Otros en cambio terminan por creer que la curiosidad en sus hijos es demasiado y que estos han salido preguntones. No hay que confundir estas situaciones con los cotilleos, hay que fomentarla y encauzarla para sacar el máximo provecho de esta cualidad que puede beneficiar mucho a los niños.
Beneficios de la curiosidad
Por naturaleza los niños son curiosos. No saben nada y quieren aprender cómo funciona el mundo en el que viven. Por este motivo por su mente pasan multitud de pensamientos que no tienen respuesta. Esta capacidad muchas veces se confunde con niños entrometidos. Pero todo lo contrario, gracias a esta habilidad para cuestionarse las cosas los niños pueden convertirse en personas reflexivas.
La curiosidad es la base de todo conocimiento, las ganas de saber por qué motivo suceden las cosas y el modo en el que lo hacen. Esta capacidad también puede fomentar la habilidad de raciocinio en los más pequeños puesto que al conocer los conceptos, los menores podrán relacionarlos para llegar a conclusiones por ellos mismos. Algo que les va a servir tanto en su futuro académico como profesional.
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Estimular la curiosidad
Los padres deben saber cómo sacar el mayor beneficio de la curiosidad de sus hijos y estimularlos tanto como les sea posible. En la vida cotidiana sucederán muchas cosas que van a hacer que los niños pregunten, desde por qué arden las cosas o por qué llueve cuando hay nubes. Será en estos momentos cuando los mayores deberán aportar el conocimiento que tengan y tratar de hacerlos comprender estas nociones básicas.
A medida que crezcan y tengan nuevas capacidades como la lectura, los adultos pueden animar a encontrar más información en los libros. Datos que les haga preguntarse nuevas cosas y compartir estas dudas con sus padres. Pero siempre se debe recordar la edad de los más pequeños y no caer en largas explicaciones científicas que saturen sus cerebros haciendo que no entiendan nada.
Por ejemplo cuando el niño pregunte por qué llueve los padres pueden poner el ejemplo de una cacerola con agua hirviendo. Explicarles que esa agua va para arriba hasta que llega a lo más alto, hace frío y vuelve a caer en forma de lluvia. De este modo los más pequeños entenderán cómo este elemento puede cambiar de forma en función de la temperatura a la que sea sometido.
Como se ha dicho antes, en ocasiones la curiosidad puede confundirse con ganas de enterarse de cotilleos. Estas situaciones también deben sobrellevarse, por ejemplo si el niño en la escuela tiene un compañero con alguna discapacidad y este pregunta que qué le ocurre los padres deben procurar que esta diferencia no haga que el menor no se relacione. Simplemente habrá que decirle lo que padece este chico o chica y animarlo a descubrir las muchas cosas buenas que seguro tiene.
Damián Montero
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