Siempre recordaré un encuentro casual con una antigua profesora, con la que coincidí después de muchos años sin que hubiéramos tenido noticias el uno del otro. Me preguntó si había terminado la carrera, a qué me dedicaba profesionalmente, si me había casado, si tenía hijos… Cuando contesté a esta última pregunta y le dije el número de hijos que tenía, ella contestó sobresaltada: ¡qué irresponsable!
Seguramente, las palabras de aquella mujer no pretendían hacer un juicio de valor sobre mi vida y posiblemente fueron consecuencia de la sorpresa que le provocó que uno de sus alumnos, que no apuntaba precisamente en sus tiempos de estudiante a ser padre de familia numerosa, trascurridos unos años, lo encontrara con algunas canas, muchas arrugas y muchísimos hijos.
En cualquiera de los casos, aquellas palabras me interrogaron. ¿Tendrá razón esta profesora? ¿Seré un irresponsable? Ciertamente, confieso que he sido irresponsable en muchos momentos de mi vida; de hecho, creo serlo numerosas veces cada día. Extraña es la noche en que me acuesto orgulloso de haber asumido con responsabilidad todos los acontecimientos que en esa jornada se me han presentado.
Sin embargo, mi experiencia como padre de familia numerosísima, me demuestra que la mujer de este relato, estaba equivocada.
Cada hijo me ha enseñado que dejar de tener un nuevo bebé es una gran responsabilidad; lo cual es muy distinto a ser un irresponsable por tener muchos hijos.
He tenido la gran fortuna de presenciar personalmente cada uno de los ocho partos de mi esposa y les aseguro que, en ese momento, he atisbado la trascendencia y que, asimismo, la vislumbro conforme van avanzando en el camino de la vida cada uno de ellos.
¿Cómo no acoger más vida en mi vida? ¿No sería irresponsable por mi parte?
Afirma un salmo que «aunque uno viva setenta años y, el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan».
Desde luego, en mi existencia ha sido tal cual: la mayor parte del tiempo de mi vida ha resultado fatiga inútil; pero no así en la medida que he contribuido a edificar esta gran familia. No ha resultado trabajo estéril, puesto que en ella he descubierto que nada es fatiga inútil, que los años pasan pero no vuelan, sino que se tornan en parte de una aventura milagrosa en la que contemplo como espectador el bien inmenso que provoca a cada hijo la compañía de tantos hermanos que se aman entre ellos.
Decía Chesterton que «quienes hablan contra la familia son poco inteligentes: no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen». Y en eso estamos, en Hacer Familia.
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