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El primer amor de mi hijo

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Mi hijo se ha enamorado por primera vez

Foto: ISTOCK Ampliar foto
Por José María García-Arias
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Como todas las mañanas, José María y yo nos hemos metido en el coche con el sueño aun pegado al cuerpo, camino del atasco. Tenemos toda una hora antes de que nos despidamos a las puertas de su colegio. Normalmente, José María aprovecha el viaje para darle prórroga a Morfeo mientras escucha música a través de los cascos. Por mi parte, en vista de la amena compañía que me proporciona mi hijo, escucho las primeras noticias del día en la radio.

Sin embargo, hoy ha sido diferente. Lo he percibido casi desde el momento en que he ido a dar a la llave de contacto. No habíamos recorrido quinientos metros, cuando desde mi derecha me ha preguntado si sabía que a él le gustaba una chica.

He agradecido la información, consciente de que no resulta un hecho frecuente que tu hijo te ponga al corriente de sus estados sentimentales. Lo que me ha terminado de sorprender es que me preguntara qué es lo que debía de hacer, si debía decírselo y, sobre todo, que me pidiera consejo acerca de lo que hace un novio cuando tiene novia.

Como siempre me sucede en estos casos, he empezado diciendo tonterías. Le he recordado que lo verdaderamente importante son los estudios y que el deporte es fundamental para su desarrollo. Por el rabillo del ojo he comprobado que estaba metiendo la pata, pues José María se ha retrepado en el asiento y ha cerrado los ojos. Es evidente que tengo que entrar al trapo y ser sincero.
Me he tomado cinco minutos para ordenar mis ideas.

«Pues, tío, claro que se lo debes decir». Lo de «tío» lo introduzco para acortar distancias y sentirme más cómodo.

José María me mira un tanto sorprendido. Había dado por supuesto que no iba a recibir contestación alguna y decide iniciar un interrogatorio completo.



Inmediatamente me siento mucho más relajado y decido coger de una vez los trastos de matar. Naturalidad. La clave está en la naturalidad. Tanto en el azaroso momento de poner las cartas de los sentimientos boca arriba como a lo largo de lo que dure su relación. Le recuerdo lo que tantas veces le he dicho, que resulta fundamental también aquí aplicar la coherencia. Actuar como se piensa, como se cree. Someter los actos a las ideas y no al revés. Compartir, entregar, corregirse y corregir sin herir. Pasar muchos momentos juntos hablando de todo. Respeto, no distanciamiento. Dialogar sin discusión. Aprender y enseñar…

Me pide más concreción. Todo lo anterior lo sabe y es aplicable a sus relaciones con los amigos, con sus hermanos, pero ahora es distinto. Hay un elemento nuevo. No es lo mismo.


Vamos al grano, papá, cómo la beso, cómo la abrazo, qué puedo hacer y qué no.


Me niego a dar una clase de sexualidad aplicada. Le explico que no se trata de establecer una norma, que no existe, de cuánto tiempo pueden estar unidas dos manos, de qué intensidad puede ser el achuchón o durante cuántos segundos pueden permanecer unidos dos labios.

Has madurado para sentir el amor. Eso es fácil. Es ley de vida. Es la propia naturaleza la que actúa. Bien, madura emocionalmente. Aplica a la realidad palpable del instinto la otra realidad intangible de lo que has aprendido. Si has aceptado que el ser humano debe regirse por unos principios, aplícalos. Será duro.

Es increíble, pero José María me está entendiendo perfectamente. Esta vez su silencio responde a la atención que presta y al esfuerzo que realiza para traducir el mensaje.
Como resumen de todo lo anterior le recomiendo que actúe como a él le hubiera gustado que actuáramos sus padres.

Ya hemos llegado. José María se baja del coche y se le ilumina la cara. Dirijo mi mirada hacia donde él la tiene clavada y la veo, también muy sonriente. Sin duda es Julia. Ellos aún no lo saben, pero, media calle de por medio, se están diciendo lo que tanto esfuerzo les cuesta manifestar con palabras. Hasta yo me doy cuenta. Por cierto, tengo que decir que mi hijo tiene un gusto excelente.

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