A partir de los cuatro años, el niño comenzará a abrirse a otras personas. Hasta ahora, nosotros habíamos sido sus principales compañeros de juego y diversiones. No necesitaba a nadie más para pasárselo muy bien.
En cambio, tras su cuarto cumpleaños, nuestro hijo comenzará a disfrutar de lo lindo con otros niños de su edad. De hecho, el inicio de la etapa preescolar marcará la aparición de los primeros amigos y compañeros de juegos.
Por primera vez nuestro hijo tiene «amiguitos». Un concepto que le era totalmente desconocido y que ahora, como por arte de magia, ha comenzado a cobrar una trascendental importancia en su vida. Serán los primeros amigos con los que se sentará en el arenero del parque, con los que discutirá por el cubo o la pala pero con los que no se empezará a entretener y a jugar activamente hasta que no sea un poco mayor.
La verdadera amistad en la infancia
Que nuestro hijo comience a tener sus primeros amigos es un paso muy importante que le permitirá entrenarse en las relaciones sociales de cara a un futuro. Pero no nos engañemos, lo más probable, es que estas nuevas amistades no sobrevivan al paso del tiempo.
Y es que, no se puede comparar la amistad de los cuatro o cinco años con la de la adolescencia. La verdadera amistad cristaliza y se suele hacer duradera al llegar la juventud, cuando los intereses comunes se delimitan más. Mientras nuestro hijo sea pequeño, sus compañeros de juegos no serán más que eso, compañeros con los que entrenarse y practicar en la convivencia.
Maduración social: capacidad para hacer amigos
La sociabilidad es un proceso natural que irá cambiando con los años. Cuando nuestro hijo llegue a la adolescencia dará los últimos pasos hacia la maduración social total.
Entonces y sólo entonces será capaz de realizar amistades y mantenerlas más allá de los tirones de pelos y los pucheros de media tarde. Ya no deseará ser amigo de sus amigos por satisfacer sus propias necesidades sino también las de los demás. Mientras, sus relaciones sociales se basarán fundamentalmente en otros aspectos como la compañía, la proximidad, los intereses comunes o las aficiones similares (correr, saltar o jugar al balón, por ejemplo).
Primeros amigos: aprender a convivir con los demás
En cuanto a su comportamiento con los demás niños, sobre todo en sus primeros años de vida, puede que nos provoque alguna que otra preocupación. Aunque pasen semanas, por ejemplo, no les echará excesivamente de menos. Cuando los vea en el parque será feliz, pero si no fuese así tampoco le dará mucha importancia. Lo mismo ocurrirá cuando los niños con los que suele jugar no se encuentren disponibles: Se sentará al lado de cualquier otro niño o niña con total despreocupación.
Un rasgo muy habitual en las relaciones a estas edades serán los empujones, las peleas y las discusiones. A estas edades los pequeños de la casa aún no son muy diestros en lo que a las relaciones sociales se refiere y por lo tanto no es raro que al jugar (su principal forma de relacionarse y de hacer nuevos amigos) quieran lo mismo que los demás niños y se peleen por ello.
Un simple entrenamiento
A lo que no debemos renunciar nunca es a que nuestro hijo tenga amigos. Es cierto que el periodo sensitivo de la amistad llegará más tarde (entre los 12 y los 15 años) pero esto no puede ser una excusa para no trabajar esta faceta de nuestros hijos. Si conseguimos que poco a poco se vayan acostumbrando a convivir, a respetar, a desarrollar y fortalecer ciertos hábitos entonces habremos allanado en gran medida el camino.
Lo que no podemos exigir a un niño de diez años que casi no ha tenido amigos hasta ahora es que sea un experto en respeto o en urbanidad, por ejemplo, sino tuvo la oportunidad de entrenarse en estos hábitos en su momento.
Cambio de amigos
Un aspecto que suele ser motivo de preocupación entre los padres es el cambio de amigos a estas edades. El traslado de guardería, colegio, casa o barrio suele conllevar la pérdida de las relaciones que el niño tenía con anterioridad. Evidentemente, en estos casos la separación no es tan dolorosa ni traumática como podría llegar a ser en la adolescencia.
Los niños pequeños son mucho más flexibles y moldeables en este sentido: si se encuentran a gusto en su nuevo entorno no echarán de menos el anterior. Siempre, eso sí, tras un breve periodo de adaptación que en la mayoría de los casos suele circunscribirse a los dos o tres meses.
Hacer nuevos amigos
Como ocurre con cualquier virtud si deseamos fomentar la amistad en nuestros hijos tendremos que, en primer lugar, alabarle cada vez que realice un logro social por muy pequeño que éste sea. Además, tendremos que armarnos de paciencia. Su primeros pinitos no serán tan perfectos y maravillosos como nosotros esperábamos pero esto es algo completamente normal.
Después, tendremos que ofrecerle oportunidades concretas para relacionarse con otros chicos y chicas de su edad. Si bajamos al parque todas las tardes un ratito, por ejemplo, a fuerza de costumbre nuestro hijo comenzará a relacionarse con los demás niños que estén allí jugando.
Lo mismo ocurrirá si le apuntamos a un cursillo de natación en grupo o a cualquier otra actividad propia de su edad. Lo importante cuando se tienen cuatro o cinco años es ofrecerles la oportunidad (juegos en casa, deportes, entradas de compañeros de guardería en casa, excursiones…) después, todo lo demás, suele venir «casi» rodado.
Elena López
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