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Hijos espejo, padres perseverantes

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María e Isabel estaban jugando plácidamente con sus muñecas en una tarde cualquiera. Las reglas, tan antiguas como la humanidad, no eran otras que las que convierten a los juguetes en hijos y a las niñas en madres «de mentirijilla». Y las madres actúan como tal: visten a sus pequeños, los cuidan, les dan de comer con ternura, los preparan para el cole y… ¡gritan!

Desde la cocina, ajena a la realidad paralela que está teniendo lugar en la habitación, escucho con voz enérgica, incluso irascible, un «¡Venga, venga, vamos, que llegamos tarde!» Después se cuela alguna frase hecha de esas mías -y del común de la raza materna- que reconozco de inmediato: «¡Te he dicho veinte veces que te peines!» Por favor, queridos lectores, no tengan recato en poner la entonación adecuada a tanta exclamación.

Nuestros hijos esponja van almacenando conocimientos desde la mañana a la noche. La mayoría no son conocimientos reglados. Esos se los darán en el colegio. Se trata de esos elementos que van conformando poco a poco su socialización, la manera en el que se relacionarán de mayores con el resto del mundo. Esos «saberes inmateriales» no se adquieren con libros ni con exaltadas peroratas, no hay clases magistrales, tampoco funcionarían. La única vía para ir aprendiendo es copiar el ejemplo.

Hijos espejo

Foto: THINKSTOCK 

Y en eso, los niños son un tesoro de incalculable magnitud. Su enorme destreza para copiar a los padres se hace patente en los más nimios detalles, como la transmisión de los acentos en el habla o de los gestos más sencillos. Pero esta faceta de hijos espejo tiene otra contrapartida: reflejan todo lo bueno que tenemos y también, en contra de nuestra voluntad, todo lo malo.

Cuando mis hijas gritan a sus muñecas son un reflejo de esa parte de mí que nunca quise que copiaran. Pero no son ajenas a mis malos comportamientos porque no dejan de ver y escuchar en el momento en que su madre pierde los nervios, por enésima vez, porque llegamos tarde. Espejo para lo bueno y para lo malo, ejemplo de lo bueno y de lo malo.

He meditado mucho sobre este fenómeno del niño espejo y me doy cuenta de que, en los padres razonables, impone una interesantísima presión añadida a nuestra faceta de padres que afectará, a la postre, a nuestra faceta de personas.


Nos obliga a mantener un constante examen de conciencia sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos, sobre nuestra actitud, nuestro tono de voz, nuestros modos.


Y, en la medida de nuestras posibilidades, nos anima a luchar contra nosotros mismos para conseguir una imagen más perfecta que ofrecer al reflejo del espejo de nuestros hijos. Toda una oportunidad para que padres e hijos seamos cada día, un poquito mejores.

María Solano Altaba. Directora de la Revista Hacer Familia

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