La paciencia de los padres es necesaria en todo momento, especialmente cuando nuestro hijo pequeño está más conflictivo que nunca: pataletas, rabietas, testarudez a prueba de los más tranquilos, ver que no hacen las cosas que les pedimos, sino todo lo contrario, a pesar de que se lo hemos repetido muchas veces, (nos están probando) etc. Es fácil que nos pongan los «nervios de punta», pero hemos de asumir que sin ejercitar nuestra paciencia, la labor educativa se nos hará muy costosa.
Perder la paciencia y los nervios está a la orden del día, sobre todo, con la vida tan acelerada que llevamos. Tras un día de trabajo en el que acabamos agotados, es habitual que muchas veces no podamos mantener la calma cuando llegamos a casa y vemos lo que nos espera: más trabajo y atender a los niños, que a veces están bastante pesados.
Paciencia: los niños no son adultos
Un error en el que frecuentemente caemos los padres es en esperar de nuestros hijos una lógica y una forma de discurrir adulta. Se pretende y se espera que los hijos lo hagan todo bien a la primera: que tengan buenos modales y se comporten correctamente, que sus resultados sean impecables, que obedezcan a la primera y sin pegas y que todo sea del beneplácito de los mayores.
1. Los padres debemos guiar las conductas de los niños. Muchas veces no nos damos cuenta de que el niño viene como un libro en blanco y nuestra misión es «escribir» en él las conductas, hábitos y valores que necesitará para su vida adulta. Y además, no es algo que se asimile de un día para otro. No podemos dar por hecho que nuestro hijo de corta edad sepa perfectamente lo que es vivir en sociedad, no tiene claro lo que son las normas y su proceso de aprendizaje está en pleno despegue.
2. Los padres debemos ponernos en el lugar de nuestro hijo. Así no perdemos la paciencia de forma injusta. Por ejemplo, puede suceder que el niño, todavía pequeño y torpe de movimientos, se tropiece subiendo las escaleras de nuestra mano. Ante este contratiempo, la reacción puede ser «Pero Pedro, ¿qué haces? ¿Es que no ves por dónde vas?» y no caemos en que ha sido un pequeño accidente sin importancia, en que las escaleras pueden ser altas y difíciles de subir para el niño y sobre todo… ¡que no lo ha hecho a propósito!
Padres pacientes, niños pacientes
Los padres somos conscientes de que estamos llamados a enseñar virtudes a nuestro hijo, y que nuestro ejemplo resulta crucial. La paciencia es una virtud, y por ello, tenemos que ejercitarla si queremos transmitirla al niño.
A veces, la falta de paciencia puede afectar a nuestro hijo de forma indirecta, sin que la ejerzamos contra él. Por ejemplo, si vamos con el niño en el coche y nos ve ponernos furiosos con los demás conductores, le estaremos haciendo un flaco favor a la hora de educarle. Además, estas situaciones en las que el pequeño es testigo de nuestra crispación, pueden ponerle muy nervioso. Del mismo modo, también terminarán copiando nuestra conducta, y si sus padres se enfadan con facilidad y muestran mal genio, entonces ellos harán lo mismo cuando tengan un día torcido. Ante esta actitud por parte de nuestro hijo, probablemente los padres nos pongamos de los nervios* y si queremos que no se forme un «círculo vicioso», tendremos adoptar una actitud calmada incluso en situaciones incómodas.
Y es que ser pacientes es imprescindible para soportar los contratiempos con los que podamos encontrarnos, y en la educación de nuestro hijo vamos a vivir unos cuantos. La paciencia nos permite apreciar claramente el origen de los problemas que nos afectan y en consecuencia, podemos deducir cuál es la mejor forma de resolverlos. Nos aporta serenidad ante los obstáculos que tiene la vida.
Educar requiere un grado máximo de paciencia
A veces puede ponernos nerviosos el que nuestro hijo no obedezca o no sea capaz de hacer bien a la primera los pequeños encargos que le hemos encomendado.
El proceso educativo requiere un grado máximo de paciencia, por un lado hay que formar al niño para que participe según sus fuerzas en las tareas que le encargamos, y por otra parte, tampoco podemos darle más encargos y responsabilidades de los que puede tener.
Hay que saber en cada momento ceder o no ceder, exigir o transigir. Aunque tres veces tengamos que levantarnos para recoger el agua que nuestro hijo ha derramado al tratar de llenar la jarra, a la cuarta habrá aprendido a hacerlo y él se sentirá más feliz al ver que es capaz de hacer las cosas bien. Pero para conseguir que este aprendizaje vaya bien, debemos reprimir nuestros nervios y nuestros deseos de que las cosas salgan a la primera.
Ante esto, hay que destacar que la calma es la mejor arma para educar. Una actitud agresiva por nuestra parte no consigue que el niño aprenda, sino más bien que ponga barreras para prevenir esta reacción en sus padres y evitar disgustos. Es posible que, por ejemplo, en un futuro, ese niño no dude en mentir sobre sus notas o incluso sobre los planes que realiza fuera de casa, pues al conocer las reacciones negativas de sus padres, prefiere evitarse así problemas.
Conchita Requero
Asesoramiento: Eusebio Ferrer. Licenciado en Ciencias de la Información y orientador familiar
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