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Padres bien preparados, hijos bien educados

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Leía hace poco un artículo que me hizo reflexionar. Una madre criticaba esos numerosos textos periodísticos que hablan de la hiperpaternidad, de la extremada sobreprotección que damos a los niños y de sus consecuencias en el plano educativo. Defendía, a grandes rasgos, su derecho a dejarse guiar por el instinto que le impulsaba, como madre, a llevarle la mochila a su hijo para que no le doliera la espalda o a acercar al colegio la bolsa de deporte cuando se le hubiera olvidado, a pesar de lo poco educativo que resulta para fomentar su responsabilidad.

Le he dado muchas vueltas estos días porque reconozco que los periodistas caemos habitualmente en la trampa de que solo lo malo es noticia y eso genera la impresión de que nunca hay nada bueno. Pero lo cierto es que cientos de miles de buenos padres se esfuerzan cada día por ser aún mejores. Claro que, como somos humanos, nos equivocamos con cierta frecuencia.

Esto lo resume muy bien el genial Tomás Melendo, catedrático de Filosofía, ese saber tan en desuso que nos ayuda a humanizarnos porque nos obliga a interrogarnos.. Tiene un libro con un título que da en la diana: Todos educamos mal pero unos peor que otros. Me encanta la sinceridad de este experto en familia y matrimonio, no sólo porque esté felizmente casado con Lourdes y siente alrededor de su mesa a siete hijos y un número de nietos en constante crecimiento, sino porque se ha estudiado el tema a conciencia. Y vaya si se lo sabe… El profesor Melendo nunca dejará de estudiar y por eso estará siempre aún mejor preparado no sólo para ser padre, abuelo y esposo, sino para ayudarnos a los demás a serlo. Desde aquí, nuestro más sincero agradecimiento.

Hiperpaternidad y sobreprotección infantil

Pero los hay que no se dejan ayudar y me cuesta comprenderlo. El año pasado, The Family Watch, una institución que mantiene viva la presión sobre las administraciones públicas y otras entidades para que tengan en consideración a la familia, presentaba su barómetro anual elaborado por GAD3.

En una de las preguntas del estudio sociológico, se preguntaba a los padres si consideraban que necesitarían mejorar su formación en materia de educación de los hijos. El 80% contestó que no. En el barómetro de este año, The Family Watch preguntaba por comportamientos inapropiados de los jóvenes como el excesivo consumo de alcohol. La inmensa mayoría de los encuestados reconocía que no se estaban poniendo los límites suficientes. Hay una clara incongruencia: ¿sentimos que lo hacemos mal pero no queremos mejorar?


En efecto, el ser humano tiende a esconder sus errores bajo la capa de justificaciones que le permitan no tener que esforzarse.


Esto, en algunos ámbitos de la vida, tiene una trascendencia relativa. Allá el mal trabajador que perjudica a la empresa o el mal deportista que entorpece al equipo. Pero en el terreno de la paternidad, nos estamos jugando la vida de las personas, las que serán mañana los adultos que articulen nuestra sociedad.

Por eso, por mal que lo hagamos, porque siempre tenemos terreno para mejorar, es nuestra obligación, como padres y como miembros de la sociedad, poner todo nuestro empeño en aprender cada día un poco más. Los instintos están bien pero no cuando sirven de justificación para hacer mal lo que sabemos que está mal.

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