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‘Mamá, yo no soy tonto’: autonomía y autoestima

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Juan se ha ido de Convivencias con el colegio. Tiene seis años y ha pasado sus primeras dos noches fuera de casa sin la familia. Su maleta llegó en perfecto orden. La ropa sucia en una bolsa de plástico, los zapatos de repuesto lejos de la ropa limpia y el neceser, completo. Y lo veo mayor. Se ha hecho grande. Ha vuelto a casa con más confianza en sí mismo, en lo que es capaz de hacer, con menos miedo a los retos que la vida le irá poniendo por delante.

Ha ganado en autonomía, y eso es importante, pero aún más importante es que haya ganado en autoestima.

Me he bebido en un par de noches el último libro que Pablo Garrido Gil pública en la colección Hacer Familia, Hijos autónomos. Lo recomiendo de principio a fin porque, aunque esta pegado a la tierra, a los pequeños problemas cotidianos, eleva los ojos mucho más alto, a las grandes virtudes que tenemos que sembrar en nuestros hijos.

Niños autónomos: se hacen mayores

Foto: ISTOCK 

Y la autonomía que esperamos consigan, a veces por razones tan peregrinas como no tener que hacerles nosotros todo, otras por motivos más elevados, como conseguir que se hagan adultos, esconde muchas virtudes que serán la clave constitutiva de los hombres y las mujeres que queremos que lleguen a ser.

Si abordamos la cuestión en sentido inverso, si pensamos en qué ganan nuestros hijos cuando no les dejamos ser autónomos, nos daremos cuenta de que, en el mejor de los casos, solo ganan algo de tiempo. Qué duda cabe de que tardan menos en vestirse cuando nosotros desenredamos los calcetines y se van antes a jugar si nosotros recogemos la mesa.

Pero, ¿pensamos alguna vez en las segundas lecturas que nuestros hijos hacen de nuestro comportamiento? ¿Nos ponemos en el papel del receptor cuando nosotros lanzamos nuestro bienintencionado mensaje? ¿Ven realmente nuestros hijos en nuestra actitud de asistencia constante un gesto de caridad infinita? Podemos contestar con un rotundo no. Los niños tienden a tomar todo lo que se hace por ellos como un derecho adquirido. Luego no podemos esperar que lo vean como un gesto de amor infinito. Habrá que acompañar el ejemplo de palabras y aun así estaremos lejos de conseguir que lo comprendan.

Sin embargo, hay una lectura que todos harán: «mi madre lo hace porque yo no sé hacerlo o porque yo lo hago mal. Mi madre no me cree capaz. Mi madre me considera tonto». Este desarrollo en la lógica de los niños provoca muchos de los problemas de autoestima que están viviendo las generaciones de hijos superprotegidos. Limitar su autonomía no les hace más felices en la medida en la que trabajan menos, sino más infelices en la medida en que se sienten incapaces.


La vinculación entre autonomía y autoestima es fundamental en la infancia y adolescencia y será una buena garantía de una juventud y madurez adecuadas.


Cuando nuestros hijos nos piden más cotas de libertad para las tareas cotidianas, nos están diciendo «yo no soy tonto». Cuando nosotros contestamos que no saben hacerlo, les decimos, «sí, hijo, sí eres tonto».

Su reacción puede ser doble y, en cualquier caso, negativa. En algunos supuestos, se hundirán, serán niños apocados, miedosos, débiles. En otros, conjurarán la crítica que sienten han recibido transformándose en pequeños dictadores que convertirán la ayuda de sus padres en exigencia. Basarán su autoestima en su capacidad para manipular a los demás.

Y pensar que todo es tan sencillo como dejarles que se pongan los calcetines, incluso si lo hacen al revés.

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