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Así funciona nuestro pensamiento: ¿cómo pensamos?

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Hoy día se valora la acción: la gestión, la eficacia, la rapidez, el estar al día, tener experiencias, ganar dinero, tener poder, el éxito… Sin embargo, sin interiorizar, contemplar, callar, pensar, reflexionar, analizar, descubrir, criticar, alumbrar, calibrar, ponderar, llegar a conclusiones, buscar puntos de referencia, profundizar, equilibrar, armonizar, madurar… dificilmente podremos conseguir nuestras metas. 

Piensa bien y acertarás

Pero, ¿cómo funciona nuestro pensamiento? ¿Cómo pensamos? Pensamos bien cuando:

1. Pensamos con objetividad y realismo, procurando tener un enfoque positivo ante las cosas.
2. Pensamos en profundidad.

El pensamiento objetivo y realista

¿Cómo pensamos? ¿Hasta qué punto tenemos «buena intención de pensamiento»? ¿Somos dueños, si es que lo somos, de esos pensamientos?

Existe una relación entre distintos niveles de la persona: el nivel intelectual, (pensamientos); el afectivo (estado de ánimo, emociones) y el biológico (estado físico, instintos, funciones fisiológicas). Por poner algunos ejemplos: tantas veces la falta de sueño o el hambre (nivel físico) produce en nosotros mal humor (nivel afectivo); una buena noticia, eleva nuestro ánimo y hace que «desaparezca» misteriosamente el dolor de cabeza. Además de tener en cuenta estos niveles, también nos ayuda a pensar mejor descubrir el sentido de la vida, nuestra misión.

Si mejoramos nuestro modo de pensar, pensando con realismo pero en positivo, mejora también el ánimo, nuestra conducta y nuestras relaciones interpersonales. Pensamientos positivos engendran sentimientos positivos.

Distorsiones del razonamiento

No siempre somos dueños de cómo pensamos. Existen algunas distorsiones del pensamiento. Las más comunes son:

A) Ver sólo una parte de la realidad. Se amplía lo malo y se reduce lo bueno, aumenta el nivel de quejas. ¿Cuánto y de qué suelo quejarme? ¿Me doy cuenta de lo que influyen en mi ánimo y en el de las personas que conviven conmigo esas quejas?

Veamos un ejemplo. Noemí ha terminado 1º de Arquitectura. De 8 asignaturas, ha aprobado 6. Su familia está disgustada por los suspensos, y ella duda entre seguir o dejarlo. ¿Cómo piensa? «Mi obligación es aprobarlo todo, he suspendido. Mis padres tienen razón: más vale no derrochar mi tiempo y su dinero. Lo mejor es que lo deje». Su ánimo es de tristeza y desmotivación. Hay sobre exigencia e insatisfacción. ¿Cómo debería pensar? «He logrado aprobar 6, es satisfactorio. Analizaré la situación para aplicar este buen rendimiento a las otras asignaturas».

¿Cómo pensamos?

B) Pensar mal-hablar mal. Se juzga, en primer lugar, los defectos que tiene una persona. Ser indulgentes no es cerrar los ojos a sus defectos, sino disculpar a la persona y hacer una crítica positiva y constructiva, manifestando así el interés y cariño que sentimos hacia ella. Si pensamos mal de alguien, le condenamos en nuestro interior sin posibilidad de defenderse. Es necesario, por eso, que aprendamos a templar con nuestra indulgencia.

C) Generalizar. Situaciones, comentarios, etc. Emplear constantemente palabras como todo, siempre, nunca, imposible, etc.: «¡En esta casa todo se estropea!, ¡Si yo no me ocupo, nadie lo hace! ¡Siempre lo tengo que hacer yo!». Son palabras que nos hacen sentir víctimas y crean alrededor un ambiente negativo.

D) Anticipar fracasos. Adelantar situaciones y consecuencias generalmente para mal, lo que comúnmente llamamos, ser un/a agorera: «Verás como no sale bien; Se va a estropear en el último momento». Anticipar lo agradable, provoca emociones de bienestar y al contrario, lo desagradable genera una reacción en cadena.

E) Olvidar que podemos disfrutar de la vida. Hay personas que parecen que viven por obligación, todo son deberes de los demás hacia mí o viceversa. Son perfeccionistas que han olvidado disfrutar con lo cotidiano, buscar un aire festivo al día a día, además de sentir cierto enfado si ven que los demás lo hacen.

Tratamientos para las distorsiones del pensamiento

El tratamiento ante estas distorsiones puede ser el siguiente:

1. Un 70% «caer en la cuenta» de que funciono así, de cuáles son mis defectos concretos (podríamos decir que es hacer un buen diagnóstico);

2. Un 15% estar dispuesto a cambiar, con el esfuerzo y el entrenamiento necesario y constante.

3. Un 15%, pequeñas dosis de agradecimiento, sentido del humor, realismo, y visión positiva. Y un buen consejo: No te pre-ocupes, ocúpate.

Otro buen entrenamiento-tratamiento para pensar bien, es aprender a escuchar, lo que llamamos «escucha activa«, asimilar lo que oímos, atendiendo, ponderándolo, enterándonos, en definitiva, con una atención psicológica interna. Con empatía, somos capaces de hacernos cargo del mensaje que quieren transmitirnos los demás, así como de interpretar su lenguaje no verbal. Es algo que deberían cultivar los jóvenes, ya que por su vitalidad, inmediatez, impaciencia o falta de interés, no lo consideran de entrada importante.

Si no me intereso de verdad por lo que me está diciendo mi interlocutor, puedo estar delante de él y «pensar en mis cosas». Además, los jóvenes deben aprender a ser cautos en las interpretaciones de los demás, sin obtener conclusiones prematuras, ni prejuzgando su mensaje. Si no hemos comprendido, reconocerlo y hacer las preguntas oportunas para clarificarnos.

Pensar en profundidad

La segunda forma de pensar bien es pensar en profundidad, de manera que lleguemos a una mayor reflexión tanto a nivel individual como en nuestra relación con los demás. Manuel Segura, de la Universidad de la Laguna, expone diferentes tipos de pensamientos.
– Pensamiento causal.
– Pensamiento alternativo.
– Pensamiento consecuencial.
– Pensamiento de perspectiva.
– Pensamiento medios-fin.

1. Pensamiento causal. Determinar dónde esta el problema, y para eso, es imprescindible información y reflexión. No hablar sin datos. «¿Por qué me va mal esta asignatura? ¿Por qué no acabo de tener buenos amigos?».

2. Pensamiento alternativo. Una vez detectado el (los) problemas, abrir la mente para ver cómo actuar. «¿Qué puedo hacer ante este problema?, puedo ir a hablar con el profesor de la asignatura».

3. Pensamiento consecuencial. Prever las consecuencias de lo que digo o hago antes de que pase, caer en la cuenta, ir «más allá». Especialmente importante en la formación de los adolescentes-jóvenes que viven al día, al minuto, que muchas veces lo que les mueve es la sensación-emoción pasajera, lo que tienen delante; no se paran a pensar y por lo tanto, no se plantean: «¿Qué pasará si empiezo a probar porros? ¿Y si falsifico las notas?». Y también, en positivo: «¿Y si me quedo este fin de semana preparando el examen, en lugar de quedarme toda la noche en la movida?».

4. Pensamiento de perspectiva. Ver las cosas, los problemas o dificultades desde el punto de vista del otro, ponerse en su lugar. Tiene mucho que ver con la empatía. No es darle la razón sin más, sino saber qué sienten los demás. Es lo contrario al egocentrismo, al afán de vivir para mí. «¿Qué le está pasando a mi hermano que está serio?».

5. Pensamiento medios-fin. Muy unido a la motivación. Se trata de trazar objetivos y poner los medios, programar las cosas, saber a dónde voy y como consecuencia, medios que tengo que poner. Planificar, por ejemplo, a corto, medio y largo plazo (este trimestre, de aquí a final de curso, cuando termine estos estudios, por ejemplo).

Pilar Sancho

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