La melancolía antecedente de la depresión, pareciera ser propia del otoño, de la ancianidad, no de la primavera o la adolescencia.Y sin embargo, cuando brota la ilusión, los granos, el cosquilleo hormonal hay momentos de euforia, ilusión y otros de laxitud, de dejadez de tristeza, de soledad.
Estos sentimientos tan continuados, tan cambiantes son propios de estas edades. Pero hemos de saber que siempre hay luz al final del túnel y que cuando un hijo adolescente medita tumbado en un sofá triste, apesadumbrado, sin ilusión porque no le han llamado los amigos o por cualquier hecho que a un adulto pudiera parecerle una nimiedad pero que para él lo es todo, digo aunque nos apene verle así, tenemos que entender que está creciendo, que está madurando, que hay que respetarle, su encuentro consigo mismo, con la tristeza y que mañana con una llamada telefónica o por una sonrisa o por qué quien sabe qué, cambiará y se sentirá capaz de hacer girar el mundo.
Nosotros fuimos así y así ha de ser.
La melancolía como las lágrimas, tienen un sabor salado pero a veces uno gusta de sentir que brotan y se derraman tibias.
Lo que sí ha de preocuparnos es cuando la situación se cronifica, cuando el joven pierde su vitalidad, se encierra en sí mismo, pierde amigos, se deja en su vestimenta, en su aseo, en su alimentación. Ese es el momento de encender la luz de alarma de contactar con un especialista.
La melancolía un estado difícil de expresar pero fácil de reconocer interiormente. A veces nos disgusta y otras nos dejamos gustosos abrazar por ella.
Pero cuando uno ansía todo, cuando cree alcanzar las nubes, es fácil que sus expectativas se quiebren y se sienta inundado por la melancolía, más cuando no alcanza a ser adulto y sin embargo, deja de ser un niño.
Si el otoño es bonito y da paso a otras estaciones, así es la adolescencia, una etapa donde caen los pantalones cortos, se les caen los juegos infantiles y se inician en los vericuetos siempre complejos y difíciles de otros horizontes.
Llama la atención que a los mayores les sorprenda, les angustie la melancolía de sus hijos, no hace tanto que ellos miraban tras los cristales empañados dejándose acariciar por una música que les mantenía en un estado que hemos definido como melancolía.
Respetemos silenciosamente la melancolía de nuestros hijos, intervengamos cuando la depresión se adueñe de ellos, pero sepamos que la depresión de los jóvenes cursa a veces aunque sorprenda, con exceso de movilidad.
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