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Cómo educar con muchos ‘síes’ y algunos ‘noes’ inapelables

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Lo malo de la educación es que en el momento en el que pronunciamos un ‘sí’ o un ‘no’ a una petición de nuestros hijos, no disponemos de una bola de cristal que nos permita comprobar el efecto que sigue de nuestra respuesta. Así todo sería más fácil. Pero no tenemos bola de cristal.

En los modelos educativos autoritarios, el ‘no’ es el término que más se repite. Los padres se aferran a esta respuesta con la premisa de que más prevenir que tener que lamentar, como rezaba el eslogan de un conocido champú antipiojos. Decir que ‘no’ es imprescindible para la buena educación de los hijos, en contra de lo que presuponen algunos modelos permisivos que desasisten a los niños en su natural búsqueda de límites. Ahora bien, decirlo en exceso tampoco aporta nada bueno.

El niño necesita el ‘no’ claro y concreto para comprender los márgenes del campo de actuación razonable en el entorno familiar y social en el que se desenvuelve. Si carece de estos puntos de amarre, suele desarrollar problemas relacionados con la indefinición de la personalidad y la falta de autoestima.

Educar a los niños: cuándo decir SÍ y NO

Foto: ISTOCK 

Ahora bien, los expertos dejan claro que para que nuestro cupo de ‘noes’ funcione es fundamental su correcta aplicación: tienen que ser pocos, centrados en cuestiones verdaderamente importantes e inapelables. Un ‘no’ tajante respecto a una nimiedad no solo nos desgasta con nuestros hijos sino que les impide distinguir en perspectiva entre lo importante y lo secundario.


Pero si los ‘noes’ son fundamentales, también los son los ‘síes’ que, además, deben ser mucho más numerosos a lo largo de cada día.


Decir ‘sí’ a las decisiones que toman nuestros hijos fomenta enormemente su crecimiento, cimenta su capacidad de decisión y refuerza su autoestima.

En ocasiones, sabemos que dar permiso a determinada acción tendrá algunas consecuencias colaterales no deseadas. Por ejemplo, permitir que un bebé disfrute de un helado de chocolate supondrá cambiarlo de arriba abajo en unos minutos. Dejar que un niño corra a su aire por el campo implicará sin duda alguna mancha a veces irreparable cuando no una caída a un charco. Y cada vez que permitimos a un adolescente salir con sus amigos, sabemos que traerá inscritas en el corazón muchas alegrías, abundantes dudas, y algunos sinsabores.

Pero si hacemos el ejercicio mental de valorar rápidamente los pros y los contras de nuestro ‘sí’, aun con el temor de no disponer de aquella bola de cristal que prediga el futuro, habremos ganado mucho con cada ocasión en la que damos rienda suelta ante peticiones razonables que entren en los límites del terreno de juego preestablecido con los ‘noes’: la confianza de nuestros hijos en sí mismos y en sus padres aumenta, el proceso de madurez se logra de forma natural y a su debido tiempo y se desarrolla el pensamiento crítico que permite comprobar que toda acción tiene consecuencias.

En ningún caso podemos perder de vista que un nutrido cupo de ‘síes’ solo funciona en la medida en que los pocos ‘noes’ establecidos desde la infancia están muy bien ubicados y delimitan a la perfección el terreno de juego del que no se puede salir y las normas básicas que garantizan que todo funcione correctamente. Los ‘síes’ sin ‘noes’ de las crianzas permisivas son tan salvajes como soltar en medio del monte a un niño indefenso proviso de un mapa y una brújula que no le hemos enseñado a utilizar.

Más información en el libro No tengas miedo a decir no, del autor Osvaldo Poli

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