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5 casos en los que el hijo se convierte en padre o madre

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En terapia familiar se conoce con el término de parentalización cuando el hijo, normalmente el hermano mayor, sustituye por diversas circunstancias al padre o a la madre asumiendo este rol, responsabilidad y función. Una cosa es pedirle más colaboración en casa y otra, privarle de sus necesidades y demandas como joven que está superando la adolescencia, para convertirle en el padre o madre de sus hermanos, o confidente de un miembro de la pareja.

A los hijos siempre hay que verles como hijos, no como iguales, ni como amigos o colegas. Los padres tenemos que inculcarles un sentimiento de gratitud para con nosotros, a la vez que les mostramos amor, confianza y apoyo para sus demandas y necesidades. Pero en ocasiones podemos convertirle en padre o madre cuando no le corresponde esta función, con el riesgo de producirle un desajuste en el desarrollo integral de su personalidad.

Cierto es que estamos hablando de chicos jóvenes que están abandonando la adolescencia. Tienen más madurez para asumir mayores responsabilidades en casa, pero no hay que olvidar nunca que son hijos.

5 casos en los que el hijo/a se convierte en padre o madre

1. Padres algo mayores, cansados o con exceso de trabajo que responsabilizan a su hijo mayor como el padre de los pequeños.

2.  Muerte de uno de los cónyuges. Si muere el padre, el varón mayor asume esta responsabilidad. Si muere la madre, la hija mayor adquiere este rol.

3.  Padres con mala relación, separados o divorciados. El hijo/a se convierte en el confidente del otro cónyuge en su apoyo emocional, y le trata de igual a igual en lugar de verle como a un hijo.

4.  Enfermedad de uno de los cónyuges. El hijo mayor asume las tareas de cuidado, protección, enseñanza, poner límites, etc. con el resto de hermanos porque el otro cónyuge está al cuidado de su pareja.

5.  Hijo discapacitado. Al hijo sano se le da una responsabilidad como padre en la vigilancia de su hermano enfermo, más allá de sus capacidades.

Padres mayores o con exceso de trabajo

Los padres que hayan tenido un último hijo pasados los 40 años o que sus jornadas laborables son muy largas, no deben olvidar una premisa: los hijos siempre necesitan ver a los padres como tales. El hermano mayor siempre será su hermano, no será visto como padre por el pequeño, aunque asuma esta función. Además, esta misión del mayor puede originar conflictos entre hermanos y relaciones problemáticas. Una cosa es pedir apoyo al hijo mayor para que juegue con sus hermanos pequeños, les ayude en diferentes tareas cuando los padres no llegan, colaboración muy positiva para la madurez del joven y necesaria en cualquier familia, y otra muy distinta es otorgarle esa función como algo sistemático.

Existen estudios que ponen de manifiesto que cuando los padres no asumen esa función de liderazgo con respeto a sus hijos, pueden aparecer diferentes psicopatologías en éstos, en concreto trastornos de conducta y abuso de sustancias.

Muerte de uno de los cónyuges

Nunca hay que decirle a nuestro hijo/a tras la muerte del padre o madre: «Ahora tú eres el padre, ahora tú eres la madre». El hijo siempre será hijo, y el padre siempre será el padre, aunque no esté presente en la tierra. Para mantener la presencia del cónyuge fallecido, conviene recordar cómo actuaría en tal o cual situación.

¿Cuáles son los problemas que pueden surgir? Al igual que en el caso anterior, tensa relación entre hermanos, además de un profundo estrés y ansiedad en el hijo mayor: «¿Lo haré como mamá, estaré a la altura de papá?», pensará. El hijo mayor puede ejercer un dominio inadecuado sobre sus hermanos pequeños, adoptando una actitud despótica, creando conflictos de relación fraternal. A su vez, los hijos más pequeños manifestarán sentimientos ambivalentes, por una parte de gratitud y lealtad porque el mayor ha asumido más responsabilidad pero por otra, de rabia porque su hermano ya no es su igual, ya no está a su altura con las mismas obligaciones y derechos.

Por otra parte, el hijo mayor puede generar un estado de ansiedad al ver a su madre o padre triste, abatido, con ganas de asumir más responsabilidades de las que le corresponde. Su misión en estos casos es colaborar y apoyar como hijo mayor, con sus cualidades y defectos, y no con las virtudes y defectos que tenía el cónyuge fallecido.

Padres con mala relación o separados

Cuando la relación entre la pareja es mala, conflictiva o están separados, ambos sufren un vacío afectivo comprensible. Tienen que llenar ese hueco afectivo, sustituirlo. Pero el amor entre padres e hijos es distinto al que se tiene que profesar una pareja. El padre está por encima. El amor que un hijo recibe de sus padres es de liderazgo y autoridad, nunca de igual a igual.

Por esta razón, el cónyuge afectado tiene que llenar ese vacío afectivo con otro adulto: un hermano o hermana, un amigo o amiga, sus padres si viven, etc., pero nunca convertir a sus hijo en su confidente, en su igual.

Por otra parte, la pareja nunca puede olvidar, por el bien de sus hijos, que siempre tienen que devolverles la mejor imagen posible de la otra figura parental, porque un hijo necesita crecer con la conciencia de que tiene un buen padre y una buena madre. Además, hacer críticas del otro cónyuge, le causará un daño al hijo que a la larga se volverá contra aquel que las hace. Es muy negativo para el desarrollo integral de los hijos hacer una coalición padre e hijo en contra del otro cónyuge.

Otra situación conflictiva es la del padre periférico. Se trata de un hombre que tiene escasa presencia en la vida cotidiana y afectiva de la familia. Este hecho empuja a la madre a ocupar todos los espacios y llega a buscar «padres sustitutos», y uno de ellos será el hijo varón más mayor que sustituye las funciones típicas del rol paterno, tales como las relativas al orden y a las normas.

La pareja enferma

La enfermedad tiene la posibilidad de afectar aspectos sustanciales de la pareja introduciendo desequilibrios importantes. En estas situaciones, el hijo mayor puede sustituir a los padres debido a la ausencia de éstos, ya que el cónyuge sano está cuidando al enfermo.

En estos casos es esencial una comunicación abierta. Existe una cierta tendencia entre las parejas donde se da un problema de salud importante, a mantener una comunicación superficial. Sin embargo, se ha visto que aquellos esposos que son más conscientes del estado emocional de su cónyuge son los más satisfechos con la relación, probablemente porque facilitan la expresión de sentimientos. Con el hijo mayor también hay que mantener una comunicación abierta. Como en los casos anteriores, habrá que pedir a todos los hijos más colaboración en casa, pero no que uno sustituya a los padres.

La enfermedad se tiene que asumir primero como «nuestro problema», un problema de pareja, para después acercarlo a los hijos, sin dimensionar el problema y sin minusvalorado, acorde a la edad de cada uno. Además, a ambos, tanto al cónyuge sano como al enfermo, les vendrán muy bien psíquicamente no olvidarse de su función paterna, para olvidarse de la enfermedad.

Hijo discapacitado

Sucede cuando el hijo sano debe asumir las tareas de cuidar a su hermano enfermo y estas tareas le resultan excesivas porque le quitan tiempo para realizar actividades propias de su edad.

Esta carga puede causar ansiedad, estrés, e incluso a la larga, rechazo hacia su propio hermano por encontrar dificultades al compartir esta responsabilidad.

Marta Santín
Asesoramiento: Juan de Haro, terapeuta familiar

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