Papá y mamá trabajan mucho, quieren darles lo mejor a sus hijos, pero quizá han olvidado que los niños lo que más necesitan es estar con ellos, es decir, tiempo. Son «los niños llave», los que llevan colgada al cuello la llave de la puerta porque al salir del colegio no hay nadie en casa. Un fenómeno tan silencioso que ni siquiera se ha contabilizado suficientemente.
Los especialistas denominan «niños llave» a aquellos pequeños que al acabar el colegio se van a sus casas donde no hay nadie, ya que sus padres trabajan. Abren con su propia llave, se preparan la comida o la merienda, o bien se calientan la fiambrera que les ha dejado mamá preparada; hacen sus deberes solos y organizan el resto de su tiempo como quieren, hasta que sus padres llegan a las ocho o nueve de la noche.
Dificultades para conciliar familia y trabajo
En algunos casos son hijos únicos, pero no siempre; por tanto, en ocasiones el mayor es, además, el responsable de los hermanos menores. Se calcula que hay unos 400.000 «niños llave» en España, aproximadamente el 11% del total de niños y niñas de entre 5 y 13 años; en Estados Unidos la cifra alcanza los seis millones, según la organización Children’s Defense Found.
Esta situación empeora entre las familias más desfavorecidas, especialmente entre la población inmigrante. Al no poseer recursos económicos suficientes para contratar cuidados privados y no contar con familiares que se hagan cargo de los niños cuando los padres trabajan, la dimensión del problema se ha hecho aún más aguda.
El Instituto del Menor y de la Familia ha alertado en varias ocasiones del gran porcentaje de «niños de la llave» que hay en España, que pasan la tarde solos al llegar del colegio debido a los problemas de conciliación de vida laboral y familiar de sus padres. La fundación ANAR recibe más de un millón de llamadas de menores que no tienen progenitores al lado para atenderles ante un problema.
Organizar horarios: un reto para muchas familias
Es cierto que muchas familias de hoy tienen verdaderos problemas de conciliación de la vida profesional y personal: el ingreso de la mujer en el mundo laboral formal, el alargamiento de los horarios de trabajo, la disminución -por su elevado coste- del servicio doméstico, el aumento de los llamados hogares monoparentales, entre otras razones, han provocado un profundo cambio en las prioridades y ambiciones de los padres, afectando finalmente a su vida familiar.
Los horarios de las guarderías o de los colegios no coinciden con los de las empresas lo que, en algunas ocasiones, se intenta paliar con un sinfín de actividades extraescolares -que no todas las economías se pueden permitir- y que dan lugar a los llamados «niños agenda». Los padres se han pasado los primeros años del niño «colocándolo» en las casas de los abuelos, o de algún hermano o vecino, lo que hace que la convivencia se vuelva tensa: en realidad los progenitores se dicen a sí mismos que están cargando lo que es de su responsabilidad a otros; pensemos, además, que los abuelos se hacen mayores o fallecen. Esto se recrudece si el número de hijos es mayor. La pena es que se acaba viendo al propio hijo como una carga y no como un don maravilloso que saca lo mejor de nosotros mismos, que nos enseña a amar.
La soledad infantil y sus consecuencias en problemas de conducta
El alcance del problema depende de la edad y madurez del niño, pero también de cuánto tiempo se queda solo. En este sentido, no es lo mismo media hora, que tres o cuatro; o un día a la semana -por ejemplo, «los miércoles»-, que a diario de lunes a viernes. Asimismo, estos niños asumen responsabilidades cuando todavía no están lo suficientemente maduros para ello.
La consecuencia es que, o bien tienen problemas de conducta respondiendo de malas maneras o no haciendo caso a los adultos -padres o profesores-, o bien se encierran en sí mismos hasta que alguien se da cuenta de que están sufriendo. Con frecuencia padecen trastornos de ansiedad y depresión. La mayor parte de los problemas psicológicos que tienen los niños se deben a falta de afecto. La soledad puede tener sus consecuencias: el hecho de quedarse solo en casa puede ser aterrador para el niño. Los padres debemos limitar el tiempo que los niños están solos en casa y prepararlos por adelantado hacia aquello que tienen que hacer frente.
Cuando «el niño llave» llega a casa no encuentra a sus padres, pero sí a la televisión, a los videojuegos y a los ordenadores; además, la nevera está disponible para ellos sin ningún tipo de orden ni control. Cuando se llega a la adolescencia, estos trastornos psicológicos se manifiestan en agresividad, incapacidad para amar o mostrar sentimientos, alcoholismo (algunos, en lugar de ir a casa se van con sus pandillas a beber litronas) y delincuencia (pequeños hurtos para satisfacer sus «crecientes necesidades»). Asimismo, la falta de control y seguimiento en los estudios de nuestros hijos puede traducirse en un fracaso escolar. Por otro lado, también debemos tener en cuenta los posibles accidentes domésticos a los que están expuestos y, por tanto, los riesgos físicos que se derivan de éstos al no estar atendidos en esos momentos por un adulto.
En definitiva, estar solos puede crearles situaciones de ansiedad y de depresión, sensación de abandono, de no sentirse queridos, que les incapacite para amar o mostrar sentimientos. Se produce una inestabilidad afectivo-emocional. Aparecen conductas contestatarias, de rebeldía e indisciplina, o estados de aislamiento, tristeza y en no pocos casos produce una fuerte falta de autoestima.
Que papá o mamá esté en casa les hace sentirse importantes
Ya sólo el hecho de «estar», de haber renunciado a otras actividades por ellos -por ayudarles, acompañarles y educarles- les transmite la importancia que les concedemos. El final de la niñez, de siete a diez años, es una etapa que se caracteriza por su equilibrio, se considera la «edad de oro» de la educación. Con nuestra presencia les ayudamos a ponerse metas ambiciosas, a esforzarse por conseguirlas, lo que requiere disciplina, constancia, tenacidad, a saber decir que no; a responsabilizarse, comprometerse y ser fiel a la palabra dada; a ser dueño de sí mismo y no dejarse llevar por el «me apetece».
Las virtudes humanas se desarrollan día a día, con la suma de pequeños actos constantes a lo largo del tiempo hasta que, como hábitos, forman parte de nuestro ser. Y ahí siempre es necesaria la presencia del padre o la madre. Ellos se sienten queridos, saben que buscamos su bien y luchamos juntos por conseguirlo. Es la mejor preparación que podemos darles para una adolescencia equilibrada, para conquistar su madurez.
Por otro lado, debemos tener en cuenta que es en el momento de llegar a casa y merendar cuando los hijos son más proclives a contar todo lo que les ha pasado durante el día. Y ese afán de «soltar lo que llevan dentro» se apaga a lo largo de la tarde. Cuando los padres llegan sobre las 8 ó las 9 de la noche, ya son ellos los que tiene que entrar en la habitación del hijo y preguntar «qué tal el día» y el hijo contará lo que le apetezca, según las ganas que tenga en ese momento y lo que esté haciendo. Por eso, no podemos reducir el problema al simple hecho de dejarlos solos, sino a la ausencia de educación en momentos cruciales para la vida de nuestros hijos.
María Lucea
Asesoramiento: Miryam Peña. Licenciada en Pedagogía. Orientadora Familiar
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