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Cuándo hay que llevar a un niño a Urgencias

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Las madrugadas con un hijo malo son demasiado oscuras y demasiado solitarias. En las madrugadas, la fiebre del día parece crecer y la ausencia de ruido a nuestro alrededor llena nuestro cerebro con hipótesis varias, algunas razonables, otras disparatadas, sobre el devenir de la enfermedad. Por eso, en las madrugadas nos acucia la tentación de vestirnos con lo primero que tenemos para marcharnos a Urgencias.

Esta semana hemos tenido mala a nuestra segunda hija. No un «mala» del perpetuo catarro que acompaña a los escolares de octubre a mayo y los deja sanos solo en septiembre y junio. Sino un «mala, mala». Por fortuna, nada que entrañase peligro alguno, es decir, no era un «mala de verdad», de los de temer por su vida. Pero verdaderamente la niña se ha pasado nueve largos días con sus más largas noches hecha un verdadero trapo, con una fiebre que fluctuaba entre 38 y 40,7, con dolor de cabeza y con las articulaciones a punto de estallar.

Diagnóstico casero del día 1: será un constipado. Diagnóstico casero del día 2: vaya con el constipado este. Diagnóstico médico del día 3: tiene gripe. Del 4: es gripe A. Diagnóstico del Whatsapp de madres el día 5: es muy contagioso, hay 11 niños enfermos en la clase. Diagnóstico de urgencias del día 6, después de superar durante varias horas los 40 de fiebre sin que nada la haga bajar: es gripe, es que este año ha venido muy pesada. Palitos de agua fría y alternar ibuprofeno con parapetamos. Muchos líquidos. Que coma lo que quiera. Ya se sabe.

Cuándo hay que llevar a los niños a Urgencias

Foto: THINKSTOCK 

En casa somos bastante tranquilos respecto a la enfermedad. Cumplimos a rajatabla esa norma no escrita que indica que no se colapsa las urgencias para administrar un poco de Dalsy. También tenemos la costumbre de esperar al menos un día antes de pedir cita, porque la experiencia nos demuestra que en muchos casos el proceso vírico de turno remite antes de que nos hayamos dado cuenta. Así que cuando vamos a urgencias es que ya lo vemos regular.

En nuestro caso, el proceso por el que tomamos la decisión de marcharnos a un hospital suele incluir la madrugada como elemento aglutinador. En la mitad de la noche, cuando toda la casa duerme menos mamá y el enfermo de turno -a veces es papá, pero hoy estoy escribiendo yo- se multiplican los interrogantes sobre el estado de salud del paciente. Como una anda velando y no se puede poner a trajinar en la cocina para preparar, por ejemplo, un bizcocho de arándanos, la cabeza no puede descansar más que en la oscuridad y los quejidos lastimeros de ese niño que quema como un hornillo.

Entonces surge el fenómeno de la duda: ¿seré demasiado tranquila? Tenía que haberla llevado esta mañana… Me siento fatal. Lo está pasando de pena… No puedo verla sufrir. Voy a a ponerle otra vez el termómetro… Igual. Pero parece que se queja más la pobre… Voy a despertar a mi marido a ver qué piensa él (comprobado, los maridos recién despertados solo piensan en volver a dormir y en esperar a la mañana para matarnos…)


Lo cierto es que no hay protocolos caseros para decidir cuál es el momento en que la llevamos a urgencias.


El instinto, que la situación haya empeorado, que el niño esté sufriendo, que el dolor sea muy agudo… Pero en mi caso he de reconocer que las decisiones tomadas a plena luz del día son bastante más razonables y razonadas que las tomadas en la madrugada, presa del pánico, la oscuridad y la soledad.

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