«Buenas noches», tras escuchar esta frase por parte de los más pequeños lo mejor sería que lo próximo que dijeran fuese «buenos días», señal de que ha habido un sueño reparador. Sin embargo en ocasiones entre una oración y otra aparece: «papi, mami, tengo miedo«.
Es inevitable tener algún mal sueño que haga que los más pequeños de la casa se despierten asustados por la noche y quieran recurrir a sus padres para calmarse. En estas situaciones es posible que esta sensación la haya provocado un terror nocturno o una pesadilla. Hay que saber cómo diferenciarlas para poder actuar de la mejor forma posible.
Pesadillas, generan un alto nivel de miedo
La Asociación Española de Pediatría define las pesadillas como ensoñaciones complejas que provocan temor o ansiedad en los niños. Cuando se producen, el niño/a se despierta muy alterado y es capaz de describir al detalle el sueño que acaba de tener, como si acabara de vivirlo realmente. Una característica que genera un alto nivel de miedo al no saber diferenciar el mundo onírico del real.
Pueden ocurrir a lo largo de toda la noche, sin embargo es más probable que sucedan en el último tercio y concluir con el despertar del niño cuando suena su despertador o a una hora cercana a este momento. En caso de que se produzcan antes que el menor vuelva a conciliar el sueño es muy complicado dado el nivel de nerviosismo y alteración alcanzados.
Su inicio suele producirse en torno a los tres y seis años y aparecen con más frecuencia entre los seis y diez años. El mayor problema que tienen las pesadillas es que al provocar tal nivel de miedo en los niños, muchos de ellos rechazan irse a dormir ya que asocian el sueño a la aparición de estos episodios de terror. Por este motivo los padres deben tratar de hacer que sus hijos relajen este nivel de tensión.
Lo primero que se debe hacer es tranquilizar a los niños, hacerles comprender que todo era un sueño y que realmente están seguros en casa lejos de esos miedos que los asaltaron al dormir. También es recomendable facilitarles algún objeto que les de seguridad como un peluche que haga las veces de protector o una luz de baja intensidad que les haga ver que están en su habitación una vez que despierten asustados.
En el momento lo mejor es evitar que el niño recuerde este episodio y se tranquilice lo más pronto posible para que vuelva a conciliar el sueño. Al día siguiente los pediatras recomiendan que los más pequeños dibujen esta historia aunque en esta ocasión los padres pueden recomendarle un final alternativo a esta narración tan terrorífica.
Terrores nocturnos, terminan con un grito
A diferencia de las pesadillas, los terrores nocturnos son episodios breves de miedo que en la mayoría de las ocasiones no despiertan a los niños y finalizan con un grito o un espasmo que indican que este episodio se está produciendo. Lo mejor es dejar durmiendo a los más pequeños y no interferir aunque el niño manifieste síntomas de haber abandonado el sueño: ojos abiertos y mirada fija.
Pueden deberse a episodios febriles, horarios de sueño irregulares o por la ingesta de algunos fármacos. Los antecedentes familiares también ayudan a entender su aparición. Lo mejor en estos casos es no interferir en el sueño de los más pequeños y dejarlos dormir, asegurándose de que no hay nada en las proximidades de sus camas que pueda hacerle daño al agitarse y convulsionar.
Los terrores nocturnos suelen desaparecer por sí solos con el paso de los años. Aunque si llegan a interferir en la salud de los niños e impiden un sueño reparador, hay que consultar a un especialista para ponerle remedio cuanto antes a este problema.
Higiene de sueño: cómo conseguir un buen descanso
En algunas ocasiones estos episodios se deben a una mala higiene de sueño que termina provocando estas situaciones en los más pequeños. Día a día se puede trabajar para conseguir un buen descanso de estas formas:
– Nada de películas o series en los momentos previos a la cama. Los argumentos de estos contenidos pueden acompañar a los niños en sus sueños, lo mejor es leer alguna historia alegre y amable.
– Actividades relajantes. Hacer que el niño se vaya a la cama con una sensación de tranquilidad es lo mejor. Un baño, un juego tranquilo en familia, un cuento amable, todas estas opciones son correctas.
Damián Montero
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