Que nuestros hijos estudien música tiene más beneficios de los que creemos. Entrenarse para adquirir estas habilidades tiene efectos positivos tanto en el desarrollo de la inteligencia como en la motricidad.
Así lo explica un estudio realizado por la Universidad de Vermont titulado «¿Tocar piezas de Tchaikovsky puede mejorar la actividad cerebral de los más pequeños?» Este trabajo ha analizado de cerca a 230 niños de entre 6 y 8 años para tratar de encontrar la relación entre la práctica de algún instrumento musical y alguna alteración positiva en su corteza cerebral.
Alteración positiva de la música en la corteza cerebral
Los autores se llevaron una grata sorpresa al comprobar que su teoría era correcta. Al analizar los casos en los que los niños tocaban algún instrumento musical, pudieron comprobar que efectivamente había una alteración positiva dentro de la corteza cerebral. En concreto, en la zona encargada de la capacidad motora de las personas.
Según los autores, esta alteración se explica si tenemos en cuenta la coordinación entre mente y manos para poder tocar un instrumento musical. La práctica de estas actividades favorece que sentidos como la vista y el tacto se conjuguen de un modo impresionante al conseguir que simplemente mirado una partitura y viendo la nota que debe ser ejecutada, los dedos ya sepan cómo colocarse.
Tocar un instrumento musical también tiene efectos positivos en los ámbitos mental y emocional. Según James Hudziak, director de este trabajo, esta práctica favorece «la memoria de trabajo, la organización y planificación, el procesamiento de las emociones y la inhibición de los impulsos agresivos». Este neurólogo resume su estudio en una frase: «practicar a diario con un violín puede ayudar más a un niño con trastornos psicológicos que un frasco de pastillas«.
Tocar un instrumento te hace más inteligente
Otro trabajo publicado en la revista Journal of Neuroscience muestra una investigación en donde se enseñó a tocar un instrumento a varios niños de seis años durante un plazo de 15 meses.
Al final de este proceso, estos niños habían experimentado cambios en su estructura cerebral. Las áreas para procesar información habían crecido y las conexiones neuronales en estas zonas funcionaban mucho mejor que antes de comenzar esta investigación. De hecho estas mejoras se habían producido tan solo meses después de haber comenzado esta terapia.
Tras concluir el estudio los investigadores descubrieron que estos niños habían mejorado habilidades del lenguaje, la memoria, la conducta o la inteligencia espacial (fundamental en tareas tan complicadas como resolver una operación matemática).
Damián Montero
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