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Los 30 no son los nuevos 20

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Cómo vivir la década de los 30 años

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Nos intentan engañar. Nos han dicho que los 30 son los nuevos 20 por la sencilla razón de que al marketing le interesa mantenernos en una eterna juventud. El joven sin compromisos, con un trabajo que le da para vivir, dedica más dinero a satisfacer sus propios deseos porque no tiene más gastos que los que haga para sí.

Como no tiene que pensar más que en sí mismo, es fácilmente maleable por la publicidad. Se deja convencer. Y el consumismo le lleva a dilapidar en toda serie de caprichos el poco dinero disponible que tenía para arrancar una vida asentada.

Tenemos que ayudar a nuestros hijos porque les han vendido el elixir de la eterna juventud en dosis de miedo al compromiso edulcoradas con grandes cantidades de un malentendido derecho a disfrutar. El problema es que si siguen los dictados de la publicidad y, con ella, de la corriente dominante, están abocados a una más que probable frustración: no coincide lo que hacen con lo que realmente desean.

Este es el mensaje políticamente incorrecto que Meg Jay, psicóloga clínica, perfila en un libro muy recomendable para universitarios: La década decisiva (Asertos, 2016). Si no inculcamos a nuestros hijos que sepan aprovechar los 20 para tomar las decisiones adecuadas que diseñen el camino de su vida, tendremos a unos frustrados en la treintena que habrán descubierto demasiado tarde que ya no tienen posibilidades de elegir y se quedarán con los restos.

Cómo vivir a los 30 años

Animarse a decir esto en público es un acto de verdadera valentía porque hoy se considera que lo adecuado tras acabar la universidad es dedicar un tiempo a la diversión, un merecido descanso por el enorme esfuerzo académico realizado en esos duros años.


La sociedad posmoderna nos ha hecho creer que necesitamos de una absoluta libertad, de una carencia total de ataduras, para desarrollarnos plenamente como personas, para encontrar nuestro yo, aunque en realidad nunca nos haya abandonado.


Pero lo cierto es que ese famoso «yo» que parecemos obligados a alimentar cual hambriento Leviatán, no sólo se alimenta de las decisiones tomadas, sino de las no tomadas, de las que los jóvenes archivan en impass de espera hasta que consideren que son suficientemente adultos como para comprometerse. Y, sin embargo, lo que muestra Jay en sus investigaciones es que no tomar una decisión es, en sí mismo, una toma de decisión con consecuencias.

Pero, ¿en qué terreno se puede decidir realmente? ¿No están acaso nuestros jóvenes al albur de las embestidas de la crisis económica? ¿No dependen sus trabajos única y exclusivamente de la escasa oferta? Si nos paramos a pensar, tienen mucho que aportar en cuanto surge una oportunidad laboral. No es lo mismo afrontar un empleo con la idea de trabajar lo menos posible y salir de allí cuanto antes mejor que ir utilizando cada puesto para dibujar el perfil laboral que necesitan para colmar sus aspiraciones.

Algo similar ocurre en el amor, donde el rancio eslogan de la época más radical del amor libre se ha convertido en paradigma. Una juventud que entiende las relaciones amorosas como un frágil vínculo ligado solo por la diversión pronto descubre la insatisfacción que produce no atender al natural impulso de asentarse y formar una familia. Pero ahí están nuestros jóvenes, dejando pasar la oportunidad de parejas estables y comprometidas a cambio de escarceos divertidos y arriesgados. Y, sin embargo, como los 30 no son los nuevos 20, de pronto descubrirán que ya es tarde para elegir y que su futuro terminó de configurarse en la década decisiva.

Más información en el libro La década decisiva. Autora Meg Jay. Asertos, 2016.

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