Algunos educadores y psicólogos observan que los chicos del siglo XXI «han perdido un poco el norte». El feminismo radical les ha confundido. Los roles antiguos están en desuso. La masculinidad, ¿está en crisis? Las mujeres ya no son las que «se quedan y llevan la casa, las que tienen que ser sumisas y las que tienen que ser poseídas» y la teoría del hombre autoritario, mandón y posesivo, se cae por su propio peso.
Ni las chicas quieren ser así, ni quieren hombres de esa manera, ni los chicos (al menos los inteligentes) desean mujeres sumisas, ni ellos buscan ser autoritarios.
El cambio de roles en la sociedad actual
Este cambio de roles, junto a una pérdida de valores, ha contribuido a que algunos jóvenes no sepan como «tratar a las mujeres«, y lo que es más importante, no tengan un rumbo claro de cómo sacar lo mejor de sí mismos, de su persona, de su masculinidad. En definitiva, de ser hombres «modelos» del siglo XXI, que es algo diferente al «metrosexual» de moda.
¿Cómo son los chicos actuales? ¿Han perdido su masculinidad por miedo a ser tachados de machistas? ¿Existen valores y virtudes masculinas? ¿Se sienten inseguros delante de las nuevas chicas del siglo XXI, dominantes, independientes, arrolladoras? ¿Cómo ser el novio perfecto?
La masculinidad: igualdad en dignidad
El hombre y la mujer, aunque iguales en dignidad, somos distintos antropológicamente. Somos iguales en la diversidad porque la función de los sexos es la complementariedad y no porque a uno o a otra le falte nada, sino que ambos juntos forman una unidad distinta, única e irrepetible, formada por dos seres completos que adquieren una entidad.
Lo primero y más importante es conocerse a sí mismo, es decir, saber que soy un varón o una mujer y sentirme varón o mujer desde lo más profundo de mi ser, aunque no sepa explicar bien porqué. De esta identidad sexual derivan muchas cosas: las relaciones personales más importantes de la persona como la amistad, conyugalidad, paternidad, la maternidad, la filiación, la fraternidad; la estructura del amor y de la familia y la aportación insustituible de cada sexo a la sociedad y a la cultura.
Pensemos ahora que somos hombres y mujeres en todas nuestras células ya que todas ellas llevan un par de cromosomas específicos para el hombre (XY) y para la mujer (XX). Esta pequeña diferencia se halla en todas las células de nuestro cuerpo y tiene al menos dos consecuencias: que somos más iguales que diferentes y que somos iguales y diferentes en todo.
En el cerebro, la zona del hipocampo es ligeramente diferente en varones y en mujeres ya que la función endocrina de las hormonas en el eje hipotálamo-hipofisario va a ser diferente en unos y en otras (la mujer va a ser cíclica el varón no). Esto contribuye a observar y abordar la realidad de manera complementaria.
¿Los hombres no lloran?
En tiempos pasados se creía que ser hombre significaba ser un ser dominante, «mandón», a quien había que obedecer y a quien se debía sumisión. Para cumplir este papel, el varón tenía que ser un poco o un mucho arrollador, es decir, llevar la voz cantante, ser duro (como en las películas de vaqueros) para que cayeran las mujeres rendidas en sus brazos. Y entonces, los pobres varones se vieron abocados a hacerse continuamente los «duros». El niño no llora, eso no es de hombres. El niño no pide, eso es de esclavos, el niño tiene que ser fuerte, no debe expresar sus emociones ni sus sentimientos, no puede mostrar su debilidad, eso es cosa de niñas.
Sin embargo, el machismo no significa atribuir al hombre una serie de características de «machos», sino que nace de una actitud interna de desprecio a la mujer, de no sentirla en el mismo plano que él, de pensar y creerse que ellos valen más.
Espíritu de lucha
Pero los tiempos cambian, y el chico ha sufrido una transformación en su educación, a modo de «pendulazo». Así, en la década de los 90 y en el terreno educativo, se ha pasado del famoso «los hombres no lloran» a no saber canalizar la energía positiva de los niños/varones por parte de los profesores, más bien, de algunas profesoras. En algunas ocasiones, les obligan de algún modo a que se comporten como las niñas en clase: tranquilitos, hacer juegos en grupo, recortar y pegar y sobre todo, no organizar follones en el recreo. Algunos especialistas señalan que esta forma de educar ha provocado en los chicos que disminuya su espíritu de lucha y firmeza, acoquinados por los niveles que alcanzan las niñas.
Jaime Márquez
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