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La educación emocional a través de los cuentos de hadas

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Los cuentos de hadas y la educación emocional
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¿Tiene sentido hoy en día contar cuentos de hadas a los niños? Para poder responder habría que empezar por preguntarse: ¿qué tiene el cuento de hadas que embelasa a niños de todos los tiempos? ¿Por qué se encuentran los mismos argumentos en culturas lejanas, que no han tenido contacto? ¿De dónde surge esa magia que sobrevive generaciones?

Para entender cuál es el valor único que transmiten los cuentos de hadas podemos preguntarnos qué es lo que los define, qué tienen diferente a los demás. El «Érase una vez, en un lejano país» nos remite a una época que no sucedió nunca en un lugar que nunca existió… ¿o más bien a algo que sucede siempre, en todos los lugares? ¿Por qué los personajes no tienen nombre, sino que nos referimos a ellos por alguna identificación superficial («Caperucita Roja») o bien tienen por un nombre tan común («Hansel y Gretel» en Alemania, en aquel tiempo, es como decir «Juan y María») que es tanto como decir «niño y niña»? Son nombres que significan «un cualquiera»: esos personajes tan indefinidos permiten representar la humanidad universal, alguien en quien nos podemos proyectar, alguien también con quien podemos triunfar o sufrir.

Las experiencias imaginadas son una potentísima fuente de aprendizaje, como la neurociencia ha demostrado al localizar las neuronas espejo y las neuronas de la lectura, y como conocemos por el efecto terapéutico del sueño y de las visualizaciones. Cuando conecto con un cuento puedo oler el bosque, puedo sentir la oscuridad, notar cómo mis piernas corren. Lo que le pasa al protagonista, me pasa a mí. Oyendo cuentos se invita a los niños a responder ante ideas y emociones poderosas, muy cercanas a su experiencia pero que difícilmente pueden expresar. Además, cuanto más familiar me es una experiencia que observo mayor es su efecto sobre mí, tal como sucede a los bailarines que observan a otros ensayar y les sirve de entrenamiento. El cuento nos convierte en seres que aprendemos.

El simbolismo de los cuentos de hadas



El miedo al abandono o el desamparo que sienten los niños en procesos de separación es difícil de verbalizar, pero el niño comprenderá profundamente cómo se sienten Hansel y Gretel en mitad del bosque. Asusta enfadarse con los propios padres, de los que se depende en todos los niveles y especialmente en el afectivo, pero es lícito desear derrotar a una madrastra o a un gigante. Los mensajes ocultos de los cuentos infantiles son simples y significativos, y a cada uno le hablan según lo que necesita. Uno niño verá en Hansel que el único modo de salir de una situación difícil es ponerse en marcha, mientras que otro verá en Gretel que aunque sea el más pequeño a veces será él quien deba sacar las castañas del fuego.

Los cuentos clásicos no entienden de género, todos los niños se identifican con el protagonista, el bueno, el que se puso en marcha, fue ingenioso, ayudó a los más débiles y gracias a ello obtuvo ayuda, venció las dificultades, se salvó. Y entenderán que el castigo del malvado es la soledad y que sólo el amor hace que la vida merezca la pena, porque los cuentos hablan en un lenguaje simbólico que todos entendemos a nivel inconsciente.

La educación emocional está presente en los cuentos de hadas

Como dice Robert Fisher, «Con los relatos descubrimos cosas acerca de nosotros mismos y del mundo y además aprendemos a cambiarnos a nosotros mismos y el mundo.» Escuchar historias es un modo de adquirir experiencia sin vivirla: la imaginación se nutre de lo vivido y de lo imaginado, de las lecturas que se han realizado. Los cuentos, a diferencia de las experiencias vitales, tienen un comienzo y un final, y en ellos es fácil observar el significado de las situaciones y de las opciones que se toman. Con los cuentos llegamos hasta donde no puede llegar la realidad.

Los cuentos clásicos, refinados por el paso de generación en generación, ofrecen el escenario en el que los niños pueden simbolizar sus miedos y ansiedades, que son los miedos y ansiedades universales, y ensayar soluciones. Así aprenden lecciones de sabiduría, que nada tienen que ver con las moralejas de códigos morales sociales como pueden reflejarse en las fábulas, sino que se trata de un conocimiento que profundidad y sentido a la vida, que ayuda a encontrar nuestro lugar en este mundo. Mensajes ocultos, subliminales, en múltiples capas. ¿Qué nos enseña Caperucita? ¿Qué no nos fiemos de los desconocidos? ¿O más bien que la ingenuidad no va a salvarnos y que el sentimiento de culpabilidad no sirve de nada, sólo la acción? ¿Cuántos mensajes esconde un único cuento? Los cuentos de hadas tienen un valor que nuestros niños de la era tecnológica no deberían perderse.

¿A qué edad contaríamos cuentos de hadas?

El simbolismo de los cuentos de hadas

Aunque cada niño vivirá el cuento en el nivel para el que esté preparado, estos son los tipos de cuentos que no deben faltar en la vida de un niño:

– De 0 a 2 años. Lenguaje sencillo, temas familiares (parque, abuela*).

– De 2 a 3 años. Incluir al niño en el cuento. Utilizar onomatopeyas y palabras inventadas. Humor.

– De 3 a 4 años. Frases reiteradas, situaciones encadenadas (La gallinita roja)Naturaleza, animismo (Pulguita y Piojito)

– De 4 a 5 años. Mundo mágico y maravilloso, finales felices (La bella durmiente) 6 a 7: Valores morales como la responsabilidad, la diligencia y la valentía (La vieja madre Escarcha)

– De 7 a 8 años. Situaciones que se resuelven mediante la astucia (El Gato con Botas)

– De 8 a 9 años. Hechos heroicos, biografías, leyendas (Ulises)

¿Es mejor contar el cuento o leerlo, enseñarle imágenes o no?

Imagina a un padre mirando a los ojos a su hijo y contándole el principio de Cenicienta: cómo la madrastra tiene dos hijas guapas pero malvadas. La conexión entre el padre y el hijo es especial, el padre transmite la carga emocional de cada escena, mientras puede ver el interés en el niño y el niño está aprendiendo una forma de comunicarse, y recibiendo toda la atención de su padre, que es el mejor alimento para la autovaloración.

Leer es para el adulto más confortable que contar el cuento de memoria, requiere menos esfuerzo, concentración y comunicación. Pero además imaginemos de nuevo la escena, con el este mismo padre leyendo el texto original de los hermanos Andersen: «La segunda mujer llevó a casa dos hijas, de rostro bello y blanca tez, pero negras y malvadas de corazón». La belleza de la composición y la fuerza expresiva de la precisa elección de palabras no puede replicarse en una narración oral.

El vocabulario es muy importante porque la capacidad lingüística nos permite comprender el mundo: aumenta la capacidad de abstracción, de explicación y verbalización, y a ser más conscientes de los procesos mentales. En cuanto a la belleza del texto, introduce al niño en el mundo del placer estético y del arte. El valor de la lectura es diferente al de la narración, pero es igualmente innegable.

En cuanto a mostrar imágenes, también requiere algo de reflexión. La imagen por sí misma tiene mucho valor: o es igual describir una catedral a quien nunca ha visto una que ver una imagen de ella. Las imágenes amplían nuestra visión del mundo y por lo tanto nuestra creatividad, pueden transmitir emociones y estilos comunicativos.

Sin embargo, las imágenes impiden la creación de una imagen propia, que es un ejercicio fundamental para el desarrollo cognitivo, tanto más cuanto menor es el niño. E incluso éste no es su mayor inconveniente, sino que utilizadas en los cuentos de hadas reducen su potencial simbólico, dificultando la identificación entre el oyente y el personaje principal así como los paralelismos con la propia vida y experiencias. Por eso procuraremos que un niño haya tenido oportunidad de escuchar e interiorizar muchas veces un cuento antes de mostrárselo en imágenes.

Elena Horno. Consultora de Innovación Educativa. Fundadora de Crianza Con Sentido y de La Escuelita de Arturo Soria.

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